Chile:La región de Aysén, distinto y universal

Océano y cordillera, fiordos irrepetibles, glaciares y témpanos, ríos y lagos, grutas de mármol, meseta y selva, cóndores y huemules, vestigios precolombinos, historia viva, costumbres ancestrales…

Parece demasiado, pero es algo de lo que puede verse y sentirse en Aysén, al sur de Chile. Una región donde la geografía y el clima muestran contrastes asombrosos y son capaces de cambiar en cuestión de minutos, y se puede respirar el aire incontaminado de la Patagonia chilena. Un lugar que invita tanto al turismo contemplativo como al participativo, al descanso y a la aventura. Será por eso que lo visitan jubilados y motoqueros, mochileros y ciclistas de todo el mundo, familias con chicos y recién casados, arqueólogos, geógrafos, antropólogos y oceanógrafos.

Aysén es la decimoprimera de las 15 regiones en las que se divide Chile. Del lado argentino, estaría ubicada aproximadamente entre Esquel y El Calafate (un poco más al norte, en realidad). Es la más grande en territorio y proporcionalmente la menos poblada. La mitad de sus 100 mil habitantes se concentra en la capital, Coyhaique, y tiene en promedio un habitante por kilómetro cuadrado. Como está literalmente atravesada por la cordillera de los Andes, buena parte de su territorio es, para los mismos chilenos, trasandino, y se asemeja a la Patagonia argentina, de la que la separa sólo el río Huemules. Para llegar desde Puerto Montt, ubicada al norte, hay que hacerlo en avión.

Este aislamiento y la gran cercanía con Argentina tiene su correlato cultural. En Aysén, los habitantes toman mate como en ninguna otra parte, se tratan de che y escuchan folclore argentino, sobre todo chamamé. Topográficamente, la parte este de la región es igual a la de Argentina. Pero cruzando la cordillera, otra geografía se abre al visitante, entre glaciares y fiordos.

A principios del siglo pasado, y en un intento de poblar este lugar inhóspito, el Estado chileno comenzó una campaña de colonización, repartió tierras a los chilenos que quisieran vivir en el lugar. Cada matrimonio recibía 80 hectáreas, a la que se agregaban 50 más por cada hijo. Y se le entregaron terrenos a sociedades ganaderas para que se instalaran en el lugar a cambio de que construyeran caminos, generaran rutas marítimas y llevaran 500 familias europeas, algo que nunca ocurrió. Por lo contrario, quienes llegaron encontraron una zona impenetrable donde la única forma de ingresar el ganado era incendiar los bosques. Durante años ardieron 4 millones de hectáreas. El suelo se erosionó y recién en los últimos 50 años comenzó una lenta reforestación.

Hoy, la actividad económica más importante de la región no es la ganadería, sino la pesca del salmón, producción en la que ocupa el segundo lugar en el mundo, después de Noruega. Le sigue la de la merluza austral, natural de la zona, la minería (zinc y oro), la explotación forestal, la ganadería y, finalmente, el turismo. Jaqueada por la inminente construcción de una represa que cambiaría el ecosistema y modificaría la geografía, la población se resiste y apuesta a esta industria sin chimeneas. Y tiene con qué.

Es una zona volcánica, de hecho, en Aysén está el Hudson, que hace erupción cada 20 años. Pero no les llegó, por ejemplo, el último terremoto que sacudió a Chile, más allá de la cordillera. Sus fiordos tienen unas 5 mil islas e islotes. Cuenta con cinco parque nacionales y dos zonas consideradas monumentos naturales. El 70 por ciento del área está protegida y el 80 por ciento del territorio es estatal.

Su capital, Coyhaique (coy: agua, haique: toldo, telón) es un buen punto de partida para conocer Aysén. Allí funcionan todos los servicios y tiene el movimiento de una ciudad capital, a pesar de no ser muy populosa. De allí se puede partir hacia los distintos destinos que propone la región.

Cerca de Coyhaique se levanta la estancia Punta del Monte, en medio de las montañas, con su propia oferta turística con el avistaje de cóndores como principal atractivo. Las aves se ven en un risco que es su lugar de encuentro social, aunque pueden tener sus nidos a kilómetros de distancia. Varias son las condoreras que se levantan en el área. Los lugareños cuentan que han llegado a ver más de 40 cóndores sobrevolando el lugar. El paisaje es imponente: un acantilado de picos de piedra, con los cóndores posados y la inmensidad de la Patagonia como telón de fondo.

Otro dato curioso de la zona es la presencia de lo que puede haber sido un cementerio tehuelche. Fue descubierto en la estancia y lo reconocieron por los montículos de piedras prolijamente ubicadas en el medio del campo, que era la marca que dejaban cuando enterraban a sus difuntos.

