También llamada Casa del Sol, la posada ofrece experiencia de hilado y contacto con los animales, paseos por paisajes silvestres y, además, propuestas para chicos especiales…
INTI HUASI, San Luis.- En voz mapuche "Antu Ruca", que significa Casa del Sol. Está en lo alto de la montaña, entre el pueblo de La Carolina y la Gruta de Inti Huasi. Huele a conexión profunda, respetuosa, casi ancestral. Es una posada tranquila y sencilla como el huso que hila para una firme urdimbre.
La posada se levanta sobre el grupo montañoso de La Carolina, un pueblito minero situado a 83 kilómetros de la capital, que llegó a ser productor de oro para la corona española y que hoy alberga el único Museo de la Poesía del país (inaugurado por María Kodama en homenaje al filósofo y poeta Juan Crisóstomo Lafinur, héroe de la Independencia).
Desde la llanura, entre elevados conos, las llamas cumplen con un destino luminoso: producir lana para telares que las multiplican en prendas de vestir, recuperar la hilandería como fuente de trabajo originaria y ayudar a grupos con capacidades especiales.
Y es que el proyecto, hoy convertido en realidad, nació ante la inquietud de dos docentes de chicos especiales que trabajan en Buenos Aires, pero que, enamorados de esta tierra, descubrieron en el uso de la hilandería una salida terapéutica para sus alumnos.
María Julia y Gustavo decidieron experimentar y buscar en la naturaleza viva una respuesta para sus estudiantes, al tiempo que desarrollaron una técnica de amasamiento para las llamas que permite el contacto y la comunicación de los chicos con el animal.
Una parte de la lana esquilada viaja hacia la escuela porteña mientras otra permanece en San Luis, donde es procesada y convertida en las prendas que el turista busca y encuentra en distintos puntos de venta de la provincia.
El día invita a caminar junto a las llamas, nobles camélidos amansados con amor y técnicas desarrolladas desde la observación. Y es que los dueños de la posada las sumaron al paisaje desde una sola necesidad: la armonía y el respeto por el medio ambiente, condiciones que permiten recuperar la identidad de un espacio aún no depredado en el que crecen las guindas y la rosa mosqueta, las verbenas rojas y violetas, y también los cactos.
Por la tarde, un circuito creado para el visitante permite un extenso paseo coronado por el brillo de la mica, incrustada en el cuarzo del lugar. Si el viento sopla benigno, el cielo de La Carolina suele poblarse de colores. Locos barriletes se dejan levantar entre los valles, arriados por hombres y mujeres con los ojos fijos en el cielo. La actividad se suma a la propuesta de turismo "primario y no invasivo", que incluye cacería fotográfica, arreo de llamas y largas caminatas por el lugar, por ejemplo.
De regreso a la casa sin luz eléctrica, pequeños soles se encienden en torno de mesas artesanales donde, de la mano de María Julia y Gustavo, el visitante puede degustar la comida del lugar (preparada con exquisita naturalidad, lo único prohibido es comer carne de llama).
La noche, majestuosa y cercana, propone rendirse ante una biblioteca que continúa buscando el valor de lo inadvertido. La salamandra arde, los abrigos sobran y la experiencia se extiende.
Tierra, aire, agua, sol, luna y estrellas completan un paisaje bucólico en el que una casa de cuento recibe en sus ventanas pequeñas los sonidos del silencio.
Lo denominan turismo terapéutico y social. Propone un regreso a la sencillez, la simpleza y la austeridad para abordar con ingenuidad primitiva el legado vivencial.
Claudia San Martín
Datos utiles
Posada Antu Ruca: 30 pesos por persona, con desayuno. Recibe sólo a cuatro visitantes por reserva.
Derecho a cocina: $ 10. Té, café, pan y dulces caseros: $ 15 por persona.
Excursión diaria: contacto y manejo de llamas, experiencia de hilado, caminata (para conocer el diquecito, el rodeo, el mirador, la cantera de cuarzo).