Cuatro barcos. Cuatro viajes. Cuatro maneras de moverse por el Chile que se desparrama en canales e islotes, en glaciares y selvas frías. Está la travesía de lujo (Atmosphere), la clásica (Skorpios III), la ruta de inspiración científica (Mare Australis) y la aventurera (Noctiluca). Cuatro formas de acercarse al país menos conocido…
Atmosphere, el sofisticado
Navegación gourmet
El día comienza bien abordo del Atmosphere, y termina tanto mejor. Ya verá. La rutina diaria parece el guión de una película de multimillonarios. De magnates con muy buen gusto –valga la aclaración– y fanáticos de la naturaleza.
La historia es así: con una copa de champán, escuchando en hi-fi el sonido relajante de la banda islandesa Sigur Rós y mirando palafitos desde la cubierta del barco, la navegación comienza en Puerto Montt para internarse, sin rumbo fijo, por fiordos y canales patagónicos.
En el Atmosphere les gusta hablar de "improvisación planificada", cuestión que se aplica a la hora de trazar la ruta de cada viaje, que siempre depende de las condiciones meteorológicas y el estado del mar. Así, en un día cualquiera, después del desayuno, las opciones son tres: tomar uno de los dos helicópteros para hacer trekking y subir un volcán, kayakear por un fiordo para ver lobos marinos a un par de metros de distancia o tomar un jet boat –que alcanza hasta 150 kilómetros por hora– para ir a mirar delfines chilenos en un fiordo de postal.
A mediodía, todos los grupos vuelven al Atmosphere para subir al helicóptero y partir a almorzar a la cima de un cerro, con una panorámica de 360 grados insuperable: montañas nevadas por un lado, un fiordo azul por el otro, el océano Pacífico al fondo y, en el cielo, un cóndor planeado.
Sobre las mesas el panorama es todavía mejor con los vinos y platos seleccionados por el consagrado Guillermo Rodríguez, el chef a cargo de todo lo que se come y bebe a bordo del Atmosphere desde el inicio de sus operaciones en 2006.
Concebido como un lodge de pesca flotante en principio, con el tiempo su oferta fue variando para enfocarse también en la exploración de la naturaleza y, desde ahora, en travesías con énfasis culinario y más cortas (ver recuadro) con el fin de atraer a pasajeros chilenos, pues hasta hoy el 90 por ciento de los pasajeros son extranjeros. Y no se trata de cualquier forastero: el rumor dice que a arriba han estado miembros de la realeza europea, millonarios del peso del venezolano Gustavo Cisneros y actores hollywoodenses como Michael Keaton.
Además de comer en la cumbre, el almuerzo también puede ser un asado de wagyu y cordero frente a un lago solitario que refleja como si fuera un espejo los árboles y cumbres nevadas que lo rodean, para después volver a tomar el helicóptero e ir a comer el postre frente a un glaciar. Más tarde, otra vez al Atmosphere.
De 47,5 metros de largo, la nave cuenta con más de 80 embarcaciones menores para expediciones, 32 tripulantes y, lo mejor, no tiene televisión ni internet. En la cubierta superior, el atardecer se convierte en un recuerdo imborrable mirando el paisaje mientras se toma un baño con aguas marinas calientes, o se hace talasoterapia, en alguno de los cinco jacuzzis. Después, tal vez un sauna o derecho a la ducha para esperar la cena en la sofisticada y cómoda sala de estar que está junto al comedor.
Ya de noche, todo termina en su punto más alto con la cena, a cargo de Guillermo Rodríguez o alguno de los 16 chef nacionales y extranjeros que vendrán a cocinar para el programa Tasting Chile, que pretende unir naturaleza y alta cocina enfocada en los ingredientes nacionales.
Como es tradición, a la hora del postre se apagan las luces y se proyecta un diaporama con las fotos del día.
La idea es reír y, de paso, confirmarlo: todo fue real.
PARA NAVEGAR
El Atmosphere tiene varios programas de navegación. El 16 y 23 de abril son las primeras dos salidas del Tasting Chile. Cuesta 3.900 dólares por 4 días y 3 noches, todo incluido, y tiene confirmados a Massimo Funari, chef del Rivoli; al paulista Jun Sakamoto, a Cristián Correa, del Mestizo; y al español Andrés Madrigal. Tel. 414 4600; www.nomadsoftheseas.com
Fuente: Diario El Mercurio/Por Rodrigo Cea, desde el Atmosphere.
Noctiluca, el aventurero
La buena vida
Life is good today. Doug, flaco, canoso, las manos enfundadas en la corta chaqueta de pescar, cree que la vida es buena así que respira tan hondo que en cualquier momento se escucharán esos pulmones inflándose con aire patagónico.
