Una visita a los telares artesanales de las famosas alfombras «persas» catamarqueñas, en San Fernando del Valle, es una oportunidad para que el turista conozca esta actividad de especialistas, que por su técnica y resultados está más vinculada a lo artístico que a lo laboral…
Un amplio salón de la céntrica Manzana del Turismo alberga unos 50 telares persas, con los que un inmigrante de ese origen inició la fabricación de estas alfombras hace unos 60 años en Andalgalá, y que luego fueron trasladados a la capital provincial.
Allí, más de un centenar de personas -la mayoría mujeres- realizan las diversas tareas que culminan con la producción de alfombras y tapices, algunos de diseños exclusivos que constituyen piezas únicas, aunque el toque final se les da en los lavaderos, en otro predio de la misma ciudad.
Los telares ocupan casi todo el salón en varias hileras, con sus estructuras de madera y ovillos de lana de varios colores y tamaño que cuelgan de los travesaños, según las características del tapiz o alfombra a elaborar.
La calidad de las alfombras la determinan varios factores, entre ellos la cantidad de nudos por metro cuadrado -cuanto más, mejor- y, en el caso de las catamarqueñas, la mejor es de 160.000 en esa superficie.
Los primeros pasos del proceso se pueden ver en el acceso al salón, donde un joven sobre un tablero con témperas y lápices realiza los diseños en papel, junto a la puerta, y sobre la otra pared varias mujeres ovillan la lana a mano, con el sistema tradicional.
El diseñador traspasa la imagen que tendrá la alfombra -que puede ser una foto, un logo o un dibujo- a un papel milimetrado, que luego será interpretado por la tejedora, para quien cada milímetro cuadrado representará un nudo.
El ovillado de lana -usan mezcla de oveja lincoln con criolla- lo hace un grupo de mujeres, que arman los ovillos esféricos u ovales, de diversos colores, cuyo tamaño y peso varía de 200 gramos a 2,5 kilogramos, todo según el diseño y colores que tendrá la alfombra.
La superficie que ocupará cada color implica una cantidad de gramos determinada de lana, y ese proceso está a cargo de estas mujeres, que llegan a ovillar hasta 8 o 10 kilogramos en un día.
El trabajo de urdido es hecho por varones, debido a que hay que levantar piezas pesadas, y consiste en preparar la malla metálica con hilos de algodón torcionado -para que sea más fuerte y resista los tirones del tejido- que es la base donde trabaja la tejedora.
Durante el recorrido, las artesanas no se distraen de su tarea ante la presencia de los visitantes y mantienen un ritmo continuo, con gesto concienzudo y movimientos precisos, sin apuro, aunque a veces sus dedos toman tal velocidad que recuerdan el dicho de que son más rápidos que la vista.
Junto a ellas, el papel milimetrado y pintado por el diseñador orienta la imagen que va tomando forma y color en el telar, y cuya concreción puede demandar varios meses y debe ser hecho por la misma tejedora, para no presentar irregularidades.
La gerenta de la fábrica de alfombras, Soledad Soria, quien guió a Télam por las instalaciones, explicó que los últimos pasos del proceso, que son el lavado, el recorte grueso y fino y el teñido de flecos se hacen en otro predio, que es la antigua fábrica de alfombras de la capital catamarqueña.
El recorte primero, que se hace con tijeras grandes y pesadas, lo efectúan hombres que emparejan los pelos al mismo nivel, tras lo cual hacen su tarea mujeres, con unas tijeras muy pequeñas, para cortar y delimitar con precisión el dibujo de la alfombra.
Por último, se hace el teñido de los flecos, y para el caso de los tapices los tarjados y colocación de pompones si fueron pedidos por el cliente.
Sobre la preparación de estas tejedoras, en vista que algunas de ellas son muy jóvenes, Soria comentó que «afortunadamente muchas chicas quieren seguir con esta tradición que han visto en sus mayores, y les damos la capacitación, que dura unos ocho meses».
«El primer mes es fundamental -siguió-, porque aprenden la técnica y empiezan con trabajos de calidad gruesas, o sea piezas de 21.000 nudos, y luego van avanzando en la calidad de sus trabajos».
Soria es licenciada en comercialización y se hizo cargo de la gerencia de la fábrica en 2012, cuando las autoridades decidieron darle un perfil más comercial a la actividad.
«Teníamos 11 tejedoras y hemos hecho dos capacitaciones de 30 cada una, por lo que ahora contamos con unas 70 tejedores, del total de 110 personas que trabajan en la fábrica», contó.
Las alfombras catamarqueñas son un símbolo de la provincia y generan ingresos por parte del turismo, ya que se reciben muchos pedidos de quienes recorren la fábrica -lo que pueden hacer de lunes a viernes de 7 a 13-.
También muestran y venden piezas en encuentros turísticos, como la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, que se celebra en julio en Catamarca, durante la anual Exposición Rural de Palermo, la Feria de Artesanías de Córdoba y en ferias internacionales.-
Fuente y fotos: Télam