Chile:Putre,un nuevo norte

Junto a la ruta que une Arica con La Paz, Putre aún vive en paz, pero sabiendo que pronto el turismo reemplazará a la agricultura como principal fuente económica. La cultura aimara, los volcanes, la fauna y los salares son sólo algunos de los atractivos de Putre, el próximo gran destino del norte de Chile…

Cinco minutos hubieran sido suficientes. A fines de agosto pasado, un jueves por la mañana llegué a Putre con el objetivo de comprobar una hipótesis (producto de un rumor, de una intuición, no recuerdo ya de dónde había salido la idea): Putre será el próximo gran destino del norte de Chile.

Estuve un par de días ahí para comprobarlo, pero sólo cinco minutos hubieran bastado.

En Arica, a las 7 de la mañana de un jueves, por 3 mil pesos tomé el bus rumbo a Putre. En el camino -con un sinnúmero de curvas, que sube de cero a 3.500 metros sobre el nivel del mar-, dormí, miré el paisaje y conversé un rato con Eleodoro, un anciano aimara oriundo de Socoroma, un pueblo de cincuenta habitantes cercano a Putre, a quién no le supe explicar qué andaba haciendo -«reportear, conocer, para después escribir un artículo en una revista de viajes»- y que me recomendó tomar agua de coca (para el dolor de cabeza) y chachacoma (para el dolor estomacal) como remedios para evitar la puna.

Después de tres horas bajé del bus y de inmediato partí a mi hotel. Fue entonces, en el camino, en esos cinco minutos, que me di cuenta de que Putre en 5, 10 o 15 años -cuando McDonald’s y Starbucks ya tengan sucursales en San Pedro de Atacama- será el próximo gran destino del norte chileno: sin restoranes de sushi ni hoteles de lujo ostentoso, espero.

Por recomendación de George, el administrador de La Chakana, mi hotel en las afueras del pueblo, esa mañana traté de no moverme mucho, comer poco y tomar mucha agua para aclimatarme a la altura. Desde la terraza de mi cabaña aproveché el tiempo para contemplar el paisaje multicolor de cerros y quebradas, y conversar con George de las distintas opciones de paseos alrededor.

Hablando de tures por el día, me recomendó la caminata de 5 horas al poblado de Socoroma, los dibujos de roca Wilakahuranny, las termas de Jurasi, Parinacota para ver su famosa iglesia, las lagunas de Cotacotani, la Reserva Nacional Las Vicuñas y, por cierto, el lago Chungará, aunque éste paseo no era uno de sus favoritos por la gran cantidad de gente que llega y la basura acumulada debido a que el lago está junto a la carretera.

-¿Y el viaje al Salar de Surire? -le dije.

-Es duro para ir por el día. No es mi favorito, pero vale la pena -respondió.

Me aburrí del ocio y la calma a las cinco de la tarde y, a paso extra lento, partí al pueblo.

En el camino, de 15 minutos, observé terrazas agrícolas, tamarugos, corrales con llamas y alpacas. No andaba mucha gente a esa hora por el centro, salvo una pareja de gringos en la plaza tomando fotos de la iglesia: declarada Monumento Nacional, explicaba un guía, fue construida en 1670 para reemplazar otra destruida por un terremoto, la que -según el mito- habría estado recubierta de plata y oro.

El siglo 16 fue el gran momento de Putre, la época de mayor auge económico, que aún puede reconocerse en los portales y ventanas en piedra tallada de algunas construcciones. La mayoría de las casas en pie hoy, eso sí, datan de mediados del siglo 19, antes de la Guerra del Pacífico, cuando éste era territorio peruano.

Desde que el pueblo pasó a manos chilenas, la vida en Putre -capital de la Provincia de Parinacota- ha estado centrada en el cultivo de alfalfa, papas y la ganadería de llamas y alpacas. Nada de eso había cambiado mucho hasta que a fines de los años 90 los mochileros empezaron a bajarse a menudo de los buses que unen Arica con La Paz para quedarse un par de días en Putre. Entonces, había un hotel, una pensión y una agencia de viajes.

Pero el rumor comenzó a correr y hoy, diez años más tarde, el panorama ha cambiado y en el pueblo hay cuatro agencias de viajes, un par de restoranes con recetas altiplánicas sofisticadas y diez sitios donde alojar: hoteles y hostales construidos sobre todo en los últimos cinco años.

A las 7 de la tarde, cuando el sol se había ocultado casi por completo y no hacía calor, la gente salió de sus casas para ir a comprar el pan. Los niños se tomaron la plaza para jugar, mezclándose con un centenar de gringos que había vuelto de sus paseos por el día y buscaban un banco para contemplar el atardecer. Un panorama simple, que imité con gusto y que prometí repetir pronto, pero no por trabajo.

