Los saltos del río Uruguay, en la frontera con Brasil. Las excursiones por la selva y la fusión cultural de alemanes y guaraníes. Cruje la hojarasca bajo los pies inexpertos y hasta el alma se pone en estado de alerta. Los sonidos se tornan envolventes, uno se siente observado por miles de alimañas que tal vez no existan…
(aunque se intuyen con insistencia) y, decididamente, no hay puntos de referencia para un intruso proveniente del asfalto, de los estrenos cinematográficos de los jueves y de la vida en ascensor. ‘Cuál de estos dos mundos será más absurdo? ‘Ambos? El guía corta los pensamientos de raíz, cuando empezaban a ramificarse a ritmo selvático y logra que, al menos, el cuerpo vuelva a la realidad verde y tupida, sin desviarse del sendero que lleva a las aguas. Los Saltos del Moconá, el objetivo inicial de un valioso viaje a Misiones, había pasado a segundo plano por un instante ante el entorno atípico y atractivo en tantos sentidos.
Basta con internarse en la selva del Parque Provincial Moconá para escuchar el rugido. Son las aguas, que no bajan turbias. El río Uruguay logra fusionarse con esta falla geológica longitudinal de 3 kilómetros, única en el mundo, atrayendo a curiosos y a desprevenidos, que esperan un espectáculo singular sin sospechar que sus expectativas serán superadas.
Entre miles de lianas que reptan hacia el cielo usando a troncos y ramas de sostén, se filtran unos rayos de sol y viene a la mente el libro leído en la noche anterior y que describía este lugar con una frase memorable. En la selva hay "… una media luz de iglesia y un silencio de iglesia también".
Carlos Silva, el guía, enseña in situ lo que tanto venía explicando en el camino desde el pueblo El Soberbio y señala una caña fístula con la esperanza de que uno la reconozca. ¡Pero si apenas puede pronunciarse! El se ríe con ganas de mi genuina incapacidad para distinguir un ceibo de un timbó y ver simplemente todo verde.
El paisaje, cada vez más apretado, se cierra en sí mismo hasta desaparecer. Y cuando uno es tragado por un paisaje ya no hay postal para describir; sólo sensaciones. Eso sucede en la selva paranaense, la furiosa expansión de la gran mata atlántica del Brasil, desde la Serra do Mar hasta el este de Paraguay y de Misiones.
Laurel, grapia, guayuvira, petiribí, ceibo y palmera pindó es una paupérrima enumeración de las más de 3 mil especies vegetales que crecen en la selva misionera. Un ambiente cálido y húmedo que cobija a más de mil especies de vertebrados. Son característicos el coatí, el tapir, el carpincho y el pecarí. Y los monos, claro, además de felinos como el gato montés, el ocelote y el yaguareté (el famoso "tigre" en peligro de extinción, que todos escuchan y deja huellas, pero pocos ven). Hay otras curiosidades para el forastero: la enorme variedad de orquídeas y mariposas, la presencia de hormigas mineras (de 4 cm de largo) o la gran cantidad de jotes y tucanes que sobrevuelan nuestras ideas. Gracias al cielo, las yararás, corales y parientes cercanos no se han cruzado en nuestro camino (o no nos dimos cuenta).
Juguemos en la selva
Se llega a Moconá por la ruta costera 2, luego de recorrer 75 km desde El Soberbio (en estos lares, "costera" alude siempre al río Uruguay). Los últimos 35 km son de ripio y sólo se accede en 4×4. Pero como la tierra, el ripio misionero es colorado, marcando un contraste intenso con la vegetación verde. ‘Y Buenos Aires? Lejos en varios sentidos, ya que está a 1.240 km.
Suena poético, pero el trabajo para mantener el paso libre es constante porque "la selva toma el camino", afirman los lugareños. Cuentan también que los colonizadores llegaron a El Soberbio por el arroyo homónimo y así lo nombraron al exclamar: "¡Qué lugar soberbio!". En la margen brasileña del río Uruguay, se llama Porto Soberbo.
Como en casi todo Misiones, los suelos colorados son derivados del basalto y poseen un alto contenido de óxido de hierro y aluminio. Las tierras rojas profundas coinciden con la mayor superficie cultivada de yerba mate, té, tabaco, citronela y forestaciones para la industria maderera. En cambio, las serranías tienen suelos pedregosos y la mayor extensión de selva.
Hay que atravesar la vecina Reserva de la Biósfera Yabotí, con 250 mil hectáreas -de propiedad privada, en su mayor parte- para llegar al Parque Provincial Moconá, de sólo 999 hectáreas. El arroyo Pepirí Miní, 8 km al sur de los Saltos, marca el comienzo del parque.
Enfrente de Moconá se encuentra el Parque Estadual do Turvo, en Rio Grande do Sul, al sur de Brasil. Aquí ocurre lo mismo que en las Cataratas del Iguazú: el lado argentino permite un contacto directo con la naturaleza y el lado brasilero tiene buenas panorámicas.
