Cinco días de navegación, aventura y paisajes de película por la selva brasileña, hasta llegar al sorprendente espectáculo natural del Encuentro de las Aguas.Las periódicas caminatas por la selva permiten observar aves, conocer plantas medicinales, admirar orquídeas y, cómo no, terminar nadando con delfines rosados…
A BORDO DEL IBEROSTAR GRAND AMAZON.- Si estuvo en Florianópolis, pero no en el Amazonas, piense dos veces antes de responder la próxima vez que le pregunten si conoce Brasil. Más del 60 por ciento del territorio brasileño, que tantos argentinos creemos conocer bien, corresponde a esta región no muy visitada. La mayor selva tropical del planeta abarca siete estados y 5 millones de kilómetros cuadrados del país (además, parte de Colombia, Ecuador, Venezuela, Perú, Bolivia, Guyana, Surinam y Guayana Francesa), y en tiempos de una nueva conciencia ambientalista es apreciada y defendida como el pulmón verde del mundo.
Constante objeto de debate y preocupación ante una explotación que ya ha deforestado el 17% de su superficie brasileña, el Amazonas es una de las porciones más ricas de la Tierra, al tiempo que alberga a algunos de sus habitantes más pobres y vulnerables. No se necesita argumentar mucho más sobre su interés como destino ni de la oportunidad de admirarlo antes de que sea… demasiado tarde.
Por eso estamos navegando por el Río Negro, que eventualmente se juntará con el Solimanes para formar el Amazonas propiamente dicho, en el espectacular Encuentro de las Aguas, pero esto ocurrirá al final del viaje. Por ahora digamos que el barco es el Iberostar Grand Amazon, hotel-ship de una compañía europea con modalidad todo incluido (todo, hasta las excursiones y las bebidas alcohólicas, algo poco habitual en los cruceros) y 74 cabinas con las comodidades esperables y algunas otras: balcón, cama king size, aire acondicionado, televisor, frigobar. El Grand Amazon es probablemente la manera más cómoda de hacer este viaje, aunque, por supuesto, existen también alternativas más económicas, durmiendo en hamacas y sin caipirinhas siempre listas. Cuestión de gustos y presupuestos.
Este crucero de río recorre la región constantemente, alternando dos itinerarios, con la ciudad de Manaos como punto de partida y de llegada, como casi toda la oferta turística amazónica. En este caso serán cuatro noches y cinco días, saliendo un domingo, a las 18, con dirección este, para llevar a una mayoría de norteamericanos y minoría de brasileños y argentinos por 180 kilómetros del Río Negro, que nace en Colombia y, en esta época del año, de diciembre a junio, está crecido e inunda la selva. Entre la crecida y la baja, ideal para la pesca, la diferencia en el nivel del agua es dramática: de 10 a 15 metros en algunas zonas.
El barco tiene un restaurante en el que se puede optar por el buffet o pedir a la carta; un pequeño gimnasio; pileta y jacuzzi en cubierta; una biblioteca y una boutique de souvenirs. No hay Internet y las llamadas por el teléfono satelital son carísimas. Nada mal, pero tampoco nada que no se parezca muchísimo a otros hoteles flotantes habitués del Caribe, el Mediterráneo, los fiordos noruegos o la Antártida. Lo importante, distinto y único, claro, está afuera.
A diferencia de los cruceros de mar, con días completos de navegación sin tocar tierra, el Grand Amazon avanza, suave, por el corredor del río oscuro sin nunca perder de vista las dos orillas de intensos verdes. Lo otro que hace particular este viaje es, obviamente, el programa de excursiones; los breves, tímidos acercamientos a este denso ecosistema, al interior mismo del Gran Pulmón.
