Y Sami, el conductor, que en ese terreno se mueve como si paseara por el elegante barrio Las Condes, coloca cadenas a la camioneta y sigue. Y así, siempre sonriente, llega al hotel Portillo, en una geografía dibujada a medida de sus huéspedes: 2850 metros, la laguna del Inca al alcance de la mano y pistas que alternan su exposición al sol para garantizar áreas sombrías y, por ende, nieve en óptimas condiciones.
Todo sumado a montañas próximas de más de 6000 metros, como el Aconcagua, a sólo 15 kilómetros, que forman una muralla natural para las tormentas que así descargan su esperado cargamento blanco justo encima de este paraíso.
Por algo, entre agosto y septiembre, Portillo es elegido por los equipos olímpicos de Estados Unidos, Canadá, Noruega y otros países, como atestiguan las fotos autografiadas en los pasillos y la casaca enmarcada de Hermann Maier, campeón mundial y olímpico, uno más de la casa.
Claro que el ambiente de alta competencia que se vive en esas semanas no altera el espíritu familiar. Es más, se complementa. Por eso, a nadie le llama la atención ver a estos superatletas compartiendo las sillas de elevación o charlando con los huéspedes en el living. Sin embargo, a la calidad de la nieve se agrega otro ingrediente: nada de colas para conseguir equipos, subir a las sillas, almorzar o cenar. El acceso a las pistas es por el subsuelo, donde sólo basta caminar unos pocos metros para pisar nieve. Antes, algún empleado del sector le entregará el equipo y es muy probable que hasta lo llame por su nombre.
Es que una de las características del hotel, con capacidad para 450 personas y casi 500 empleados, es el trato familiar, que queda en evidencia en el restaurante, cuando se canta un feliz cumpleaños a coro con saludo incluido de los mozos, que suelen atender al mismo comensal durante toda su estada.
Celebraciones a las que también se puede sumar el chef Rafael Figueroa, que comenzó su carrera gastronómica en Zapallar y llegó a Portillo hace más de 15 años para cortar verduras. Pero creció y en 1992 se hizo cargo de la cocina, donde 35 personas trabajan en dos turnos y despachan mil platos diarios, incluidos los de los empleados. ¿Una de sus tantas delicias?: ostiones con queso parmesano, servidos en las tradicionales vasijas de Pomaire y acompañados por un buen vino blanco. O un caldillo de congrio para entrar en calor tras una exigente sesión en la montaña.
Laguna del Inca
Otra postal es la laguna del Inca, que al congelarse sirve como último tramo de un descenso a puro vértigo y fue inmortalizada en una pintura anónima, que cuelga de la chimenea del living. Sobre ella habla una leyenda que refiere a los lamentos que se escuchan ciertas noches de plenilunio. Por aquí dicen que es el ánima del Inca Illi Yunqui, que vaga sobre la tumba lacustre en la que hizo sepultar a su amada, la princesa Kora Ilé.
Leyendas al margen, la vedette de Portillo son sus 34 pistas, como Garganta y Roca Jack, que permite bajadas de hasta 130 kilómetros por hora y vistas imperdibles. También son muy buscados los fuera de pista, aunque la novedad 2008 es Caracara, casi un fuera de pista, pero con andarivel. Sin embargo, para los que dan sus primeros pasos, la escuela, dirigida por el experimentado español Jesús Puente, tiene 36 instructores y clases de hasta seis alumnos, que comienzan en el Corralito.
Miniciudad bajo techo
Concluida la jornada en la nieve, que comienza alrededor de las 10 y concluye a las 17, llega el momento del relax.
En esta miniciudad bajo techo, propiedad desde hace más de 40 años del estadounidense Henry Purcell, que tiene un trato directo con sus huéspedes, hay posibilidades de recuperarse con unos masajes, jugar al fútbol y al básquet, tomar clases de yoga o disfrutar del sauna.
Otros prefieren seguir al aire libre y sumergirse en la piscina climatizada o en el jacuzzi, mientras en el living del segundo piso se juega ajedrez, hay espacio para la lectura, navegar con la notebook, tomar un pisco sour o, no muy lejos, ir al cine. Tampoco faltan los que siguen quemando grasas y se meten en el gimnasio, equipado con todo tipo de aparatos.
Los más trasnochadores encuentran su lugar en el bar, con mucha madera, calidez y shows musicales en vivo. También funciona una discoteca, que recibe a los que buscan algo más de ritmo. Sin embargo, la noche no suele extenderse más de las 4. Es que aquí las protagonistas no son las pistas de baile, sino las de nieve, y hay que conservar energías para el día siguiente.
