Conocer el Machu Picchu es uno de los sueños que todo viajero desea cumplir. Está ubicado en la vertiente oriental de la cordillera de Vilcanota, en Perú, a 112 kilómetros de distancia del Cusco. El acceso se hace a través de la vía férrea paralela al río Urubamba, de las que se desprenden senderos que constituyen el legendario Camino Inca. Los rieles y las sendas se pierden entre túneles, cumbres de nieves eternas como el Verónica y Wakay Wilka a 5.600 metros sobre el nivel del mar (msnm)…
Las paredes cubiertas por enredaderas, alisos, helechos, pisonayes, queñoas y estridentes orquídeas multicolores acompañan el trayecto permanentemente. Las palabras no alcanzan para transmitir toda la belleza que enmarca a la capital espiritual del Machu Picchu. También se la llama la «Ciudad Cristal», porque está asentada sobre uno de los basamentos de cuarzo más grandes del planeta y en las noches de luna llena, la antigua ciudad incaica brilla en forma natural por el efecto de reflejo de luz sobre las piedras.
Para que el viaje al Machu Picchu sea completo es una muy buena opción poder dormir en Aguas Calientes, al menos una noche antes y una después de la visita, sobretodo si coincide con las festividades de La Virgen del Carmen que es el 16 de julio. Allí se comparte el movimiento, la alegría con las cofradías que bajan con sus comparsas, ofrendando danzas, música y vestuarios a la «Santa Carmela» enfrente de la iglesia sobre la plaza.
Es imposible no caminar en Aguas Calientes. Las callecitas de piedra del pueblo peatonal son una tentación. Un bar al lado del otro, venta de artesanías, restaurantes y pizzerias con hornos a leña, música en vivo, gente de todo el mundo andando con bastones, con mochilas, gorros, cámaras y mapas en mano, invitan a sentarse y observar. Es un deleite para los ojos.
Los baños de aguas termales, de ahí el nombre del pueblo, le ponen un encanto muy particular. Están dispuestos en cálidas piscinas con temperatura de unos 40º de promedio, recostadas sobre la profunda quebrada. Cuentan con vestuarios, baños, guardarropas y un pub temático donde vale la pena tomarse un «pisco souer». Las aguas mineralizadas reponen el cuerpo y las estrellas que se ven por la noche desde ese lugar reponen el alma.
Desde las seis de la mañana se encuentra gente haciendo cola para tomar un minibús que en 20 minutos lo deja en el ingreso al «Santuario», tras subir por el vertiginoso camino de cornisa llamado «Puente Ruinas». En la entrada al Parque Nacional se tiene que presentar el pasaporte o DNI junto al ticket y luego de atender las recomendaciones de los guardaparques se comienza a caminar.
En pocos minutos se gana altura y si se tiene el privilegio de contar con un excelente guía como Alexis, mejor. Este guía lleva a sus pasajeros con los ojos cerrados hasta el mirador para que los vayan abriendo de a poco y permitan que la sorpresa los conmueva. Verde, piedra, cielo azul, selva. Felicidad por haber llegado. Estar parados sobre el «Santuario» con los pies separados, bien afirmados sobre la madre tierra imitando la forma de los cerros, permanecer en silencio y abrazar a los compañeros de viaje es uno de los regalos que toda persona merecería recibir al menos una vez en la vida.
Geografía sagrada
El Machu Picchu, de 2.350 msnm (montaña antigua) está al lado del Huayna Picchu (montaña joven) como cuidándose uno con el otro, los dos formando una pareja divina, y un poco mas allá el Putukusi (montaña feliz) a modo de eje central que sumándose al cerro Sachapata conforman un primer anillo montañoso.
Si ampliamos más la visión se observa un segundo anillo concéntrico de cerros formado por los circundantes San Gabriel, San Miguel, Cedrobambaorco, Masaqaqa; Wairaqtambo e Intipata, y al pie de estos cerros corre el río Urubamba, con fuerza, con curvas como si fuese un hilo que va uniendo el conjunto paisajístico a través del movimiento del agua. Entonces es inevitable pensar en las maravillosas formas de visión cósmica que poseían estas culturas. ¡Qué capacidad de compenetración con el universo!
Cuando los pueblos ancestrales andinos se referían al «Yanantin» querían representar el principio de complementariedad entre el par y el impar; izquierda y derecha; abajo y arriba; adentro y afuera, entre lo femenino y lo masculino. En donde la conjunción de ambos elementos simbólicos representaban el todo. El Yanantin era aplicado en la vida cotidiana, la vida misma estaba inspirada en la idea de la dualidad y ciclos naturales. Desde la elección del terreno para ubicar sus asentamientos hasta los mínimos detalles de funcionalidad, cultivos, ingeniería, educación, economía y artes. En todo prevalecía la relación constante entre un micro y un macrocosmos.
Apacheta y Puente del Inca
La consigna es visitar con calma cada rincón del Parque Arqueológico Machu Picchu, poniendo a prueba los sentidos, sin apuro. Se recomienda comenzar el recorrido desde afuera del conjunto arqueológico, por un camino externo donde es menor la cantidad de visitantes.