Las periódicas caminatas por la selva permiten observar aves, conocer plantas medicinales, admirar orquídeas y, cómo no, terminar nadando con delfines rosadosEsto no es un zoológico
Y la acción comienza sin demoras. La primera salida, a las 8 de la mañana del segundo día de navegación, es una caminata por Igarapé Trinchera, en el municipio de Novo Airão, donde las aguas son tan ácidas y pobres en peces, que tampoco han justificado mayor población humana. A pesar del sendero preparado antes por la compañía, sigue siendo un trekking por selva bien cerrada, sobre un suelo blando de arena, raíces y hojas muertas. Hacia cada lado no se ve más que una constante trama de troncos, ramas y lianas de todos los tonos de verde y tamaños posibles, y algunos más también. El ambiente es extremadamente húmedo. Y el sol pasa con esfuerzo entre las copas de los árboles. Tan débil resulta la luz que, aunque sea pleno día, las cámaras de fotos disparan sus flashes automáticamente, mientras que la banda de sonido es un mantra de zumbidos y chillidos inidentificables. Cualquier fan de Lost esperaría encontrar acá alguna instalación de la Iniciativa Dharma.
Lo que no se percibe es alguna forma de vida animal más allá de las hormigas, las termitas y los mosquitos, para los que recomiendan prepararse con repelente de los pies a las orejas (aunque, quizá por la época del año, en nuestro viaje no significaron un problema). "Esto no es un zoológico -aclara Piro, el guía de turno-. Acá, el 90 por ciento de la vida animal es nocturna y, además, nos percibe muy fácilmente y se esconde. Así que el que quiera ver animales puede venir sin grupo, en canoa a remo, que no hace ruido, y meterse varios kilómetros y dormir una, dos noches en la selva. Ahí, sí, les aseguro que van a conocer la verdadera Amazonas…"
Descartada la posibilidad de ver siquiera un mono, la excursión se concentra en algunos de los recursos de supervivencia de los aborígenes. Para eso, siempre machete en mano, Piro exhibe cómo se comen ciertas larvas y huevos de termita, e invita a degustarlos; cómo se aprovechan distintas especies para aliviar desde malestares digestivos hasta el pie de atleta, o cómo se fabrica una cerbatana letal. El guía demuestra también el uso del "teléfono de la selva", un tronco que resuena tanto al golpearlo que resulta óptimo para las comunicaciones allí donde no hay buena señal para los celulares… ni celulares.
La salida de la tarde es en lancha por la región de Tres Bocas. Nos internamos por canales especialmente para observar aves: loros, buitres, patos salvajes, martín pescadores, gavilanes… También es el momento de admirar orquídeas y bromelias. Pero quizá la mayor recompensa del paseo esté en la puesta del sol, con ese espectacular cielo anaranjado frente a la lancha detenida en medio del Río Negro. Uno de esos momentos tan simples como profundos por los que vale la pena todas las horas de vuelo, las conexiones, las colas y las esperas. Ni más ni menos que la respuesta a la pregunta de si este viaje es o no recomendable.
Las periódicas caminatas por la selva permiten observar aves, conocer plantas medicinales, admirar orquídeas y, cómo no, terminar nadando con delfines rosadosLa pesadilla del yacaré
Hay incluso una tercera salida en el día. Mejor dicho, en la noche: después de la comida, las lanchas se alejan del Grand Amazon bajo un cielo estrellado, invisible en la ciudad. El objetivo, capturar yacarés, arte en el que estos guías son expertos. Para probarlo, uno de ellos se pone de pie sobre la proa de la lancha rastrillando las orillas del río con un fuerte reflector. Hasta que se detiene ante un pequeño reflejo de la luz entre la vegetación: es el ojo de un caimán. Sucede que, cuando la lámpara lo ilumina, el animal queda paralizado y vulnerable. La lancha se acerca más y el guía se inclina y, con una veloz maniobra, captura un macho de medio metro de largo y considerable dentadura. Lo sube a bordo, sujetándolo con las dos manos, una alrededor del cuello y otra, del comienzo de la cola, para que le saquen fotos. Hasta que la sesión termina y al pobre animal lo lanzan de vuelta al agua, de forma más bien violenta, como para evitar que caiga dentro de la embarcación, lo que provocaría pánico en los pasajeros y en el propio lagarto y, quizás, una tragedia.