Y como la mayoría de las reservas son por una semana y hasta el sábado, la despedida comienza a palpitarse el viernes, a las 20, con la tradicional bajada de antorchas. Y mientras los huéspedes siguen este ritual desde el balcón del living comienzan a iluminarse las laderas de un valle que alguna vez, en el siglo XV, fue dominio de los incas. Eso sí, de ser posible, el día del adiós conviene hacer las maletas temprano y entregar la habitación antes de las 10. ¿El premio? Un día más de esqui que aquí y con esta nieve es mucho.
Fuente: Suplemento Diario La Nación
Por Julio Céliz
Enviado especial
Coffey, el auténtico paraavalanchas
PORTILLO.- Sentado en el living del hotel y con la mirada en la laguna del Inca, el norteamericano Frank Coffey asegura que el secreto está en saber escuchar. Sí, prestar atención a ese susurro que viene desde lo alto de las montañas. "Casi siempre suele haber pequeños desprendimientos que anticipan las grandes avalanchas. Hay que poner el oído en esos momentos y estar muy atento."
Alguna vez alguien lo llamo dueño y señor de la montaña. Y no suena exagerado. Coffey es guía profesional, tiene doce expediciones al Himalaya y una dilatada experiencia con más de 30 años en control de avalanchas. Esta es su misión en Portillo, y también en Crested Butte, Colorado, durante el invierno del hemisferio norte.
Por eso, este hombre de hablar pausado y pinta de actor de Hollywood no tiene horarios, como tampoco lo tienen sus explosivos, que se encarga de colocar en lugares estratégicos de las laderas para provocar avalanchas controladas y evitar accidentes. Así, más de un desprevenido huésped suele alarmarse ante cada explosión, que suelen sonar con más frecuencia en las mañanas.
"Muchas veces me levanto a las 4 o 5 para ver cómo está la nieve y analizar dónde colocar los explosivos. También suelo hacer pozos con palas en distintos sectores para estudiar la firmeza de las capas del suelo", explica Coffey, a cargo de un grupo de colaboradores y del cañón Avalauncher, que dispara cargas de un kilo de dinamita, impulsadas por nitrógeno, aunque otras veces el lanzamiento es manual.
"Si es necesario cerrar un andarivel por peligro de avalanchas lo hacemos. Siempre priorizamos la seguridad y, por suerte, nunca tuvimos problemas", explica el guía sonriente, de 54 años y soltero.
Claro que su vida sin una cuota importante de adrenalina no sería tal. Por eso, a las emociones que encuentra en cada explosión le suma el heliski. Una disciplina para expertos que cada año gana más público.
Los vuelos se realizan con un helicóptero de última generación, que sube hasta 4500 metros en busca de nieve en polvo, en seis valles próximos a Portillo, como Cuatro Dedos, Ojos de Agua y Valle Mardones, el más frecuentado.
Es una actividad pensada para no más de cuatro esquiadores por turno, que antes deben participar de una charla sobre control de avalanchas y portar un rastreador, de uso obligatorio. Todo, bajo la mirada de un guía especializado. El costo es de 295 dólares para la primera bajada y 165 cada una de las siguientes.
"La mayoría de nuestros clientes son estadounidenses, pero en los últimos años se han sumado cada vez más brasileños y argentinos", dice Coffey, que trabajó por cuatro temporadas en Chugach Powder Guides, Alaska, como guía de heliski y gerente de operaciones.
La promesa son vertiginosas bajadas de 1250 metros, nieve en polvo y paisajes paradisíacos desde lo alto, como el Aconcagua y varios glaciales. Una promesa que nunca falla.
Datos útiles
Cómo llegar
Por LAN, hay pasajes de ida y vuelta a Santiago, desde US$ 444, con impuestos y tasas incluidos.
El transfer del aeropuerto a Portillo y regreso, 110 dólares. Funciona los sábados. Hay servicios privados más caros el resto de la semana. Son 164 km hasta el centro invernal.
Hotelería y más
La estada semanal por persona, base doble, cuesta entre los 1450 y los 3200 dólares, según la temporada y la habitación, que no tiene TV porque la meta es disfrutar de las pistas. Incluye cuatro comidas diarias, pases y acceso a todas las instalaciones.
El Octógono y el Inca Lodge forman parte del centro, tienen precios más bajos y están pensados para un público joven.
Hay promociones especiales para familias con niños, grupos de esquiadoras y bonificaciones si se combinan estadas con Tierra Atacama Hotel & Spa. También, semanas especiales dedicadas al vino chileno, a las actividades de montaña y a la familia.
Cuatro equipos de rugby de primera división de Chile jugarán en agosto y por primera vez en la nieve de Portillo. A mediados de septiembre será el turno del golf, con un Pro-Am.
¿Un almuerzo distinto, de comidas rápidas y muy ricas? Tio Bob´s, enclavado en lo alto de la montaña.
Internet
www.skiportillo.com