Camino al sur. El viaje continúa hacia el sur, por una ruta entre montañas acompañadas por arroyos pedregosos. Cada tanto se ve algún ciclista, por lo general europeos, que tienen a Aysén como destino favorito.

En el camino se pasa por Villa Cerro Castillo, un pueblito pintoresco de turismo rural, con pequeñas casas de madera donde hay hosterías económicas. El lugar se llena de mochileros. Tiene 800 habitantes, y la segunda semana de febrero hay una fiesta a la que suelen confluir 5 mil personas. Los lugareños donan corderos, terneros y se hacen asados comunitarios. Puerto Cerro Castillo es también el último pueblo adonde llega el asfalto. De allí en más, toda la ruta Austral es de ripio.

Poco más adelante empieza a verse el efecto de la actividad volcánica, con el río pintado de gris por la ceniza. El bosque muerto se despliega al costado de la carretera: miles de troncos pelados y erguidos a lo largo del camino dan testimonio de la erupción del volcán Hudson en 1991.

Y por fin se llega al lago General Carreras. Mide 200 kilómetros de largo (978 kilómetros cuadrados) sólo del lado chileno, y llega a tener 580 metros de profundidad. Un imponente lago que mezcla colores celestes y turquesas, y que se prolonga del lado argentino con el nombre de lago Buenos Aires, con el que suma un total de 2.040 kilómetros cuadrados.

Sobre la costa de este lago se levanta Puerto Tranquilo, un pueblo que hasta la década del 80 no tenía caminos, la luz eléctrica llegó recién en 1992, y un año después la telefonía. Hoy, el turismo le va cambiando la cara. Tiene capacidad hotelera de 150 plazas (entre ellas, el Hostal Costanera, que da al lago) y cuenta con dos campings. Cerca de ahí está la cascada La Nutria, que cae directamente de un glaciar. El lago tiene un microclima y como el lugar es muy bajo la nieve no complica la vida, por eso Puerto Tranquilo trabaja en turismo durante toda la temporada.

Las catedrales de mármol. Puerto Tranquilo es uno de los puntos de partida para visitar las Catedrales de Mármol, grutas que el lago General Carreras fue formando en las paredes de mineral y que ofrecen una imagen casi surrealista. Todo comienza con una excursión en lancha por el lago, desde donde se ven a los costados los acantilados de mármol que se levantan en las costas. A poco de andar, se ven las primeras cuevas, grutas donde el agua se interna adentro de la pared. Las lanchas se internan en esos huecos cavados en la montaña con las formas más caprichosas que se puede imaginar. Finalmente, se llega a la que los lugareños llaman la Catedral, una construcción rocosa, como una isla de mármol que se atraviesa enteramente por debajo a través de las grutas. La sensación es realmente increíble, un paisaje digno película.

También llama la atención en este pequeño poblado el cementerio, que parece un pueblo en miniatura. Es que los lugareños tomaron la costumbre huilliche de enterrar a sus difuntos en casitas hecha en escala con las mismas características de aquella en la que vivían. Las casas tienen sus techitos a dos aguas y sus aberturas perfectamente hechas a escala de los que puede ser cualquier vivienda del pueblo.

Más al sur se levanta la hacienda Tres Lagos, conocida así por estar rodeada de los lagos General Carreras, Bertrand y Negro. El camino es sinuoso y de ripio y bordea lago Carreras con la cordillera como telón de fondo.

En la hacienda hay mucho para hacer. Hay actividades de camping, cabalgatas, paseo en bote y kayak. Se hacen excursiones de pesca con mosca. Pero uno de los espectáculos más lindos es el paseo en bote por el lago General Carreras y el Bertrand, donde impactan los picos con los glaciares Fuentes, Huemul y El Huemul.

El complejo, de más de mil hectáreas, tiene cabañas para cuatro personas y bungalows con cuatro habitaciones para dos personas. El lobby del lugar está ambientado con muchas cosas mexicanas, colecciones de candados y llaves. Tiene su propio parque al lago, su sala de juego y hasta un minicine. El complejo abre desde septiembre a abril.

Una de las aventuras es el canopy. Es una bajada en nueve etapas, en un recorrido de 900 metros de largo y 200 de pendiente en total. Se baja suspendido por cables desde plataformas formadas por troncos y se atraviesa un bosque de coihues.

A diez kilómetros de Tres Lagos se levanta Puerto Guadal, adonde se llega por un camino que combina el lago con una vegetación tupida, casi selvática, propia de esa zona húmeda de la cordillera. Tiene 600 habitantes y es un pueblito de casas de madera y material, y techos a dos aguas de chapa. Allí se levanta, entre otros, el Terra Luna Lodge, un complejo de hotel, restaurante y centro de actividades. La construcción, toda de madera pero muy moderna, mira al lago y la cordillera. Su dueño, Philipe, es una historia aparte. Este francés de 44 años, alpinista que llegó a trepar el Everest, el Aconcagua y el Tupungato, arribó al lugar después de recorrer el mundo y se convirtió en un precursor y un pionero en la zona. Abrió senderos, hizo itinerarios y bautizó lugares que hoy Google Earth con los nombres que él mismo les puso. Entre otros atractivos, hoy ofrece un ascenso a la montaña en jetboat, que cruza el lago y remonta 30 kilómetros de río Revoltoso.