El tercer día a bordo toca una de las mejores oportunidades fotográficas de la travesía. Después de una caminata por la selva se llega en lancha a una pequeña villa en Novo Airão. En su embarcadero se encuentran un austero puesto de observación y una decena de delfines rosados, o botos, típicos del Amazonas. Lo normal es que los visitantes simplemente alimenten con pescado a los mamíferos más simpáticos del agua (aunque no para ciertas tribus locales, que creen que algunas noches se transforman en hombres y se llevan a las chicas). Pero nuestro guía tiene debilidad por salirse del protocolo y alienta al grupo a jugar con los delfines cuerpo a cuerpo, así que algunos se dan una inolvidable zambullida en el Río Negro junto con los sonrientes botos.
Por si no fuera suficiente, a la tarde, varios nadadores flotan río abajo con sus chalecos salvavidas. Una experiencia amazónica casi imprescindible, que por suerte ocurre antes de que el capitán del barco cuente cómo, a los 18 años, sobrevivió milagrosamente al ataque, en ese mismo río, de una anaconda de seis metros de largo y el grosor de un matafuegos XL.
Encuentro de las Aguas
Pero el río Negro tiene otros habitantes y, en el cuarto día de navegación, ya es tiempo de conocerlos. Las lanchas del Grand Amazon aceleran entonces hacia una aldea de la tribu Bares, originaria de la frontera con Colombia. Quince años atrás, diez de ellos llegaron a Manaos en busca de ayuda y el gobierno les otorgó estas tierras. Hoy forman una comunidad de cien adultos y otros tantos niños.
Nos recibe José, el cacique, con un arreglo de plumas, tres collares de dientes y unas bermudas Nike azules y amarillas. Tiene 46 años y ocho hijos, y está orgulloso de su más que humilde villa, que cuenta con plantación de mandioca, la escuela (levantada con aportes de la compañía Iberostar), computadora y canchita de fútbol. Nos da un largo discurso en portugués en el que mezcla bienvenidas y agradecimientos con reclamos y denuncias. "Que los políticos primero hagan y después hablen", declara, y defiende su derecho a la autodeterminación más allá de las pretensiones del hombre blanco, mientras las visitas sencillamente no pueden parar de sacarles fotos a los nenes de la tribu, tan curiosos, dulces e inocentes que no hay quien se les resista. Y para terminar, arrasan con la feria de artesanías, donde los vecinos venden collares, cerbatanas y otras creaciones, de 5 a 20 reales.
Por la tarde llega otro de los encuentros más esperados. Tiene lugar en los alrededores del Ariaú Amazon Towers, un rústico e improbable complejo hotelero de pasarelas, decks y doce estructuras cilíndricas de madera, con unos cinco pisos sobre el agua. El lodge, verdaderamente de película (acá se filmó Anaconda , con Jennifer Lopez y Ice Cube), es propiedad de un abogado de Manaos y tuvo su época de gloria en la década pasada. Hoy no parece hallarse en las mejores condiciones de mantenimiento, aunque eso quizá le agregue cierto encanto selvático.
Más allá del alojamiento, es una locación óptima para acercarse a decenas de monos ardilla, que son parecidos a los tití y muy atrevidos. Basta con detenerse en uno de los canales de este raro hotel y hacerles saber que traemos una buena ración de bananas para que los monos tomen la lancha por asalto, casi sin ningún reparo en trepar a los hombros y las cabezas de los pasajeros. Gracias a Dios por la fotografía digital…
Al día siguiente, mucho, mucho antes del punto de saturación, el viaje termina… con un gran show. El Grand Amazon llega a lo que se conoce como el Encuentro de las Aguas, la confluencia del Río Negro con el Solimanes, que por diferencias de temperatura y densidad conviven unos diez kilómetros sin integrarse totalmente. El resultado es un río partido al medio, mitad oscuro, mitad café con leche, que no deja de asombrar hasta al espectador más prevenido. Digno final para un viaje de descubrimiento, por definición.
Fuente: Suplemento Diario La Nación
Por Daniel Flores
Enviado especial