Aclimatado a la altura, a la mañana siguiente me subí a una camioneta con Franklin Churata, el guía del hotel. La idea era simple: recorrer 90 kilómetros de altiplano en 4×4, tomando algunas fotos del paisaje y llegar hasta el Salar de Surire para ver a los flamencos. Nada más. Y tal vez por eso, por las bajas expectativas, ¿quién sabe?, resultó uno de los mejores viajes que recuerdo.

Gran responsable de todo, de seguro, fue Franklin, tímido en un principio, con el pasar de los minutos al volante fue tomando confianza y ya no hacía falta que le hiciera preguntas para que me contara cosas de su vida (nació en Putre hace 25 años), su trabajo (guía de montaña formado en San Pedro, experto en los caminos del altiplano) y su cultura (la aimara).

Cuando habíamos dejado la ruta internacional que va a La Paz e íbamos ya por una huella que muy pocos conocen hacia el sur, rumbo al salar, comenzamos a hablar sobre la lengua aimara y lo difícil que es su pronunciación.

Renuncié rápido a tratar de pronunciar algunos sonidos, ni siquiera palabras, y preferí aprender de la cultura aimara de primera mano. Mientras afuera quedaban atrás paisajes de otro planeta, con bofedales verdes semicongelados y vicuñas posando para la foto, Franklin comenzó contándome que, pese a estar sólo a unas cinco horas de camino, San Pedro era un pueblo con una cultura totalmente distinta, sobre todo porque ese fue un lugar hasta donde llegó el imperio inca.

En cambio Putre, me contó, quizá por su ubicación a 3.500 metros sobre el nivel del mar, sin mayores riquezas minerales, nunca fue ocupado por los incas, quienes -con mucho éxito- pasaron varios siglos conquistando territorios aimaras.

Con una vida sencilla, basada en una economía agrícola y ganadera -que hasta hoy se traduce en una alimentación en base a papas, quinoa, carne de llama y alpacas-, la cultura aimara se mantuvo intacta hasta la llegada de los españoles a Putre y sus pueblos vecinos, como Caquena, Chapiquiña o Chucuyo, me dijo.

Me sentía un total ignorante cuando, a lo lejos, apareció una pequeña construcción de piedra con techo de paja. Ahí conocí a Alberto Quispe, un pastor aimara de 58 años que vive la mayor parte del tiempo solo a 4.200 metros de altura -su vecino más cercano es otro pastor, a 8 kilómetros de distancia-, y pasa el día cuidando sus llamas y alpacas, acompañado por un par de perros.

De inmediato, Quispe nos invitó a pasar a su casa. Nos ofreció agua de chachacoma y pan amasado. Dentro de la habitación tenía su cocina a leña, un sofá, cientos de cachivaches, un recipiente con un feto de alpaca -«se venden para los rituales (aimaras)», explicó- y un televisor plasma que sus hijos, que viven en Arica, le habían regalado junto a una antena de televisión satelital para que viera el último Mundial de Fútbol.

El pastor, quizá aún emocionado por el gesto de sus hijos, no lo sé, recordó con palabras entrecortadas el gol de Mark González en el uno a cero frente a los suizos. «Estaba solo… pero igual grité como loco», me dijo, y yo, hasta hoy, no paro de imaginar la escena: un pastor aimara celebrando solo en medio del altiplano el gol de un chileno en Sudáfrica (desde ya reservo los derechos para cuando filmen Historias de Fútbol 2).

Cuando terminó de contarme la historia, no sabía muy bien qué decirle a Quispe y lo único que se me ocurrió fue que quería tomarle una foto junto a sus perros y la bicicleta con que pastorea, afuera de su casa. Aceptó sin problemas y se fue a buscar una de las mantas que él mismo teje. «Siempre he tejido», dijo, y me contó que, pese a lo tranquilo que parecía todo, de verdad no era tan así: a 10 kilómetros de la frontera -una línea invisible que aquí es más un concepto que una realidad-, aún hay bandas que cruzan desde Bolivia para robar ganado y que no trepidan en disparar armas de fuego en contra de los pastores.

A la chilena, esta zona es lo más parecido al Viejo Oeste. Tanto que hace un par de años un carabinero murió de un disparo sin un culpable hasta hoy, me contó Franklin cuando ya nos habíamos despedido del pastor.