Llegando a Puerto Bertrand, donde termina el lago homónimo y empieza el río Baker funciona el Green Baker Lodge. El Baker es un río ideal no sólo para la pesca, sino para el canotaje. Es el más grande de la zona, tiene un caudal de 900 mil litros por segundo. El Green es el primer Lodge multipropósito de la región. Allí, las actividades son también variadas. Se pueden hacer expediciones en kayak hasta el glaciar Nef, cargando la embarcación a caballo y haciendo el último tramo navegando el lago Nef hasta el el Campo de Hielo Norte.

Cochrane, logístico. Cochrane, otro pueblo de algo más de mil habitantes, también de casitas de madera y material, es un buen centro logístico para encarar excursiones a distintos lugares de la región.

El pueblo, rodeado de montañas, ofrece la posibilidad de alojamiento en cabañas alejadas, excursiones, paseos de día completo. En un vértice de la plaza principal, está la oficina de turismo, donde se puede averiguar todo: hoteles, alojamientos, excursiones, expediciones, atractivos de la zona.

Un detalle: en Cochcrane hay supermercados y, lo más importante, una sucursal del Banco de Chile, último lugar oficial donde se puede cambiar dinero en la zona. Eso sí, nada de moneda argentina.

El pueblo sin calles. El camino al Tortel termina de atravesar la cordillera para llegar al océano Pacífico. De hecho, Tortel es un pueblo erigido sobre los fiordos. Es el destino final de la carretera Austral en el sudoeste chileno (la ruta termina en O”Higgins del lado este). Allí llegaron los colonos a mediados del siglo pasado, y se acomodaron en una zona muy empinada y de roca. Como no es posible hacer calles, el pueblo, que no llega a los mil habitantes, se recorre enteramente por pasarelas de madera, las que lo hacen, además de pintoresco, único. Los autos no llegan al pueblo, quedan arriba de la colina y se baja por esa escalera. El pueblo está ubicado sobre un fiordo, ya en el Pacífico, aunque no llega a verse el mar abierto por la inmensa geografía de fiordos.

En el lugar llueven 4 mil milímetros por año, más que en la selva Valdiviana, ubicada más al norte. Por eso la vegetación es muy tupida.

El pueblo, de casas aisladas, descansa sobre el cerro bordeado en su totalidad por una pasarela de madera desde la que se llega de lo alto por una escalera de casi 200 escalones.

En Tortel todo es originalmente rústico y rudimentario. Sobresale el edificio municipal, de tres pisos de madera. Debajo, pequeñas cabañas que ofician de albergues, jardín familiar y biblioteca. El pueblo se recorre en escaleras que suben y bajan para conectar las casas.

Es una comunidad pequeña con códigos de solidaridad tan naturales que para sus habitantes son moneda corriente. Ejemplo de esto es la minga: cuando alguien necesita ayuda comunitaria para realizar un trabajo que no puede hacer solo o con su familia, la pide a la comunidad y todos se comprometen. El “pago” es un asado o una comida para todos. Así, hay mingas de siembra, de cosecha, de trilla, de tiradura de casa (sí, a veces tiene que trasladar una casa de un lugar a otro).

Desde allí se puede vivir una de las experiencias más apasionantes que ofrece Aysén: navegar por los fiordos hasta el ventisquero Jorge Montt, donde se levanta el glaciar. Porque el viaje, que dura entre 10 y 12 horas, no sólo muestra ese paisaje único que con los fiordos chilenos, sino también porque se navega entre témpanos y grandes pedazos de hielo, tan abundantes a veces que la embarcación debe detenerse el capitán apartarlo con un palo desde la proa para poder seguir camino.

El glaciar Montt es una lengua de hielo que se desprende del parque nacional O”Higgins. Es una pared de 50 metros de alto. La travesía se hace desde fines de noviembre hasta la primera quincena de marzo. Se puede llegar al glaciar como no hacerlo, todo depende de la cantidad de témpanos que obstruyen el camino, pero si no se llega, el espectáculo es aún más emocionante. “Es la madera contra el hielo milenario”, dice un baqueano.

Esto y mucho más es Aysén, una región que asombra kilómetro a kilómetro, donde hay tanto para ver y hacer que el tiempo parece no alcanzar nunca. Vale la pena.

Fuente:www.lacapital.com.ar /Por Marcelo Castaños / La Capital

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