Crónicas de la vida a bordo del MSC Armonía y del Costa Mediterránea. Dos viajes de una semana a Río de Janeiro, con recorridos similares y vida all inclusive. A bordo del Costa Mediterranea.- Son las 8 y el sol está alto porque se levantó a las 6. Puedo ser de la primera hora en el gimnasio eligiendo una de las ocho cintas para correr en ese sitio con el mar a proa y viendo dibujos animados en la TV…
Prefiero la bicicleta fija, aunque se me van los ojos con todas las máquinas de musculación ideales para el presidente Obama, que curte el físico. Un personal trainer está para guiarme hasta cerrar el trabajo y relajarme en el jacuzzi.
Con la fresca es ideal hacer jogging por la cubierta del décimo piso, que tiene 292 metros de largo, y es tan alta como el Obelisco (60 metros)
Tomo un primer desayuno con frutas en el buffet, que está abierto siempre o casi siempre, y después sigo en el restaurante con un cappuccino o espresso entre bandejas de fiambres italianos o medialunas, si no me dejo llevar por los ojos, que son más grandes que el estómago, y me prendo a huevos revueltos, salchichas y un apetitoso etcétera.
Luego es momento para quemarse decidiendo, igual que en Punta del Este, La Mansa o La Brava porque el viento es distinto a un lado y otro de las reposeras. Hay tres piscinas para remojarse un poco, ideales para chicos y grandes, aunque los jacuzzi son los más requeridos y siguen funcionando hasta que anochece con éxito de concurrencia.
Con sol y agua no se necesita nada para pasarlo bien y llegar con tostado tropical porque vamos rumbo a Brasil. Cada uno arma su menú con el sinfín de actividades que se informan en el boletín diario. En el campo deportivo del piso 11, el más alto, hay caminatas de bienestar, spinning en bicicleta fija, gimnasia localizada para eliminar rollitos o elongar, y en otros espacios Pilates, torneos de tejo o dardos, crazy basquet, voley y hasta bochas.
Estos grandes barcos son ciudades flotantes con hoteles cinco estrellas porque la mitad de los camarotes tiene balcones y el nivel de entretenimientos para estar bailando por un sueño en un circo de varias pistas. Está todo incluido, menos las bebidas, las compras en las boutiques sin impuestos o el juego en el casino.
Además de la abundante actividad física, hay manualidades (flores de papel, pintura sobre madera, abanicos o cerámica) Y lo más divertido que es aprender a bailar: tango, incluso para argentinos tímidos; samba; merengue, o bolero. Y luego practicarlo en varias discotecas o en cubierta en la versión de un carnaval a medianoche bajo las estrellas con el disfraz que nos inventamos.
Siempre es hora de comer en los cruceros. Pero en el Costa Mediterránea la gastronomía es un capítulo fundamental por la tradición de la línea desde que comenzó con el Anna C hace más de 60 años. Además, la familia propietaria antes usaba los barcos para exportar su producción de aceite de oliva. El único riesgo es engordar, aunque con la gimnasia y el baile intentemos acotarlo porque no es momento de amargarse pensando en la dieta.
Mi clave para no desembarcar con más de un kilo es ir al restaurante para atenerme al menú en lugar de dejarme llevar por las tentaciones del buffet libre. Pido todos los platos desde el antipasto, la pasta, pasando por la sopa que me enseñó mi abuela, el principal (pescados y mariscos), hasta el postre, donde me porto bien pidiendo un helado de agua de limón, dejando de lado quesos y tortas. El secreto, en el almuerzo o la cena, incluso en el restaurante Medusa a la carta, es que sirven porciones pequeñas para disfrutar de la variedad sin atosigarnos.
La siesta es una gran cosa, a menos que a uno le interese seguir la ronda de actividades, que no paran nunca, aunque en los camarotes no se oiga el más mínimo ruido. A menos que se nos antoje ver televisión disfrutando del aire acondicionado. O meditar en silencio en la capilla, en la biblioteca o levantando nuestros mails en Internet.
Cóctel y noche
Por la tarde se cambia el vestuario por un elegante sport; es decir, camisa sin saco ni corbata, salvo el cóctel de bienvenida del capitán, cuando los hombres se visten de oscuro y las mujeres con todas las galas para paquetear. Y están espléndidas con la ayuda del spa, la peluquería y un nuevo vestido invitando a una reiterada luna de miel porque hasta los misóginos se sienten románticos al compás de las olas.
La noche puede ser larga. Después de comer hay teatro con magos, cancionistas, bailarinas profesionales y todo tipo de concursos de baile y actuación para los aficionados que son estrellas por un día. Y los solitarios, por su cuenta, descubren un laberinto de rincones con escenografía veneciana y cristales de Murano, con piano bar que desearían tener en su ciudad para escuchar música suave sin el estrépito que atrae más a los hijos.
Porque un crucero es un encuentro intergeneracional donde, igual que en el Antón Pirulero, cada cual hace su juego. Soy adicto a los barcos porque son un modelo que armo a mi antojo. Y lo mismo les pasa a los otros 2699 pasajeros, un elenco increíble que puede hablar cualquier idioma sin dejar de ser entendido. Porque otro de los encantos es mezclar italiano, inglés o portuñol con los tripulantes. Ni ser molestado siendo tan famoso como Romario, que acaba de retirarse del fútbol después de hacer mil goles igual que Pelé. Ahora se dedica a pasear con sus hijos y nadie le recuerda su apodo de Chapulín o el Baixinho de la selección de Brasil. Aunque me quedé con las ganas de pedirle un autógrafo.
Me olvidaba que también están las excursiones, con escalas tan seductoras como Río de Janeiro. Y asomado a la increíble bahía de Guanabara desde la altura del Pan de Azúcar o el Corcovado, ya tengo ganas de volver al barco porque es otra atracción en sí mismo aunque nos quedemos a bordo.
Fuente: Suplemento Diario La Nación
Horacio de Dios
Para LA NACION
Datos útiles
Tarifas
En el Costa Mediterránea hay disponibilidad en las salidas del 27 de enero y también en febrero.
El costo con impuestos en cabina interna es de 1432 dólares por persona, base doble y en externa, 1919.
www.costacruceros.com