Abarca casi tanto como Tucumán y tiene apenas 400 habitantes. La Meseta de Somuncura es el reino de un frío extremo. La leña casi no llega. A un rancho acaban de darle luz por energía solar…
MESETA DE SOMUNCURA.- La camioneta avanza a paso humano, dando tumbos por una huella que serpentea entre las piedras y se pierde al abrigo de los coirones, esas pequeñas matas que a fuerza de amarillo encienden la aridez de la meseta.
Mezclándose como en un caleidoscopio, los tonos de la tierra confunden la mirada, hasta que finalmente aparecen las formas que salpican de vida la inmensidad reseca.
Entonces, se despegan del horizonte las manchas saltarinas de un tropel de guanacos, y a lo lejos una acumulación de piedras reproduce las rústicas paredes de una vivienda.
Dentro de poco, el blanco será el único color de esa paleta y los que viven aquí deberán atravesar un invierno que siempre puede ser el último.
Es que Somuncura, que millones de años atrás estuvo cubierta por el mar y emergió a raíz de procesos volcánicos, es el reino de lo extremo, y exige que quienes la habitan sean maleables a esos rigores. En el verano, las lagunas y aguadas no alcanzan para apaciguar tanto calor y en el invierno la nieve cubre la rusticidad de los caminos, abiertos a pulmón por los pobladores que apartan una a una las rocas de la tierra.
La meseta (de una dimensión similar a la de la provincia de Tucumán) abarca en su extensión parte de las provincias de Chubut y Río Negro.
El lado rionegrino ocupa el centro-sur y consta de alrededor de 25.000 km2 que fueron declarados área natural protegida. Ese espacio nuclea distintas localidades y parajes que poseen injerencia sobre ella (como Valcheta y Ramos Mexía, entre otros) que conforman el faldeo que la bordea.
Está ubicada en una elevación de casi 700 metros por sobre el entorno circundante. Salvo los asentamientos poblacionales que la rodean, posee una población dispersa en humildes puestos rurales ubicados a una vasta distancia unos de otros.
Cuantificar las almas que habitan este territorio rionegrino, al menos para los funcionarios consultados por Río Negro, parece tan difícil como dimensionar el número de coirones que tapizan el suelo, porque se desconocen los datos del último censo, y lo que se calcula es una población superior a 400 personas.
Traspasada por jurisdicciones, a cada sector de Somuncura le corresponde la administración de diversas comisiones de fomento que gobiernan parajes siempre lejanos e inaccesibles para la geografía que confina al puestero de la meseta, y ese aislamiento se traduce en un desamparo que agobia.
El grueso de los pobladores consultados ni siquiera recuerda cuándo recibieron la visita de agentes sanitarios, que deberían llegar provenientes de los centros asistenciales que poseen sus áreas programas abarcando alguna franja del lugar.
Dedicados al cuidado de sus animales, principalmente chivos, ovejas, gallinas y algún vacuno, los puesteros, gente de edad avanzada en la mayoría de los casos, tienen como único contacto con el medio exterior la radio que en cada vivienda permanece prendida para escuchar el mensaje al poblador rural, que puede incluir desde salutaciones enviadas por algún lejano miembro de la familia hasta cuestiones comerciales.
Sin energía eléctrica y dependiendo de pozos para proveerse de agua, que en pleno invierno se congelan, la temporada de frío se extiende desde mayo hasta noviembre, signada por la crudeza de las nevadas, que no se hacen esperar.
Es entonces cuando Somuncura, que en idioma mapuche significa piedra que habla o resuena, le dedica a sus habitantes, que nacieron y crecieron allí, las palabras más hostiles, ésas que ni siquiera ellos, que aman cada roca de la meseta, se acostumbraron del todo a escuchar.
El rancho en el que se hizo la luz
Santos Pallao toma con timidez el interruptor que cuelga de la lámpara de bajo consumo, y todavía con desconfianza mira el artefacto que ahora pende de su rancho, que a las cinco de la tarde ya está sumido en sombras. La vivienda levantada uniendo piedra sobre piedra tiene unas estrechas ventanas que en su mayoría tuvieron que ser tapiadas, porque el frío y el viento obligan a evitar las aberturas. Por eso, mucho antes de que el sol se desvanezca, en el interior del lugar la vida transcurre a oscuras, pendiente de un farol que si se queda sin combustible condenará a su madre de 92 años, que «a gatas si ve», a cocinar «al tanteo», como tantas veces.
Ahora le dijeron que será distinto, y la cara del hombre, que finalmente se decide a accionar el interruptor, refleja el asombro de un niño cuando la luz se prende e irradia su fulgor por la cocina.
«Ahora sí que se ve. Apenas si no», se entusiasma Santos, que enseña una sonrisa e imagina la sorpresa que le dará a su mamá, Doña Luisa, cuando vuelva al rancho y lo encuentre alumbrado.
La llegada de la luz al establecimiento «El Loro» pudo darse a través de la instalación de un panel solar, que fue obsequiado por la empresa de excursiones «Rupestre Patagonia» y el fotógrafo Marcelo Gurruchaga, que organizan fotosafaris y quisieron contribuir a mejorar la calidad de vida de estos pobladores siempre dispuestos a compartir su hospitalidad con los que llegan a Somuncura.
Desde temprano, Agustín y Jorge se dedicaron a afianzar el panel que ahora recibe los rayos solares, que permitirá además que la indispensable radio prescinda de las pilas que nunca alcanzan.
Mientras tanto, Santos, ajetreado con los preparativos del asado, sólo pensaba en los ojos de su mamá, «que ahora estarán más descansados, pobre viejita».
Fuente: www.rionegro.com.ar/VANESA MIYAR
FOTOS: MARTÍN BRUNELLA