Agua que no has de beber.
Los Saltos del Moconá son el resultado de una fractura que se prolonga a lo largo de 3 km y hace que el río Uruguay se despeñe sobre su propio cauce, formando caídas de agua de hasta 18 metros. La altura depende del caudal del río y las variaciones en el relieve producen las aceleraciones o "correderas".
Hasta aquí la explicación técnica, pero hay que decirlo con claridad: no siempre los Saltos del Moconá están a la vista. Cuando llueve mucho en Brasil, las crecidas del río los tapan. Sabían de lo que hablaban los guaraníes cuando bautizaron el lugar, que significa "el que todo lo traga".
Hay distintas propuestas para recorrer Moconá. Hay excursiones en 4×4 hasta Puerto Paraíso que proponen navegar en lancha 30 km por el Uruguay hasta llegar al cañón y sus milenarias aguas danzantes. Otras opciones son recorrer 65 km por el río hasta los Saltos, o bien, ir en 4×4 a Moconá y volver en lancha. Hasta se puede caminar sobre los saltos y ver su caída. Ninguna de las alternativas defrauda.
De regreso al lodge Yacaratiá, en el paraje Perito Moreno, el ocaso permite una fotografía memorable. Se ubica a 15 km de El Soberbio -de la ruta hasta la tranquera de entrada hay 5 km de ripio- y abrió en la última Semana Santa. A orillas del río Uruguay, el predio está a 600 metros de altura y cuenta con siete cabañas en suite con servicio de mucama y equipadas con aire acondicionado, hogar a leña (los inviernos son fríos, no como en el margen del río Paraná) y amplio deck con parrilla y vista al río. La piscina, jacuzzi, sauna, gimnasio e Internet, todo contribuye al confort de la estadía. Las construcciones se levantaron con piedras y maderas de la región.
Como las aguas, la noche se traga todo. Las plantas, fantasmagóricas se mecen con apariencia casi humana. Y no en vano está decretada la ley de la selva. Por ejemplo, en Misiones no es posible ver una planta en soledad: todas se encuentran entrelazadas en una desesperada carrera al sol.
Los Ingalls, en "portuñol"
El río Uruguay es el límite natural entre Argentina y Brasil.
Pero no cultural, ya que pueblan la región decenas de colonias de inmigrantes alemanes nacidos en tierra brasileña. De allí el curioso número de familias rubias de ojos azules hablando portuñol. Es que los chicos nacen en hogares donde aprenden portugués, van a la escuela y les enseñan castellano, y vuelven a sus casas y la radio y la televisión son brasileñas… (¡Recién ahora entiendo por qué anoche me ofrecieron caipirinha!).
Las casas son de madera, inexplicablemente pequeñas. La letrina se ubica a un costado y las familias traen agua de las vertientes en baldes para cocinar y bañarse. Pensé en los Ingalls, pero ellos tenían bomba y carros a caballo.
El medio de transporte más frecuente aquí es el carro con ruedas de madera tirado por una yunta de bueyes. Los mismos con que se ara la tierra para sembrar yerba mate, té y tabaco. César Aires es hijo de una brasileña descendiente de alemanes y un misionero, y de los 8 a los 23 años plantaba, de a una, 20 mil plantitas de tabaco por cosecha. Hincha de Boca y Gremio, ahora trabaja en Yacaratiá y, entre otras tareas, sale con los visitantes en caico (típica canoa guaraní) por el río Uruguay. En cambio, los hinchas del Inter suelen ser de Ríver.
Las plantaciones y los secaderos se suceden en los campos, como los alambiques de citronela, que destilan un aroma penetrante y cítrico. Por eso dicen que El Soberbio es la capital de la esencia. Vuelvo a citar aquel libro: "Este es el lugar que necesitan las leyendas para seguir siendo verdaderas.
Diana Pazos
ESPECIAL PARA CLARIN.
El dato
Los Saltos del Moconá caen paralelos al cauce del río Uruguay, en un cañón de 3 km.
Una maravilla para reverenciar
En el mágico punto de encuentro del río Uruguay con la selva misionera, preservado con celo por guaraníes y colonos, los primeros europeos que disfrutaron de los saltos conservaron el nombre original para explicar qué se oculta bajo la bruma, los pájaros inquietos que trazan líneas de colores con mariposas y el río alterado, que impone respeto. En realidad, los indígenas hacían referencia a Mocombá ("el que traga todo"), advertidos de los enormes remolinos que desafiaban sus canoas, provocados por cavernas de 60 a 80 metros de fondo. Así empezó esta relación reverencial del hombre con Moconá.
Cada rincón de ese ámbito magnífico destila generosidad. Basta con dejarse llevar por los senderos de la tierra colorada, para percibirlo en cualquier encuentro imprevisto con los lugareños, acostumbrados a la rudeza sólo cuando de trabajar se trata