Los paisajes de los archipiélagos de la Polinesia obligan a preguntarse si este no es el paraíso, el paraíso, dónde está. La suya es de una belleza tan descaradamente perfecta que parece irreal. Y el turquesa imposible de sus aguas, alguna creación de photoshop. Pero no. Qué dificil es hablar de la Polinesia sin caer en un rosario de lugares comunes que la comparan con el mismísimo paraíso. Lo que se conoce como Polinesia…
Francesa, conviene aclarar, son en realidad 118 islas agrupadas en cinco archipiélagos, 118 pedacitos de paraíso que en el mapa apenas se insinúan como una mancha esfumada entre Australia y América. Algunas turísticas, otras menos, un puñado directamente deshabitadas, todas las islas tienen algo en común: son mucho más que aquella postal de mares traslúcidos y palmeras lánguidas que reproducen hasta el cansancio los folletos turísticos. Veamos algunas de ellas, desde las clásicamente bellas hasta las más salvajes, remotas o solitarias.
Tahití. En esta isla de montañas abruptas, valles profundos y playas de arena negra vive la mitad de la población polinesia, 127.000 habitantes. Papeete, la capital, es lo más parecido a una ciudad que puede encontrarse en este rincón del mundo, con rutas, semáforos, tiendas fastuosas o bulliciosos puestos callejeros. Parada obligada para viajar a otras islas, vale la pena visitar su colorido mercado central y comer en las roulottes frente al puerto, cuando los trailers despliegan su pintoresca oferta culinaria.
Moorea. A apenas 17 kilómetros de Tahití, la mística isla en forma de estrella, antiguo refugio de la realeza tahitiana, es un remanso de palmeras, cascadas, amplias bahías, playas de arena coralina y picos escarpados. El punto más alto está en el monte Belvedere, desde cuyo mirador se aprecian las gamas de ese mar que alterna los verdes transparentes con los índigos más profundos. Nadar con delfines es uno de los imperdibles atractivos de la isla.
Manihi. Es fácil olvidarse del mundo en este atolón desolado, 500 kilómetros al norte de Papeete y enclavado en el archipiélago de Tuamotu. Prueba de la pureza de sus aguas es que aquí comenzaron a cultivarse las afamadas perlas negras de Polinesia, en 1968.
La visita a una de estas granjas es una de las actividades favoritas de los que llegan a Manihi, que no son muchos. Otra es bucear en el único canal que conecta la espléndida laguna (el mar protegido que queda encerrado en un cinturón de coral) con el océano abierto, pasear por sus playas desiertas, bañarse en sus aguas cálidas. En este atolón no hay caminos ni montañas ni ríos. Todo gira en torno al mar.
Bora-Bora. Es, por lejos, la más turística de todas las islas, la preferida de los recién casados y la expresión máxima del lujo en Polinesia. Aquí surgieron los célebres bungalows sostenidos sobre pilotes, simples chozas por fuera, puro confort por dentro. El piso de vidrio o la mesa ratona transparente, para ver el ir y venir de los pececitos, es un clásico de estas cabañas. También hay equipo de snorkel en el placard y escaleras en el deck que bajan directamente al mar.
Aunque abundan las travesías 4×4 para recorrer la isla y el impactante cerro Otemanu, lo mejor es dejarse encandilar por el azul insospechado de la laguna, esperar el desayuno que llega a la habitación en piragua, y disfrutar sin culpa de tanta maravilla.
Tahaa. Diminuta, impecable, soñada, también se la conoce como la "isla de la vainilla", ya que en su tierra se cultiva el 80% de esta orquídea. Aunque recién comienza a asomarse al turismo, cuenta con uno de los hoteles más sofisticados de Polinesia, el Tahaa Private Island & Spa, y un jardín de coral que es la envidia de cualquier buzo (aunque un simple equipo de snorkel alcanza para asomarse a aquel extraordinario mundo submarino).
Huahine. Los amantes de los deportes acuáticos descubrirán aquí un lugar ideal para bucear, hacer kayac y, ¡sorpresa!, también para practicar surf, ya que en los pasos que comunican la laguna con el mar abierto, las olas son óptimas. Adentrarse en los arrecifes para ver tiburones de cerca es otra experiencia que, lejos de intimidar, sorprende por la placidez e indiferencia de los escualos.
Huahine es sede de uno de los yacimientos arqueológicos más extensos y mejor conservados de la Polinesia, el marae (templo) de Maeva. A pesar del progreso, la isla ha sabido permanecer auténtica, con pocos hoteles, muchos cultivos de melón y sandía, e isleños que acogen a los visitantes con la sencillez y hospitalidad de siempre.
La Polinesia es Territorio de Ultramar de Francia, lo que significa que el idioma oficial es el francés, sí, pero también que París es el verdadero sustento económico de este centenar de islas. De todos modos, los polinesios han defendido sus tradiciones con tenacidad a lo largo del tiempo, desde los bailes y los vistosos tatuajes hasta el respeto por la familia o la lengua, que tiene un alfabeto de apenas 13 letras.
Con todos los sentidos
►Vista. ¿Hace falta decirlo? Desde el azul sin fondo hasta los diferentes tonos de colores esmeraldas y celestes, el mar polinesio es capaz de hipnotizar a cualquiera. Debajo del agua, la vida submarina también se despacha con un encendido y espectacular caleidoscopio de colores.
► Olfato. Basta poner un pie en cualquier aeropuerto de este verdadero paraíso para sentir el aire impregnado con su perfume. Es el tiare, la flor nacional, la que usan las mujeres detrás de la oreja y la que, en forma de collar, recibe el visitante a modo de bienvenida en cada isla. La vainilla, por cierto, también tiene un aroma penetrante y dulzón, y se puede disfrutar en cualquiera de sus envases: en chauchas, hebras de te, aceite y jabón.
► Tacto. Si se anima a acariciar una raya, descubrirá que ese cuerpo viscoso y gelatinoso también puede ser suave, y que las criaturas son además sumamente amigables (más aún si se las alimenta, actividad común en varias islas).
► Gusto. El mahi-mahi, pescado tradicional, es absolutamente exquisito cuando se lo sirve bien marinado con limón y leche de coco.
►Oído. Los acordes del ukelele resuenan en el aire de todas las islas, donde no hay polinesio que se precie que no sepa arrancar una melodía a esta suerte de guitarrita.
Cómo llegar
LAN es la única aerolínea que hace el trayecto de Buenos Aires a Papeete. Tiene dos vuelos semanales, con escala en Santiago de Chile e Isla de Pascua. Desde la capital del país trasandino, son 11 horas de vuelo. Si se suma la superficie de los cinco archipiélagos que conforman la Polinesia se obtiene una superficie similar a la de Europa (cuatro millones de kilómetros cuadrados).
Fuente: Diario La Capital / Suplemento