Sin apartar la vista de la orilla verde profundo de Puerto Antonio, Doug Colonel, de Wyoming, concesionario en el Parque Nacional Grand Teton (al sur del legendario Yellowstone), experto empresario-pescador que ha lanzado moscas en casi cada hermoso rincón del mundo donde un mosquero sueña hacerlo, repite –ahora para sí– life is good today.
Puerto Antonio, donde soltamos el ancla, es una bahía protegida en las Guaitecas, el escasamente conocido archipiélago de la Región de Aysén donde los refugios son tan importantes. Por el viento, claro, capaz de levantar olas que darían vuelta un barco. Incluso a uno bien anclado como el Noctiluca, lanchón confortable, pequeño, de madera, especialmente hecho para hacer circuitos en estas aguas, para meterse por estrechos y poco profundos canales, y de volver para contarlo.
Hoy no hay riesgo. Amanece calmado, bajo un sol que justifica poleras manga corta.
Puerto Antonio se llama así por Anthony Westcott, padre de Martín, capitán del Noctiluca. Ambos marinos experimentados. Anthony, como uno de los pioneros nacionales de la vela y de la exploración en este parte de Chile que no puede recorrerse de otra forma; Martín, como cabecilla de una expedición insólita: la primera vuelta al mundo de un velero chileno.
Noctiluca era el sueño compartido. Un barco para hacer viajes a pedido. De pesca, principalmente, pero listo para ir dónde se le ocurra a los pasajeros, para meterse en rincones. Así, no es raro que Martín pregunte, cada tanto, "¿qué quieren hacer mañana?".
Lo que queríamos era explorar las Guaitecas, donde todo parece tan nuevo e intacto que uno puede llegar, ponerle Puerto Antonio a una bahía bien protegida y dejar que ese nombre se convierta en el oficial. Muy pocas cosas tienen nombre todavía por aquí.
Antonio es una de las escalas fijas en la ruta del Noctiluca. De aquí, en zodiac, se remonta el cristalino río-canal Ballenitas y en veinte minutos se asoman los techos de la Estancia Quitralco, una hermosa propiedad donde espera un asado de cordero al palo, buenas ensaladas y una bota de vino que parece inagotable.
En Quitralco se pueden hacer excursiones. Si no es pescador al menos intente la cabalgata. Buenos caballos patagones se meten al barro y suben y bajan huellas, entre bosques, para llegar al inicio del sendero de la cascada. Desde ahí, todo es caminata. Al final hay una impresionante caída de agua que obliga a quedarse callado y a disfrutar el estruendo del agua contra las rocas.
Regresamos. Espera la comida. Siempre hay buenos platos a bordo. Sencillos, sabrosos, bien preparados, generosos. Pescado fresco, cous cous, langostinos para picar. Notables vinos. Conversación.
Eso pasa con Noctiluca. Uno se acomoda, se instala, conoce a la tripulación, al principio parecen unos tipos simpáticos, lo son efectivamente, y poco después se siente viajando con amigos.
El itinerario dice que mañana haremos escala en Punta Lynch. Y que al día siguiente, surcaremos canales hasta llegar a Puerto Aguirre (bonito y pequeño pueblo encaramado en una colina), y que luego visitaremos Inca (una especie de atolón con una laguna de aguas claras al centro).
Por hoy, la escala imprescindible es ésta: un pequeño muro de cemento ayuda a que el agua caliente que sale de entre las rocas forme una pequeña piscina. Una tina, más bien. Caben dos personas. Tres si se conocen mucho. Es la terma Ballenita, en la entrada al canal.
Es una sensación curiosa. Podemos hacer lo que queramos. Navegar en cualquier dirección. A donde vayamos, difícilmente encontraremos a alguien más.
Doug, que viaja en busca de sitios que ofrecer a los exclusivos clientes-pescadores de su agencia y ahora toma sol sobre una roca, vuelve a la memoria.
Un par de días atrás, con un pedazo de cordero asado en la derecha y una copa de tinto en la izquierda, lanzó la pregunta: ¿Puedes llamarle a esto trabajo?
PARA NAVEGAR
Noctiluca hace viajes a medida (incluso tiene convenios con las Termas de Puyuhuapi y con la Marina y Refugio Isla Jéchica, si quiere agregarlos), y también tiene itinerarios fijos. Cuesta 2.000 dólares diarios por el barco hasta 8 personas, con pensión completa. Más información, tel. 499 3122 y (67) 333 171; www.guaitecas.com
Fuente: Diario El Mercurio/Por Mauricio Alarcón C., desde el Noctiluca.
