Si no hubiera fronteras, la Patagonia sería como en realidad es: una sola. Pero hay límites. Y eso, más que un problema, sirve de excusa para conocer El Calafate y El Chaltén, en Argentina. Dos rincones que muestran la otra cara de esta mítica región del fin del mundo. Quienes ayudaron a crear el mito de la Patagonia nunca hicieron la distinción. No la hizo, por ejemplo, el célebre Bruce Chatwin en su libro En la Patagonia. No la hizo, tampoco, Paul Theroux, autor de El viejo Expreso de la Patagonia. Para ellos la Patagonia era, simplemente, una sola. Ni chilena, ni argentina. Sólo Patagonia. A secas…
Pero hubo mucho tiempo en que a este territorio mítico sólo se llegaba desde el lado argentino del mapa. Chatwin, por ejemplo, buscaba la cueva del Milodón, en Puerto Natales, movido por un recuerdo de infancia, pero para llegar allí recorrió la región desde el trasandino Río Negro -donde marca expresamente el inicio de la Patagonia (esto es, a la altura de Bariloche, o Puerto Montt)- hasta Ushuaia, y sólo después atravesó hasta Punta Arenas. Theroux, en tanto, viajó en tren desde Bariloche hasta Esquel, donde experimentó la «paradoja» de la región, como explica en su libro: «Para estar ahí, ayudaba ser un miniaturista, o estar interesado en los enormes espacios vacíos. No había zona de estudio intermedio. O la inmensidad del espacio desierto o el espectáculo de una minúscula flor. Había que elegir entre lo minúsculo o lo vasto».
Así se fueron distinguiendo los hitos de la inmensa Patagonia argentina: Bariloche, El Bolsón, Puerto Madryn, El Calafate y Ushuaia. Cada uno con un destino. El Calafate, por ejemplo, es la puerta de entrada al gigantesco glaciar Perito Moreno. Décadas después, El Chaltén, justo en la frontera con Chile, surge como un pequeño poblado a los pies del cerro Fitz Roy. Nacido para hacer soberanía, hoy es refugio de turistas aventureros. Una evolución que sintetiza, de algún modo, la historia de este rincón del mundo.
Las diferencias del lado argentino con el chileno, más verde y frondoso, se hacen evidentes apenas aterrizas en El Calafate. La pampa, fría, seca, ventosa, te traga. Te sientes como en el Altiplano, aunque estés en el fin del mundo. Aquí, diría Theroux, los pájaros vuelan demasiado alto como para observarlos. No hay insectos. No hay olor.
El Calafate fue fundado por decreto en 1927, para hacer soberanía en el fin del mundo. Ubicado a orillas del enorme lago Argentino -de intenso color celeste, que contrasta con la sequedad del entorno-, su nombre viene de unas bayas que abundan aquí, y que explican la producción de infinidad de dulces. Quien ha estado del lado chileno seguro escuchó que comer calafate implica regresar a la Patagonia. Pues bien, en el lado argentino dicen lo mismo.
Alguna vez éste fue territorio de mapuches, que se mezclaron con los nativos tehuelches. También de miles de gauchos que históricamente han cabalgado sin fijarse en fronteras. Sus habitantes hoy tienen parientes en Puerto Natales o en Río Turbio (dos pueblos vecinos a esta altura geográfica), y muy a menudo se visitan. Será por eso que, a pesar de la diferencia de paisajes, El Calafate se siente familiar de inmediato.
La ciudad vive del turismo. Hace unos años, incluso, se hablaba de boom: en 2004, La Nación de Buenos Aires describía a El Calafate como la nueva meca del turismo argentino. Pero, tras la crisis, hubo un ajuste. Varios hoteles cerraron o tuvieron que bajar sus tarifas. Y esto pese al apoyo que la presidenta Cristina Fernández le ha dado: en febrero pasado, por ejemplo, anunció tres nuevos vuelos diarios desde Buenos Aires. Los Kirchner son de esta provincia, Santa Cruz. Su casa de veraneo está al lado del hotel más exclusivo de El Calafate, Los Sauces (ver recuadro), el que, por cierto, pertenece a su familia, como varios otros.
Hoy los hoteles, restaurantes y tiendas lucen somnolientos. Sólo se ven algunos tipos canosos con parkas y cámaras colgadas al cuello, vitrineando en tiendas de ropa Columbia o North Face. En el lago, una solitaria pareja de europeos intenta llevarse la postal de regreso, con unos patos que nunca se alinean. Más allá, un viejo trata de enseñarle a pescar a su nieto de unos cinco años. Todo es silencio. Calma.
Está claro: El Calafate es para quienes buscan sentir «la nada» de la Patagonia, como diría Theroux. Y, también, admirar su salvaje naturaleza. La ciudad es la puerta de entrada al Parque Nacional Los Glaciares, tal vez la mayor atracción de la Patagonia argentina: recibe unas 300 mil visitas al año (el doble de las que llegan a Torres del Paine, por ejemplo). La estrella es, sin duda, el imponente glaciar Perito Moreno, cuyo acceso es muy, muy fácil: una carretera pavimentada (71 kilómetros desde El Calafate) conduce a una serie de pasarelas -renovadas hace un año- que dejan justo frente a los hielos, verdaderos edificios de 60 metros de altura que caen y estallan furibundos en el agua, sin ningún tipo de bombas ni máquinas demoledoras.
Todo por obra y gracia del calentamiento global.
Aunque monótonos, los caminos de este lado de la Patagonia no dejan indiferentes. Chatwin lo explicaba muy bien: «(Este desierto) ocupa un lugar en los anales de la experiencia humana. Charles Darwin juzgó irresistibles sus cualidades negativas».
