Jamaica, el Caribe en tiempo de reggae

Viaje al lugar de nacimiento y también de eterno descanso de Bob Marley, sin dejar de visitar las mejores playas y las clásicas atracciones en la isla del no problem…

NINE MILE (Jamaica).- Para cualquier amante del reggae, ésta es la tierra prometida. Pero para los más devotos de Bob Marley, el gran héroe de la música jamaiquina, aterrizar en los aeropuertos internacionales de Kingston o Montego Bay es apenas el comienzo de la verdadera peregrinación.

Robert Nesta Marley Booker (1945-1981) no sólo fue la voz máxima del reggae, sino que es uno de los mayores héroes nacionales jamaiquinos. Más profeta que estrella pop, su legado e imagen están presentes donde quiera que uno vaya en Jamaica, desde el más humilde shanty town (o villa), donde su rostro ilustra innumerables muros, hasta el resort de lujo donde, seguro, una banda toca todas las noches sus eternas canciones para un público de mieleros y jubilados norteamericanos.

Sin embargo hay un lugar de especial significado para los fans, casi oculto entre las montañas, bien en el interior de la isla: el pequeño pueblo de Nine Mile, donde el visionario rasta nació y donde sus restos descansan en un mausoleo constantemente visitado por seguidores de todas partes del mundo.

Nine Mile queda a unos 80 kilómetros de Ocho Ríos (provincia de Saint Ann, sobre la costa norte de la isla), uno de los principales destinos jamaiquinos con espectaculares playas, las famosas cascadas del río Dunn y el show de delfines de Dolphin’s Cove, entre otros anzuelos turísticos.

Desde esta ciudad con engañoso nombre en español (no pasan por ahí ocho ríos ni mucho menos) hay que hacer un viaje de poco menos de dos horas. Algunos operadores ofrecen tours, pero también se puede llegar fácilmente contratando un chofer particular por unos 150 dólares.

Peregrinos extremos
Como toda peregrinación, el viaje implica ciertos desafíos. El primero es sobrevivir a la ruta, casi irónicamente conocida como Main Road, un asfalto de carril y medio con subidas, bajadas y tramos de cornisa. Donde dos autos en direcciones opuestas no alcanzan a cruzarse cómodamente, sino que al encontrarse deben apartarse un poco a un costado (no se puede decir que haya banquina) para dejar pasar al otro. A pesar de esto, los jamaiquinos no frenan hasta no ver a otro coche de frente. Al contrario, manejan más rápido que cuando andan por la costa, aprovechando el menor control policial en las colinas del interior. Así que ahí se lanzan, dando cada tanto algunos bocinazos de advertencia para quien se atreva a venir de frente.

Delroy McCormarck, de 52 años, es uno de estos lanzados conductores, a pesar de su afable personalidad en todos los demás aspectos. Y ante la palidez de sus pasajeros y la pregunta de si se producen muchos accidentes en la Main Road, se ríe: «¡Si manejás acá un par de años, te acostumbrás!»

Superado el vértigo, el camino Ocho Ríos-Nine Mile es una oportunidad única, cien por cien disfrutable, para ver otra Jamaica, distinta de la de los resorts modalidad todo incluido.

La ruta atraviesa una selva verdísima y profunda, matizada cada tanto por algún caserío humilde y rural (y la ciudad de Claremont), donde nunca falta un número de bares similar a la cantidad de viviendas. Bares que son habitaciones con paredes ilustradas de la manera más creativa, con un estilo publicitario que hasta se podría codificar, con tipografías y motivos (sobre todo, botellas de cerveza Red Stripe, la Quilmes jamaiquina y el ron Appleton).

Rojo, amarillo y verde
En Nine Mile espera un miniparque temático de Bob. El complejo consiste en un bar, un gift shop (dos, en realidad), la casa donde nació el músico, otra construcción en la que vivió a partir de los seis meses y hasta los 12 años (cuando se mudó a Trenchtown, barrio marginal de la capital, Kingston), y dos mausoleos donde descansan los restos de Marley y su madre (Cedella Malcolm, conocida como Mother B, fallecida en 2008), ambos ubicados seis pies sobre la tierra, según el culto rastafari. En el caso de Bob, dentro de una estructura de mármol traído de Etiopía (Tierra Santa, para los rastas). Cuentan que fue sepultado junto con su famosa guitarra Gibson y con una pelota de fútbol (Marley era fanático y, parece, goleador). A pocos metros están enterrados, más modestamente, los abuelos y un hermano de Bob, Anthony.

La entrada al sitio cuesta 19 dólares norteamericanos y el recorrido, de una hora y media, se completa con un guía. En este caso, el alegre Fossy, supuestamente alguna vez compañero de escuela del pequeño Robert Nesta. Aunque no parece del todo concentrado, Fossy hace bien su trabajo: repasa algunos datos biográficos y anécdotas, pero más que nada disfruta cantando los clásicos de su vecino de la infancia. En la casa donde Marley vivió, por ejemplo, muestra una camita y entona We’ll share the shelter of my single bed… (Compartiremos el refugio de mi cama de una plaza, del hiperclásico reggae Is this love). Y exclama, feliz: «¡Esta es esa cama! Yes, mon!»

Fossy se tira al suelo, de pronto, y apoya la cabeza sobre una piedra de medio metro de diámetro pintada de verde, amarillo y rojo, sagrados colores del estandarte etíope que parecen no perdonar nada en Jamaica (salvo su propia bandera, negra, amarilla y verde). «Sacame una foto, mon, no problem!», dice, casi en serio. Es la roca que el músico utilizaba como almohada cuando se echaba a meditar en Nine Mile.

