Santa Fe: En Romang un lodge que quita el stress

En un espléndido entorno natural, El Timbó seduce con sus comodidadesy servicios; salidas de pesca y paseos.En las enormes habitaciones de la hostería y lodge El Timbó, en el pueblo Romang (en el noreste de Santa Fe), no hay aparatos de TV. Hay uno en el salón principal, dominado por una noble y bella construcción de madera, y la idea es que los huéspedes compartan juntos un espectáculo -el … (En la foto Roger Waters pesco su gran dorado)                                                                       

Desde ese salón, el viajero tiene muchas cosas para ver, además de la TV: un parque poblado por árboles y flores de municiosa hermosura, el suave correr del río que late al borde de la estancia y la luz dorada del sol cuando nace o muere al atardecer sobre el majestuoso paisaje del Litoral. Y la sensación de compartir horas que no se miden por el tiempo sino por un sereno placer.

En turismo, hay lugares que prometen lo que se ha dado en llamar "servicio personalizado". Muchas veces, esas son macanas, promesas vanas. En El Timbó, antes propiedad del grupo Salentein, esa denominación cobra sentido: es una consigna que se cumple a rajatablas, una especie de religión de la gente de la casa. Hay una auténtica amabilidad allí, casi una obsesión para que el huésped se sienta como en su casa. "La gente que trabaja aquí -dice Aldo Machín, propietario del lodge- es la misma desde hace años y estamos conscientes de que cada visitante merece lo mejor de nosotros. Y cada huésped tiene que irse con la idea de que se cumplió con lo pactado, con la oferta que prometemos".

Esa oferta no tiene el lujo que podría detentar un spa del Principado de Mónaco, pero tiene varios atributos que lo convierten en un destino infrecuente en el turismo argentino y que bien podrían definirse con seis sustantivos que parecen iguales pero no lo son: autenticidad, comodidad, amabilidad, cordialidad, seriedad, tranquilidad. Machín, que administra también las actividades de recreación de las estancias Los Laureles (70 km al norte de Paraná, en Entre Ríos) y La Sistina (Laguna del Monte, en Guaminí, provincia de Buenos Aires), ambas del propietario holandés de las bodegas Salentein, ha sabido potenciar estos atributos -atención rigurosa y personal, cumplir con lo que se le ha prometido al cliente- con una experiencia de más de diez años.

Lugar ideal para los que deliran por la caza o la pesca, El Timbó también es un refugio apto para familias que aman la naturaleza casi virgen, los paseos por ese paisaje siempre sorprendente que brindan el ancho y venturoso río Paraná y sus afluentes, los paseos en lancha, las cabalgatas y hasta la visita a una pulpería frecuentada por gauchos de verdad y dotada de quesos y embutidos también de verdad.

 

 

Plaza de la localidad de Romang

Un mundo de ríos e islas

Cualquier salida de pesca organizada por El Timbó en lanchas grandes y cómodas, introduce al viajero en un mundo variado y contrastante que va cambiando de colores, sonidos y especies, y que tiene esa poderosa cualidad de los sitios incontaminados, originales. Los folletos suelen llamar a eso "Naturaleza en estado puro". Los ríos, arroyos e islas de esa zona del río Paraná, al norte de Esquina (Corrientes) y a 40 km de Reconquista, admiten esa condición. Si hay que arriesgar una descripción posible, se está hablando de una vistosa llanura de pocas pendientes ocupada por pajonales y sabanas, parques y montes, lagunas y arroyos con vegetación de furioso verde, a veces matizados por el anaranjado de las hojas del ceibo en el otoño o el verde claro y sereno de la flor del irupé.

En la temporada de invierno, El Timbó organiza caza de patos (en los arrozales y lagunas), palomas y perdices también con el apoyo de guías profesionales, a no más de una hora del lodge.

Pero ahora estamos en una excursión de pesca con los guías Hugo Debloc y Osvaldo Sager, que trabajan en forma permanente para El Timbó, y una salida con ellos depara la posibilidad de un hermoso paseo. Un recorrido en lancha por pequeños arroyos, que a veces no superan el metro de ancho, arroyos más grandes que semejan un camino misterioso en medio de la selva, lagunas chicas que a su vez albergan islotes de irupés o la navegación por el gigantesco Paraná, cuyo horizonte se pierde en las riberas de Corrientes a lo lejos, son algunos de los cuadros que el viajero retendrá para siempre en su memoria.

Y por supuesto, la pesca. En una sola jornada, Debloc y Sager buscarán casi obsesivamente los mejores lugares de pique a lo largo de kilómetros y kilómetros de aguas a veces claras y a veces marrón, de correderas rápidas en las que hay que estar atentos al pique del dorado o de corrientes más lentas y anchas propicias al surubí. Ese paseo, por momentos vertiginoso y por momentos calmo, ofrece una doble sorpresa. Debajo el agua, la posibilidad de enganchar dorados, surubíes, manduvíes, armados, patíes, bogas, moncholos y amarillos (en invierno), la mayoría de las veces a profundidad con carnada (morenas), pero también -cuando las aguas están claras- con la modalidad de pesca con mosca, cada vez más difundida.

Por arriba de los ojos, la selva y los pajonales: de pronto, en la cima de un árbol puede aparecer un jacurutú, una especie de lechuza gigantesca, un cardenal, un zorzal, una garza o bandadas de loros que revolotean entre los timbó, los sauces, los jacarandás, lejos del mundanal ruido.

Entre esos dos mundos se desliza la lancha conducida con endiablada habilidad por Debloc. Esta puede detenerse ante la presencia de un sigiloso yacaré o una mansa tortuga de río, una perdiz martineta de corto vuelo o un halcón que planea armoniosamente allá en lo alto. Esa misma lancha atraca invariablemente en alguna de las hermosas riberas o en alguna isla, para un almuerzo que el viajero seguramente disfrutará: surubíes freídos en ollas de acero acompañados por ensaladas de todo tipo y bebidas a gusto. Esos momentos, bajo el fresco abrigo de lapachos o sauces, forman parte imperdible del paseo tanto como la afanosa búsqueda del pique. Con una eficacia apabullante, Debloc y Sager arman de la nada un delicioso almuerzo en medio de la naturaleza salvaje, a la vera del río.

De regreso a El Timbó, el cazador o pescador vuelve a la amabilidad, a los platos simples pero exquisitos que cocina Victoriano Romero y buen vino de -obvio- la bodega Salentein. El viajero sabe que es como volver a casa, a un refugio familiar de un tranquilo pueblo de Santa Fe.

Fuente: Suplemento Clarín Viajes
Fotos: ecos_deromang.blogspot.com

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