Increíble viaje en un velero que fue por tierra de San Martín hasta Chile y desde ahí recorrió casi 6.000 kilómetros de desafíos y aventuras. Con tripulación de la región, el «Soledad» estuvo 73 días en el agua, soportó tormentas, navegó con colosos, atravesó el cabo de Hornos y desde allí se dirigió a Buenos Aires…
«Una vez que has tomado una decisión, el universo conspira para que ocurra», dijo Ralph Emerson (1803-1882), y acaso esa frase explique la experiencia de pura tenacidad y algo de buena estrella vivida por un grupo de marinos «de a ratos», de esos que no se hacen a la mar por profesión, aunque están bien preparados, sino que despliegan velas entre los días «libres» que les dejan los trabajos más mundanos sobre tierra.
Pero ése es el punto: han probado el agua salada oteando desde popa, han quedado prendados, han aprendido con sudores y se han lanzado. No son los estereotipados lobos de mar, ni ricos en botes del tamaño de tres casas, ni muchos menos veleristas de competición, de esos que corren las grandes copas internacionales con quilla secreta.
Hacen todo a pulmón, como hijo de vecino. Son oficinistas, maestros o trabajadores de Parques, como es el caso del capitán del «velerito» que con apenas ocho metros de eslora cruzó Cabo de Hornos. Una cáscara de nuez en esas aguas.
Primero fue por tierra desde San Martín de los Andes hasta Puerto Montt y desde allí por los fiordos chilenos, hasta ese encuentro furibundo y mítico entre Pacífico y Atlántico. El viaje continuó hasta Buenos Aires en una travesía de 3.700 millas y, como dijo uno de los tripulantes, «vómitos generosos».
El viaje duró 73 días, con un cambio parcial de hombres, y concluyó semanas atrás. La tripulación estuvo comandada por Víctor Felipe, capitán y propietario del modesto «Soledad», con amarras en la costa oriental del lago Lácar. Junto a este guardaparque sanmartinense navegaron sus coterráneos Antonio Herrera y Pablo Saad, además de Gustavo Bruckl (Villa La Angostura) y Daniel Cordero (Buenos Aires).
Semejante periplo en un barco tan pequeño no es cosa de tejer y cantar. La preparación demandó dos años, no sólo puestos en el mantenimiento del navío, sino en la selección de tripulantes, planificación y coordinación de tareas, distribución de responsabilidades, acopio de provisiones y esquema de dosificación, diseño de rutas, contactos, papeleo de personas y bote.
Primero recorrieron esa geografía de cuento que va desde el sur de Chiloé, con paisajes tan fantásticos como desolados entre canales y fiordos. Sitios en los que podían pasar semanas sin ver un alma. Eso sí, comiendo de a ratos centollas deliciosas capturadas con un paquete de cigarrillos. Es que los cigarrillos son en esas soledades moneda de cambio, entre pescadores y barcos fondeados al abrigo de los vientos…
El «Soledad» navegó los canales chilenos hasta la ciudad de Ushuaia, luego unió Puerto Williams, viró el cabo de Hornos y navegó hasta la isla de los Estados; de allí a Puerto Deseado, Puerto Madryn y Bahía Blanca.
En esta nota se transcribe el relato del viraje por Hornos, a partir de los correos electrónicos que el capitán Felipe iba enviando a sus seguidores, también navegantes ellos pero del ciberespacio…
El relato
«Llegamos (a Ushuaia) con un fuerte viento y mal pronóstico para los días siguientes, así es que aguantamos en muelle entre los gigantescos veleros que van y vienen de la Antártida, y a sotavento de éstos solo nos enteramos de los 40 a 50 nudos que soplaron por el aullar de la jarcia. El ‘Sole’ calzó justito en un espacio muerto que separa dos barcos. Entre colosos de hasta 20 metros. A lo lejos, su palo, comparado a los vecinos, parecía un simple cañito sostén de alguna luminaria del puerto».
«Eran las 1800 y poníamos otra vez proa a Puerto Williams (Chile) para completar los trámites que nos permitirán navegar nuevamente por aguas chilenas. Entramos a puerto y nos reencontramos con nuestros vecinos de amarra. El Sauvage, Alado, Tangarroa, Tari II, Quijote, Selma… Como el puerto estaba cerrado ahí quedamos pegados dos días».
«Después de la tercera noche no quedo nadie. Nosotros zarpamos entre los primeros y a las pocas horas nuevamente nos apiñábamos en Puerto Toro.
Es un pequeñísimo pueblo de unas treinta o cuarenta casas, todas oficiales, y sus únicos residentes son cuatro carabineros para mantener el orden y el alcalde de mar con su familia. El lugar es muy pintoresco».
