El valle de Tafí es uno de los más grandes del mundo. Paisaje andino semidesértico en otoño e invierno y pradera alpina, verde y florida, en el verano. Siempre es merecedor de su nombre, que proviene de la lengua kakán, usada por los aborígenes diaguita-calchaquíes, segunda cultura que habitó el valle alrededor del año 1000. Taktillakta en kakán devino Tafingasta y luego Tafí. Su probable significado: «sitio de entrada espléndida»…
Pero la Reserva Arqueológica Los Menhires, situada en el pueblo de El Mollar, habla de un pasado mucho más antiguo. Atesora más de 100 megalitos a los que se denomina actualmente con el nombre celta «menhires». Fueron esculpidos por los primeros habitantes sedentarios del valle, entre el 300 aC. y el 800 dC. Fueron bautizados menhires por los primeros arqueólogos que recorrieron la región y descubrieron su altísimo valor cultural, pero los nativos continúan llamándolos «piedras largas».
Se encontraban dispersos por todo el valle –sólo unos cuantos estuvieron originalmente en los alrededores de lo que hoy es la reserva– y muchos fueron removidos de sus lugares originales a través del tiempo, a veces con fines utilitarios. En la década de 1970, un gobierno militar los colocó en una loma frente al lago del dique La Angostura, desde donde fueron posteriormente trasladados al actual emplazamiento.
El hombre blanco llegó a la región en el siglo XVI. Se sabe que en 1617, Tafí pertenecía al encomendero español don Melián de Leguizamo y Guevara y en el siglo siguiente, a la Compañía de Jesús. El Museo Jesuítico de La Banda es un muy rústico edificio formado por capilla y convento, que fuera construido por los jesuitas y habitado por ellos desde 1716 a 1767, cuando fueron expulsados de América por Carlos III. Luego fue «casco» de la estancia La Banda y, desde los años 70 del siglo XX –expropiado por el estado nacional– funciona como museo.
Las estancias del valle nacieron a la partida de los jesuitas, cuando una Junta de Temporalidades –así su nombre– remató las tierras que habían quedado vacantes. Vecinos de la Gobernación del Tucumán compraron las parcelas que darían lugar a las estancias. Los «cascos» de casi todas permanecen en pie, y en muchos casos, se han abierto al turismo rural.
«Alójese aquí con la paz de los viejos tiempos» reza un cartel bajo el rústico pórtico que da acceso a la casa de la estancia Los Cuartos. La energía de los dueños está al servicio de que la promesa se cumpla. Quien allí decide alojarse o simplemente visitar el lugar, contratando un té o almuerzo criollos, vivirá la sensación de haber sido esperado.
La estufa encendida en los días fríos olas ventanas abiertas para que entre a raudales el sol en los meses templados, crean una atmósfera de bienvenida. Gruesos muros de adobe, cielorrasos de paja, amplia galería al norte, mobiliario más que centenario impregnado de la historia familiar, profundamente vinculada a su vez, a la historia misma deTafí del Valle.
Un homenaje a los pueblos originarios da la bienvenida en el «guardapatio» y la historia colonial se refleja en el comedor, la biblioteca y las habitaciones del ala oeste del patio central, que datan de más de 200 años, época en que Lidia Zavaleta Silva de Chenaut, tatarabuela de la dueña, hizo levantar el edificio haciendo pie en construcciones preexistentes.
En la estancia, y en lo que fuera la humilde cocina, se sigue fabricando el queso de Tafí, hijo del manchego español e introducido por los jesuitas en esta región, con la receta original. Las manos de la «fabriquera» consiguen, día a día, reeditar el manjar que deslumbró a Domingo Faustino Sarmiento, a Dalmacio Vélez Sarsfield, y al mismo Charles De Gaulle en una feria en París.
El pueblo de Tafí del Valle, tal como se lo conoce hoy, surgió a partir de 1943 cuando se inauguró la ruta de acceso en automóvil. Antes de esa fecha, quienes decidían entrar o salir del lugar, debían hacerlo a lomo de caballo o mula, en viajes que duraban, al menos, dos días con su noche, en medio de la magnífica selva de yungas que separa Tafí de la llanura.
Durante algunas décadas, fue villa veraniega para los habitantes de la capital tucumana que buscaban la temperatura ideal de sus veranos. Luego se convertiría en un franco polo de desarrollo turístico, como lo conocemos hoy.
La Fiesta Nacional del Queso, en días de febrero, nació hace más de 30 años para resaltar la elaboración artesanal del producto y para rendir culto a todo lo «tafinisto». La Pasión de Semana Santa, también convoca a miles de visitantes en esa fecha. Se pueden adquirir en Tafí, además de los exquisitos quesos, dulces, frutas secas, tejidos, bocados regionales, manufacturas en cerámica, asta, madera y cuero crudo.
Como toda propuesta esencial, vale la pena experimentar Tafí de Valle como vivencia. Por eso, la invitación es a recorrerlo profundamente, absolutamente
Fuente:www.lacapital.com.ar/Suplemento Turismo
Fotos:www.tucumanturismo.gov.ar