Pto. Antonio(Chile)
Skorpios, el clásico
El espíritu kawéskar
Las grietas descarnan un corazón calipso hasta que un pedazo de hielo no resiste más y se desmorona con estruendo, haciendo tambalear los icebergs. Y de paso, a nuestra barcaza.
El espectáculo es incomparable: Pío XI es el único glaciar de Campo de Hielo Sur que en vez de retroceder producto del calentamiento global, avanza. Y nosotros, pasajeros del Skorpios III, somos testigos privilegiados frente al más grande glaciar de Sudamérica (1.242 kilómetros cuadrados).
Así es este viaje por los fiordos y canales más australes del mundo, surcando las rutas que siguió el pueblo kawéskar, al que un joven Charles Darwin consideró el último eslabón entre hombre y animal. Un viaje que partió hace algunos días en Puerto Natales, y donde el Pío XI no es el único glaciar que se ve. Un par de días atrás pasamos por el fiordo Peel, admirando el Parque Nacional Bernardo O’Higgins, un área protegida de más de 3,5 millones de hectáreas al que sólo se accede por mar.
El Skorpios, uno de los barcos más clásicos de la navegación turística austral, tiene un casco bien preparado para mover hielos y recorrer esta zona. También tiene lanchones reforzados para explorar más cerca del agua. Y un servicio generoso a bordo (especialmente en comidas: abundantes, bien preparadas).
Esta tarde, la parada es en Puerto Edén, el único poblado donde se puede ver a los descendientes kawéskar. Los que quedan.
Por la noche, el Skorpios vuelve a navegar al sur. Desde el canal Pitt nos internamos a fiordo Calvo, que recorremos en un bote rompehielos en busca de un glaciar, donde los barman sacan hielo del agua, lo pican y reparten whisky para brindar.
Después de almuerzo, el capitán toma el mando y desde el puente enrumba hacia el seno Última Esperanza. Esta noche, habrá cena buffet con puras delicias marinas.
Durante el viaje nos enteramos: los kawéskar también tuvieron días de fiesta. Ocurrían cuando una ballena varaba y, mediante señales de humo, toda la población concurría en sus botes. Esa fiesta podía durar tres meses. La nuestra partirá con New York, New York y habrá premios y actividades de entretención. Nada mal.
PARA NAVEGAR
La cabina en la ruta Exploradores Kawéskar cuesta desde 2.700 dólares por persona en temporada alta. www.skorpios.cl
Fuente: Diario El Mercurio/Por Sylvia Bustamante , desde el Skorpios III.
Mare Australis, el científico
La Patagonia de Darwin
Un pingüino asoma su cabeza mientras nada en la orilla de la bahía Ainsworth y no se deja tomar fotos.
Estamos frente al glaciar Marinelli, que forma parte de la Cordillera Darwin y del Parque Nacional Alberto de Agostini. Sí, en plena Isla Grande de Tierra del Fuego. Una caminata de una hora entre el bosque nativo es parte del espectáculo natural. Tan natural que uno siente limpiarse los pulmones a cada respiro, mientras avanza por un terreno húmedo y fangoso, donde es fácil sentir que nadie ha estado antes. O casi nadie.Todo es parte de la misma ruta que siguió Charles Darwin en 1830, cuando integraba la expedición del Beagle a cargo del capitán Fitz Roy, y que es también el recorrido del crucero Mare Australis por la Patagonia.
El Mare Australis es un crucero de expedición, no de fiesta o uno de esos gigantescos armatostes de 20 cubiertas. Es muy cálido, y tiene lo necesario para que los pasajeros se sientan cómodos.
Como la idea de este rutero es conocer, aunque sea en parte, la impronta de Darwin en esta región, hay charlas a bordo. En ellas, uno se entera de que, muy joven, el famoso naturalista pasó por estos lugares cumpliendo varias tareas. Entre ellas, dibujar mapas de la Patagonia que –dicen los guías del Australis– siguen siendo sorprendentemente precisos.
El barco hace, además, varias escalas legendarias, y quizá la más esperada sea el temible Cabo de Hornos, donde se encuentra el último faro de América del Sur, habitado por una familia que durante un año velará por las rutas marítimas y el parque nacional.
PARA NAVEGAR
El Mare Australis recorre desde Punta Arenas hasta Ushuaia, en Argentina. Este circuito darwiniano cuesta desde 1.400 dólares por persona, en un viaje de cinco días. www.australis.com
Fuente: Diario El Mercurio/Por Leslie Aguirre, desde el Mare Australis.