Fue en los primeros años del siglo XIX cuando tuvieron lugar los primeros intentos humanos de desplazarse físicamente por el espacio sin contacto con la tierra o el agua. Pero las aspiraciones eran muy anteriores. Las penurias inherentes a los traslados por tierra o por mar, fueron tan grandes durante tanto tiempo, que los humanos quisieron emular el vuelo de las aves, que se les antojaba placentero y sin obstáculos. Era el paradigma, para el hombre, de la unión más directa entre dos puntos distantes entre sí…
De tales aspiraciones nos quedan testimonios mitológicos, como el de Dédalo y su hijo Icaro, quienes, gracias a su perspicacia e inventiva, lograron fugar del Laberinto del Minotauro, donde los había encerrado el rey Midas de Creta, fabricándose sendos pares de alas, hechas de plumas y cera.
En el tardío medioevo Leonardo da Vinci (1452 – 1519) dibujó los primeros artilugios voladores. En el siglo XVII se ensayaron algunos vuelos con aparatos, pero sin mayor fortuna.
Las leyes de la física que explicaban la sustentación de un cuerpo en el aire se conocían desde hacía mucho. El escollo no era teórico sino práctico: aplicar un generador de fuerza potente y liviano (caso de los aparatos más pesados que el aire) o disponer de tejidos resistentes y herméticos (caso de los menos pesados que el aire).
Los globos aerostáticos fueron una primera solución. Su invención se atribuye a un sacerdote brasileño, Bartolomeu de Gusmao, quien habría hecho una primera demostración de ascensión en globo ante la corte portuguesa el 7 de agosto de 1709, a partir del reconocimiento del principio de que el aire caliente es más liviano que el frío. La inquisición lo derribó, metafóricamente, por hechicero.
Partiendo del mismo principio, los hermanos Montgolfier construyeron las primeras “máquinas para volar”. En Versalles, un día de septiembre de 1782, ante Luis XVI, María Antonieta, el resto de la corte y unos 130 mil atónitos espectadores, se elevó el primer aerostato tripulado: un gallo, una oveja y un pato. Vinieron después los Dirigibles, que sumaban un motor, que permitía controlar al aparato en vuelo, para sustraerlo a la deriva de los vientos.
Pero será la aviación que, en definitiva, tomará la delantera gracias a los continuos avances en la tecnología de la propulsión a base de motores. Los llamados planeadores, aparatos sin motor, sólo permiten realizar breves desplazamientos de naturaleza de ensayo o deportiva.
Georges Cailey (1796 – 1853) es considerado el padre de los aparatos que vuelan siendo más pesados que el aire. El primer vuelo lo hizo el ruso Alexander Fedorovich Mozhaiski (1825 – 1890), quien consiguió despegar con un monoplano desde una rampa y superar una distancia de 18 a 30 metros. Su vehículo iba propulsado por una máquina de vapor ultraligera.
Los primeros artefactos voladores no necesitaban ni vías ni carriles, como los demás vehículos. El espacio aéreo era libre y sin obstáculos. Con el desarrollo acelerado de este medio de transporte, surgió la necesidad de regular el espacio aéreo, estableciendo rutas controladas. Los avances de la telefonía sin hilos y del radar, echaron las bases tecnológicas del control de vuelos. El pilotaje automático, introducido por Francia en 1924 y la regulación por radio del tráfico aéreo, han transformado a la aviación de medio “no guiado” a “guiado”.
El transporte aéreo es hoy un complejo sistema de vehículos, infraestructuras aeroportuarias y técnicas de control, basado en modernos medios de telecomunicación.
Desde hace un poco más de treinta años, la atmósfera que rodea a la tierra por debajo de los quince mil metros, está surcada por un enorme y complejo entramado de rutas gracias a los avances tecnológicos que mejoran los instrumentos de control y las telecomunicaciones. La navegación aérea se sirvió de los avances tecnológicos de la navegación marítima.
Pero hoy, ya por encima de los 15.000 metros de “altura”, se trazan las que deberíamos llamar “rutas espaciales”, para distinguirlas de las viejas vías aéreas. A esto hemos llegado.
El 28 de abril de 2001 las agencias transmitieron la gran noticia: El multimillonario norteamericano Dennis Tito cumplió el sueño de su vida al inaugurar el turismo espacial y viajar rumbo a las estrellas a bordo de una nave rusa “Soyuz”, lanzada desde el cosmódromo centroasiático de Baikonur. El cohete portador “Soyuz – U” impulsó, a las 09.37, según el plan previsto, la nave que lleva a Tito y a los cosmonautas rusos Talgat Musabayez y Yuro Baturin a la Estación Espacial Internacional (ISS), en construcción desde hacía dos años. La expedición partió sin incidencias técnicas.
Dennis Tito tenía 17 años cuando vio en la televisión el primer satélite soviético, a los 24 entró como ingeniero en la NASA, a los 39 era millonario y a los 60 pasó diez días en el espacio exterior.
“Estas no son unas simples vacaciones. Es la realización del sueño de toda una vida: volar al espacio”, declaró a la CNN, antes de salir del cosmódromo. Cumplir su sueño le costó 20 millones de dólares. Más que astronauta o turista, él se sintió “viajero espacial, pionero de un futuro en el que, dentro de unos miles de años (¿?), habrá colonos en Marte.”
Mientras tanto, hasta que tal cosa ocurra, su uso seguirá estando restringido a pocas personas, primero, por razones de preparación tanto física como técnica y, después, por la capacidad del afortunado turista de hacerse cargo de los gastos que requiere la experiencia.
Todos conocemos el adagio italiano “Pian, piano, si va lontano”
El 4 de octubre de 2004, la nave Space-Ship-One obtuvo el premio Ansari-XPrize (diez millones de dólares) después realizar el segundo vuelo al espacio suborbital con dos pasajeros en sólo quince días. La nave va propulsada por un motor cohete que consume un combustible sólido mezclado con óxido nitroso. Fue pilotada por Brian Binnie, diseñada por Buró Rutan, financiada por Paúl Allen y construida en la fábrica Scaled Composites. Para volar fue transportada hasta quince mil metros de altura a bordo de un avión White Knight. A partir de esta distancia de la Tierra, la nave enciende su motor hasta alcanzar los 112 km. de altura. Para regresar a la Tierra, pliega sus alas y las vuelve a desplegar para aterrizar en un aeropuerto convencional.
Todos los medios de comunicación del mundo destacaron el hecho por ser la primera nave espacial construida por el capital privado, aunque es evidente que su tecnología provenía de las fuerzas armadas. Un ejemplo más de cómo la actividad productiva comercial avanza gracias a la inversión en ciencia y tecnología en el campo militar. No nos enorgullece.
Las puertas están ya abiertas para que se desarrollen empresas mercantiles dedicadas a la oferta de turismo espacial. De momento es obvio que no será masivo de inmediato. Del resto,… el futuro dirá.