En primer lugar es conveniente armar respetuosamente una apacheta (ofrenda de piedras) para pedirle permiso y protección a la montaña. La sencilla ceremonia se puede hacer en uno de estos recintos especialmente destinados, donde la sacerdotisa se ubicaba mirando siempre hacia las nacientes del sol para iniciar el ritual. Este alero de altura o roca sagrada sobresale y se divisa permanentemente desde cualquier punto del parque y sirve como referencia.
Otro rincón mágico y poco frecuentado para visitar antes de ingresar es el Puente del Inca. Se llega por un angosto sendero marcado en la ladera, con mas de 400 metros de caída libre. Es uno de los pocos lugares con sombra del Santuario. El caminito de a poco se transforma en una sucesión de escalones tallados sobre roca viva que conducen hacia un diminuto pero fuerte puente de madera suspendido en el vacío uniendo precipicios.
Además de tomar impresionantes fotografías, conviene escuchar el sonido que emiten las aves que habitan en los enmarañados túneles vegetales. En julio hay una gran cantidad de golondrinas tornasoladas, colibríes y mariposas que sobrevuelan acompañando la marcha de los caminantes, y si se agudiza la vista es posible encontrarse con algún oso de anteojos hamacándose entre las ramas.
Conjunto arqueológico
El inca construía en forma simple, porque es en la simpleza donde está la armonía. Toda la obra incaica está íntimamente ligada a la naturaleza. Si observamos la andenería notamos que las terrazas destinadas al cultivo están orientadas hacia el este y las del lado oeste funcionaban como contenedoras del terreno en forma de gaviones. Las construcciones están divididas en el sector agrícola y el sector urbano. Representando al hombre con la forma del puma el espacio llamado «kaypacha», que es la tierra, de características rústicas. Representando a lo espiritual, el sector religioso o hananpacha, con la forma del cóndor dedicado a las divinidades.
Como complemento de estos dos mundos se encuentra el tercero, el de la serpiente, que simboliza el conocimiento, la sabiduría, el subsuelo, el mundo de los muertos llamado hujupacha. Componen el conjunto la casa del guardián, la tumba real, las fuentes litúrgicas, la casa del sacerdote, el sector de las canteras, la roca sagrada, la sacristía, el templo de las tres ventanas, culminando este sector con el enigmático Intihuatana donde se estudiaba a los movimientos del sol para trabajar la tierra mediante un calendario agrícola.
Al cruzar la plaza o foso seco se accede a otras dependencias por donde generalmente el público no llega. Aquí se puede entrar al templo de las sanaciones, donde en el piso hay una camilla de piedra, perfectamente adaptada a las proporciones del cuerpo humano, para que al acostarse quede en total estado de relajación. Los incas conocían adelantados sistemas de operaciones quirúrgicas y curas naturales.
Los principios astronómicos, astrológicos y físicos caracterizaban sus edificaciones. La previsión, la veneración y la verticalidad los identificaban. Dedicaban ciudades enteras con formas inspiradas también en las constelaciones estelares, que a diferencia de las occidentales consideraban como tal a los espacios vacíos o a las manchas negras que dejaban el conjunto de estrellas.
Antes de continuar, se puede tomar un descanso en la entrada al cerro Huayna Picchu, donde hay un par de refugios techados con ichu (paja brava) y cómodos asientos. Dicen que por ahí «soplaba el viento trayendo frescura» y realmente es lo que se siente, especialmente alrededor de las dos de la tarde cuando el sol quema. Otro punto interesante son las viviendas, cárceles, depósitos y sala de morteros a los que se les ponía agua y por el efecto de espejo se estudiaban los fenómenos del cielo.
Un buen lugar para concluir el recorrido es en el templo del Cóndor. Entonces es el momento de quedarse completamente solo, si es posible a la vueltita, en la «sala de los amautas», alero cubierto por pequeños cristales de cuarzo. Para contemplar el lugar, para comprender porque la Chacana (cruz andina) es la síntesis de toda una gran cultura haciendo alusión a los cuatro puntos cardinales, a las cuatro regiones que veneraban al sol, al no robarás, no mentirás, al no haraganearás, a los tres mundos, a las cuatro estaciones, a los siete días de la semana, a los doce meses del año, a los solsticios, a los equinoccios, al trabajo comunitario, al familiar, al estatal, al fuego, al aire, a la tierra, al agua.
Es en los Andes sudamericanos donde se fusionan la magia y la energía, los misterios y las verdades, lo sagrado y lo originario. Es el momento para respirar profundo, conectarse con los apus, con los espíritus ancestrales manifestados en todo lo que nos rodea. Es el momento de concentrarse. Es el momento de abrir los brazos, mirar hacia el Putukusi y entregarse por completo, desde el corazón a las maravillosas fuerzas transformadoras de la vida.
Fuente: Karina Primo /Suplemento Diario La Capital
Foto:sobre-peru.com