«Ya por la noche se entabló, a modo de consejo de guerra, un debate sobre los pronósticos del clima y cada quien iba sacando partes (meteorológicos) de las más misteriosas y secretas fuentes. Todos coincidían que en algún momento del día siguiente se vendría un roscón del sudoeste y después de eso habría una ventanita para dar el salto a
la cumbre (en alusión a un segmento de buen tiempo para acometer Hornos). El único problema era que la hora del ‘pesto’ difería en cada uno y no estaba claro». «Nosotros queríamos salir confiando ciegamente en nuestra pronóstico. Al mismo tiempo, Micki (reconocido capitán de otro velero), con toda su experiencia sutilmente me decía: ¿ya anduviste alguna vez en tu barco con una rosca de 60 kilómetros?».
«Con orgullo diré que los únicos barcos que movieron (partieron) esa noche para cruzar Bahia Nassao y aguantar el frente en Caleta Martial fueron los tres argentinos. El Tari II, el Quijote y, claro está, el Soledad».
«En realidad, el Quijote iba a la Antártida. Siempre bastante juntos, lo que era una tranquilidad enorme para nosotros, bajamos por el paso Goree que separa Isla Navarino de Lenox. Aquí el Quijote debe regresar a Puerto Toro a revisar un inconveniente en su motor. Éramos solo dos barcos los que seguimos, y una vez más dejaré de manifiesto que saber que íbamos cerca de Micki, con su vasta experiencia y conocimientos de la zona, me daba mucha tranquilidad».
«Cruzamos Nassao, llegamos al Archipiélago de las Wollaston y como a las 1130 fondeamos en Caleta Martial. Sin haber dormido esa noche nos acostamos a descansar y lo que sucedió luego fue un infierno…».
«A las 1400 nos despertó el sudoeste empecinado en descargar toda su violencia sobre nuestra irreverente actitud. La caleta es de fondo plano de arena que representa un buen sustrato para los fondeos, pero la costa es baja y desprovista de vegetación, por lo que cuando el viento corre no encuentra obstáculo».
«Los cien metros que nos separaban de la costa de donde venía el viento eran suficientes para que se formaran olas de más de medio metro y de sus crestas eran arrancados continuos rociones. El barco parecía un barrilete tras el fondeo y latigueaba produciendo escoras de más de 30°».
«A la tardecita la vida en el interior se redujo a estar acostado dado que la acción más simple era una proeza. Desde la alcaldía de mar de Hornos nos informan que estaban soplando cuarenta nudos constantes, con rachas de sesenta. En el mismo cabo las rachas eran de cien».
«Por la nochecita acordamos con el Tari II salir para el cabo a eso de las 0500 y mantenernos juntos . (Pero) como a las 0400 nos levantamos y decidimos arrancar prematuramente sabiendo que ellos, con un barco mucho más grande nos alcanzarían en un par de horas».
«A la hora de salir empezó a llamarnos la atención que no veíamos a nuestros compañeros. Con el sol sobre el horizonte confirmamos que ellos no venían. Era imposible que nos pasaran en la oscuridad sin que los viéramos».
«Estábamos un poco desconcertados, pero seguramente habían retrasado su salida. Solo tres horas después nos daríamos cuenta que, como buenos campechanos, habíamos hecho todo al revés, planteando la vuelta en sentido horario y esto nos representó remontar viento y marejada en contra por mar abierto, desde el faro del cabo hasta el cabo mismo, que están distantes unas cuatro o cinco millas. Todo un suplicio, mientras que los que saben lo hacen en sentido inverso, ganando barlovento entre las islas y luego se descuelgan para cruzar con vientos de popa».
«En verdad si llegamos hasta aquí no fue por talentosos o habilidosos sino, más bien, por tenaces y sobre todo por cabezas duras». «Una vez que entramos en aguas del Pacifico nos encontrábamos en latitud 55° 59′ S. y brindamos emocionados entre nosotros y con los valerosos marinos que dejaron sus vidas en estas aguas. Estábamos llenos de orgullo y satisfacción no solo por acabar de doblar el cabo sino por el éxito de la empresa, tan llena de limitaciones técnicas y personales».
«Cuando vi los videos y las fotos de esa remontada violenta y vi nuestras caras de terror, me di cuenta de que aunque no éramos conscientes estábamos muy asustados».
«El cabo intimida y es que este hito marca el fin del mapa del continente americano. Allí donde mires, al segundo y tercer cuadrante, no habrá otra cosa que océanos antes de la tierra del continente blanco, a cientos de millas».
Fuente:rionegro@smandes.com.ar