Mirando la cumbre humeante del Guallatire por la ventana, el guía me explicó que, además, la zona está repleta de huellas y caminos ilegales que cruzan la frontera, los que son utilizados por contrabandistas para llevar autos a Bolivia.

Con seis volcanes que superan los 6 mil metros de altitud, el camino hacia Surire es uno de los más fotogénicos de Chile. Atravesando las aguas del río Lauca -que, al igual que los contrabandistas, cruzan a Bolivia-, aparecen a simple vista aves, bofedales, vizcachas, llamas, y vicuñas, con el telón de fondo imponente compuesto por la cumbre de 6.342 metros del Parinacota y la fumarola del Guallatire, el volcán constantemente activo más alto del mundo, con 6.061 metros de altitud.

Cerca del salar, después de 3 horas de viaje y casi 90 kilómetros, le conté a Franklin sobre un viaje, hace unos cinco años, por los rincones más desconocidos y remotos de San Pedro de Atacama.

-¿Cuál de los dos prefiere? -preguntó.

-El altiplano de Putre -le dije, sin dudarlo. Y eso que aún no veía volar a los flamencos sobre el Surire.

Llegar al Salar de Surire es lo más parecido que he estado de aterrizar en otro planeta. A lo lejos, a 4.200 m.s.n.m., se ve una gran masa azul rodeada de una explanada blanca y cerros cafés en todos los tonos. Claro que, para ser honesto, el planeta Surire estaba habitado por naves extraterrestres: una centena de camiones de 30 toneladas que trabajaban en la extracción de bórax, dentro del mismo salar.

Desde luego, averigüé más tarde, todo era estrictamente legal, pese a tratarse de un Monumento Natural (Salar de Surire), inserto dentro de una Reserva (Las Vicuñas), que a su vez está dentro de un Parque Nacional (Lauca). ¿Conclusión? Las etiquetas y buenas intenciones son sólo eso.

Además de estropear el paisaje y el ánimo del visitante, más importante aún, las faenas han ahuyentado a miles -literalmente miles- de flamencos que han emigrado al sur o hacia Bolivia, escapando del ruido y polvo levantado por camiones y máquinas retroexcavadoras.

Hace cinco años, comentó Franklin, la población de flamencos -de tres tipos: andinos, chilenos y jamesi- era cercana a los 10 mil ejemplares y, ahora, calcula, con suerte son mil, que en su mayoría habitan un rincón del borde norte del salar.

Decidí tratar de olvidar los camiones y la legislación ambiental chilena para tratar de disfrutar el paisaje. Así, regresamos a la camioneta para circundar los 70 kilómetros del salar y observarlo en toda su magnitud.

En el camino, nos encontramos al pastor Apolinario Castro, el único habitante del Salar (además de los carabineros y el guardaparque de Conaf). Vimos ñandúes -«surire» significa «lugar donde se hallan los ñandúes», en aimara- y muchas queñuas, arbustos que crecen hasta los 4.500 metros de altura.

En el extremo suroriente del salar nos detuvimos un rato en las termas de Polloquere, de seguro las más espectaculares de Chile, las únicas en las que uno se puede bañar rodeado de vicuñas salvajes sin nadie más a 30 kilómetros a la redonda (más información en «20 experiencias nortinas», página 20).

A eso de las cinco de la tarde comenzamos el regreso bordeando la orilla sur del salar. Entonces le pedí a Franklin detener un par de minutos la camioneta para tomar unas fotos de los flamencos en el Surire, lejos de los camiones.

Caminé para estar lo más cerca posible de las aves y esperé unos 15 minutos para fotografiar a un grupo de flamencos chilenos volar sobre el salar. No puedo explicar bien la sensación que tuve al ver esa escena -mejor vea la foto en la página 10; usted ya conoce el lugar común: «una imagen vale más que mil palabras»-, y quizá por eso se trata del momento que marcó este viaje.

Hasta hoy, dos meses más tarde, algunos días abro mi computador y hago click en el archivo para ver de nuevo la foto. Trato de recordar la sensación de ver volar a los flamencos sobre el salar de Surire. No puedo.

 

Datos prácticos

Llegar
Buses La Paloma (tel. 58/222 710) sale todos los días a las 7:00 horas desde Arica. El pasaje cuesta 3 mil pesos.

Dormir
A las afueras del pueblo, el Hotel Chakana (cel. 09/9745 9519; www.la-chakana.com) cobra 16 mil pesos por persona por una cabaña doble.
El volcán Parinacota tiene 6.342 metros de altitud.

Fuente:www.diarioelmercurio.com /revista del domingo
Texto y fotos: Rodrigo Cea, desde Putre, Provincia de Parinacota..
 

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