La Reserva Luro y el Parque Nacional Lihué Calel convocan a los amantes de los paisajes agrestes. Trekking, camping y avistaje de fauna. A medio camino entre la costa atlántica y las altas cumbres andinas, La Pampa ofrece su propia y misteriosa versión de la naturaleza:..
allí donde las tierras húmedas dejan paso a la estepa y luego al monte, crecen bosques de caldenes y asoman las primeras sierras. Entre unos y otras se encuentran la reserva provincial Luro y el Parque Nacional Lihué Calel.
Lejos de los rigores del invierno y a salvo también del calor estival, los meses de otoño y primavera son los mejores para visitar la zona. A 35 km de Santa Rosa, en el Parque Provincial Luro, marzo y abril marcan el protagonismo de los ciervos: por única vez en el año, los ejemplares machos salen de los montes para llamar con sus bramidos a las hembras. La primavera es el tiempo de las aves y a su avistaje concurren aficionados y curiosos de todo el país.
El parque alberga la mayor reserva natural de caldenes del mundo. A principios del siglo XX, en estas tierras -entonces pertenecientes al médico Pedro Luro- funcionaba un coto de caza. En esa época fueron traídos los primeros ciervos colorados, cuyos descendientes dan fama al lugar, y fue construida la señorial casona, transformada en el museo El Castillo. Una visita guiada permite admirar los salones, la cocina y, en el camino hacia el camping, la sala donde se exhiben antiguos carruajes.
Desde la entrada del parque hacia la derecha, un sendero conduce a la laguna y luego pasa junto a los jardines del castillo. Hacia la izquierda, en cambio, se abre el trecho que lleva a través de los caldenales y bordea los médanos. Ambos caminos terminan en el sector de camping y cabañas, donde hay una proveeduría, juegos infantiles y una piscina.
Quienes tienen la suerte de visitar el Parque Luro en octubre o noviembre, pueden disfrutar de la mejor temporada del año si de aves se trata. Más de 160 variedades aprovechan la diversidad natural. Mientras los flamencos y los patos se adueñan de la laguna, los mistos anidan entre los pastizales y en los troncos de los árboles se posan los carpinteros.
La mejor forma de conocerlos es a través de caminatas con guías especializados. Recorren en grupos de hasta diez personas desde los alrededores del castillo hasta la laguna y los bosques.
Apto para todo público
No es necesario ser un experto para disfrutar del paseo. Basta con tener calzado cómodo, hacer silencio y aguzar el oído, hasta que un oportuno canto revele la presencia de un jilguero o de un picahueso. Los guías recomiendan llevar prismáticos y ropa de colores discretos, que puedan confundirse con el entorno.
Entre tanto, 230 km al sudoeste de Santa Rosa, la pampa seca limita con las tierras patagónicas. A la izquierda del camino, un cartel anuncia Parque Nacional Lihué Calel. Hacia la derecha, un segundo cartel agrega: «Sierra de la vida», la traducción del nombre mapuche original.
Sierras bajas, que cumplen un papel clave en esta zona, aparecen en escena. Gracias a ellas, el lugar mantiene la humedad que permite la presencia de montes de chañar y bosquecillos de caldenes, además de los animales.
En medio del páramo circundante, el enclave de Lihué Calel y su conjunto de pequeños arroyos y sombras atrajeron la atención. Hay registros muy antiguos de presencia humana en la zona y, ya en pleno siglo XIX, éste era un importante paso de tehuelches y mapuches en sus travesías desde la provincia de Buenos Aires hasta la región andina.
Abierto todos los días del año, en primavera el parque recibe a los turistas con un paisaje que combina los apagados verdes del monte con el amarillo intenso de las margaritas pampeanas. Apenas se llega, es obligatorio registrarse como visitante.
El lugar cuenta con facilidades para acampar: desde agua potable hasta iluminación, mesas y fogones. También existe la opción de trasladarse hasta un motel próximo, donde funciona un restaurante. En el parque no hay señal de celular, aunque en la Administración funciona un servicio de telefonía restringido, con tarjeta prepaga que el usuario debe llevar de antemano.
Es muy útil pasar por el Centro de Visitantes, montado en la que fue la casa de un antiguo poblador de la zona y muy cerca del área para acampar. De ahí parte el sendero que lleva hasta el cerro de la Sociedad Científica Argentina. Desde lo alto de la elevación -a 589 metros- se accede a una vista única de la extensión del parque, hacia el norte. La caminata para llegar al mirador y volver dura alrededor de dos horas.
Quienes quieren conocer un poco de la historia antigua del lugar pueden tomar el circuito hacia el Valle de las Pinturas. Se va a pie o en auto, con un trecho final de caminata hasta llegar a un alero de piedra con ilustraciones dejadas hace unos 1.300 años por los tehuelches. Aquellos cazadores y recolectores se detenían en el lugar, atraídos por la abundancia de animales y la promesa de un terreno más fértil. Sus huellas siguen aquí, a salvo de la brisa que sopla entre la serranía.
Fuente:María Sol Porta. ESPECIAL PARA CLARIN