El final es lo más solemne del tour: una pequeña vuelta alrededor de la tumba de Marley, cubierta con una gran bandera también roja, amarilla y verde, donde sólo se ingresa descalzo y no se permite sacar fotos. El vitral en una de las paredes proyecta sobre el sepulcro una estrella de David, otro símbolo tomado por los rastas. Fossy, entonces, guarda minutos de silencio, como para dejar que el visitante tome conciencia de la profundidad del momento. ¡Es la tumba de Marley! Una de las figuras más influyentes de la música popular mundial del siglo XX, en una mínima villa perdida en el interior jamaiquino…

Después, al bajar de la colina del complejo-Marley, llamada quizás un poco ampulosamente Monte Sinaí, Fossy canta con su voz rasposa Three Little Birds. Y al alcanzar la puerta de salida, un cartelito altera la letra de One Love para sugerir dejarle propina al guía: One love, one heart, tip your guide and feel alright (Un amor, un corazón, dale una propina al guía y sentite bien). Cinco dólares y Fossy exclama: «Yeah, mon!», una vez más. Lo mismo que dirá cualquiera que se anime a peregrinar hasta Nine Mile.

 

NEGRIL: LA ZONA MAS LIBERADA, EN EL MEJOR SENTIDO
Si en Montego Bay y Ocho Ríos las playas suelen ser restringidas natural o artificialmente por cada hotel, el gran atractivo de Negril es su larga y liberada extensión de arena. Quienes se sientan algo confinados en otros destinos, en Negril se aliviarán con la posibilidad de caminar y explorar la famosa Seven Mile Beach, es decir, unos once kilómetros de costa ininterrumpida, sin barreras, habitada tanto por reposeras cinco estrellas como por sillas de plástico de barcitos bien jamaiquinos y puestos de artesanías, y docenas de vendedores ambulantes de todo tipo de mercancías y un grado de insistencia que marca récords.

Negril se encuentra en el extremo occidental de esta isla. La ciudad de Negril, propiamente dicha, está hacia el sur, muy cerca de un sitio que suele figurar en las listas de mejores puestas de sol del mundo. Es el mítico Rick’s Café, un bar abierto en 1974 (aunque destruido dos veces por sendos huracanes en 1988 y 2004), muy de estilo norteamericano, junto a un acantilado de unos quince metros, desde donde se lanza un equipo de clavadistas al estilo de los de Acapulco.

Pero esto es Jamaica, no México. Así que desde otras rocas, frente a los clavadistas oficiales, salta un número aún mayor de rebeldes uno más temerario que el otro, y con técnicas nada ortodoxas, más cerca de los deportes extremos que de los juegos olímpicos. Lo hacen, claro, para recolectar luego las propinas de los turistas que no saben bien a cuál de los dos bandos deberían alentar. A diferencia de Acapulco, además, en el Rick’s Café también pueden zambullirse los turistas que llegan hasta ahí, de a docenas, por tierra y agua, en catamarán, a contemplar el espectacular atardecer.

Otra curiosidad de Negril: en el extremo norte de la Seven Mile Beach está discretamente Hedonism, célebre resort… muy hedonista.

MONTEGO BAY, LA CAPITAL TURISTICA
La capital de Jamaica, Kingston, es una ciudad difícil, claramente fuera del circuito turístico. Por eso no extraña que el mayor número de extranjeros en busca de sol y mar aterrice en la otra punta de la isla, en la ciudad de Montego Bay, sin molestarse en pasar por Kingston.

El aeropuerto internacional de Sangster y el puerto de cruceros son el punto de partida para una larga cadena de resorts modalidad todo incluido de cara a las privilegiadas playas turquesa de Mo Bay.

Son hoteles cerrados, de espaldas a la isla, donde el huésped suele pasar un promedio de seis noches sin contacto alguno con el mundo exterior. Incluso las playas en sí son formalmente públicas, pero resultan inaccesibles para los curiosos. Una experiencia tan relajante como encapsulada.

OCHO RIOS, TRES AVENTURAS
Es el segundo destino turístico jamaiquino en importancia, después de Montego Bay. Y si bien su hotelería all inclusive es indistinguible de la de Montego, cuenta con el diferencial de varias atracciones turísticas extraplayeras para considerar.

1. Dunn’s River Falls. Aquí se trata de ascender por unos 300 metros de cascada, nada empinada, entre rocas-escalones y pequeñas lagunas entre la selva. Es un desafío físico húmedo, apto para todo público y rendidor, sobre todo en fotos de recuerdo.

2. Mystic Mountain. Esta montaña cercana a Ocho Ríos finalmente no es tan mística. El paseo turístico consiste más que nada en subirse a una especie de montaña rusa que de algún modo rinde tributo a una de las anécdotas jamaiquinas más curiosas: en 1988 un inesperado equipo jamaiquino fue la revelación en la competencia de trineos bobsled de los juegos invernales de Calgary, Canadá. El insólito episodio está contado con humor en la película Cool Runnings (traducida acá como Jamaica bajo cero). Si hay surferos noruegos, ¿por qué no atletas jamaiquinos en la nieve?

3. Chukka Cove Farm. En esta hacienda, se ofrecen inolvidables cabalgatas, entre otras actividades de aventura. ¿Por qué alguien, especialmente un argentino, querría invertir tiempo y dinero en cabalgar por un campo privado jamaiquino? La respuesta llega cuando, después de un paseo sin emociones extremas, los grupos llegan a la playa. Allí se dejan ropa, cámaras de fotos y monturas para que caballos y jinetes se adentren hasta el cuello en el cálido Caribe.

Fuente: www.lanacion.com.ar /Por Daniel Flores
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