Para llegar a El Chaltén, el otro hito de esta parte de la Patagonia, hay que internarse en la pampa durante 220 kilómetros, bordear lagos y emular a Butch Cassidy: la ruta pasa por La Leona, una antigua hacienda ganadera hoy convertida en hotel donde, dice la leyenda, estuvo escondido alguna vez el mítico ladrón estadounidense, junto a Sundance Kid y su mujer.
Tras eso, la pampa vuelve a tragarte. Hasta que de pronto, oculto entre las nubes, aparece El Chaltén, un pueblito mucho más pequeño, rústico y despeinado que El Calafate, con sólo un puñado de casas construidas sin mucho orden y un par de calles asfaltadas. Lo espectacular es su ubicación: está a los pies de la cadena montañosa que encabeza el monte Fitz Roy, una de las más lindas del planeta cuando se puede ver, pues sus picos -puntiagudas moles de granito, con paredes nevadas y glaciares colgantes- suelen estar cubiertos por una nube, que los tehuelches confundían con humo (para ellos el Fitz Roy era el «Chaltén», o «montaña que echa humo»).
El Chaltén se ha convertido en un paraíso para escaladores en busca del Fitz Roy y para amantes de las caminatas. Los argentinos le llaman «la capital nacional del trekking», pues hay decenas de senderos que se internan entre bosques y montañas (el principal es el que conduce en siete horas a la base del Cerro Torre), bien similares a los de Torres del Paine, claro que con menos verde. Y con menos fauna alrededor.
Lo que uno más ve al llegar a El Chaltén son tipos con mochila al hombro, bototos y bastones de trekking, casi todos europeos de barba descuidada y europeas de piernas musculosas, que están caminando o armando su carpa en el camping de la entrada o tratando de protegerse del viento, que puede alcanzar fácil los 120 kilómetros por hora.
Por eso, las peluquerías aquí son un muy mal negocio.
El Chaltén tiene historia con Chile. Se le considera el pueblo más joven de Argentina. Fue fundado recién en 1985, por razones geopolíticas: está a 40 kilómetros de la famosa Laguna del Desierto, símbolo de las disputas limítrofes de la zona. En 1965, gendarmes argentinos y carabineros chilenos se enfrentaron a balazos aquí; y en 1994, finalmente, un jurado internacional falló su soberanía a favor de Argentina.
Por eso, los primeros pobladores de El Chaltén llegaron a hacer soberanía, pero también buscando paz en el fin del mundo. «Así llegó mi madre, la fundadora de La Cervecería», dice Manuela Del Río, administradora del bar más famoso del pueblo, donde hacen cervezas artesanales (y que se llama así, La Cervecería, pues hay una sola, como también existe La Chocolatería). «Si bien El Chaltén ha crecido harto, todavía mantiene su esencia. Hace unos años el agua que bebíamos venía directamente del río y los glaciares. Ahora se exige clorarla, pero igual es pura».
-¿Y cuál es la esencia de El Chaltén? -le pregunto una noche en La Cervecería.
-El viento. En El Chaltén el viento te golpea la cara, y debes estar dispuesto a soportarlo. Además, aquí hay que caminar. ¿Qué hacés mañana?
-Vamos al glaciar Viedma.
-Ah. Buena caminata.
«Buena caminata» es casi como decir «que te vaya bien» en El Chaltén. Y el trekking por el glaciar Viedma es una de las excursiones clásicas: después de navegar por el lago homónimo, el catamarán te deja sobre un roquerío de color óxido, desde donde caminamos hasta el comienzo del glaciar, una de las tantas lenguas del gran Campo de Hielo Sur (que está en Chile y en Argentina). Una vez allí, nos ponemos los crampones en los pies y comenzamos el ascenso. Aunque el entorno intimida, el trekking no es duro: vamos con un grupo de jubilados japoneses full equipo que disfrutan como niños. Nos enterramos en el hielo, y luego desde lo alto, admiramos el inmenso lago celeste y las intrincadas formaciones del hielo, que parecen espuma petrificada.
El día es esplendoroso. Sol radiante, ni una pizca de frío, ni de viento.
Un día perfecto para entender que en la indomable Patagonia, la misma que describieron Chatwin y Theroux, la misma que uno experimenta cuando viaja por esta parte de Sudamérica, también existe la tregua.
El resto es parte del mito.
Datos prácticos
Llegar
Desde Chile se puede volar a Puerto Natales y atravesar la frontera por el paso Dorotea hasta El Calafate. De allí a El Chaltén son 220 kilómetros. Otra opción es volar a Buenos Aires e ir a Aeroparque para hacer los vuelos internos.
Dormir
En El Calafate: lo más exclusivo es Los Sauces. Miembro de Small Luxury Hotels of The World, se trata de cinco «casas patagónicas» con 38 suites en total, todas finamente decoradas, cada una distinta de la otra. Destaca la suite Evita, ambientada con cuadros con su imagen y muebles de época. Habitación sólo desayuno, desde 393 dólares. Programa con comidas, bebidas sin alcohol, excursiones y traslados, desde 600 dólares diarios por persona. Tel. (54-11) 4348 5288; www.casalossauces.com El Chaltén: la opción de lujo y comodidad es Los Cerros. Con notable vista, excelente gastronomía, cuartos confortables y spa, tiene programas de 2 y 4 noches desde 816 dólares por persona, incluye comidas sin bebidas alcohólicas, traslados y excursiones. Tel. (54-11) 5277 8200; www.loscerrosdelchalten.com INFORMACIÓN
En
MÁS
www.elcalafate.gov.ar
www.elchalten.com
Fuente: Revista Domingo Diario El Mercurio/Sebastián Montalva W., desde El Calafate y El Chaltén, Argentina.