Romper la estacionalidad en el turismo. Por Antonio Torrejón (*)

Desde el comienzo de las creencias humanas, el descanso semanal se impuso como obligatorio desde todas las religiones. Esta conquista social en la cuna de la era industrial involucró el llamado «sábado inglés», medio día, que facilitó la estructuración del descanso compensatorio. Ya en el siglo XIX, en los países pioneros del advenimiento industrial –salvo las fechas intransferibles, como la de la Independencia– se trató de llevar los feriados, patrióticos o recordables, a los viernes o lunes, a los efectos de no parar las estructuras productivas pendientes de calderas y actitudes de mayor productividad, y para que no se pierdan impulsos o programas de resultados programados…

La calidad de vida, ahora asociada a la productividad, no puede dejar de lado estas programaciones a favor de la recuperación de mayor productividad del hombre y de sus conquistas sociales de racional tiempo libre. Una actividad de intenso esfuerzo para brindar los mejores servicios, en beneficio del hombre, involucra hoy en la Argentina más de un millón de puestos de trabajo que crecen con el tiempo y que obligan a consolidarlos. La estacionalidad en el uso de estos servicios (hoteles, restaurantes, venta de servicios y recuerdos, etc.) representa un condicionante de profundas consecuencias para el crecimiento y desarrollo de los centros turísticos. Su corrección debe ser prioridad en los objetivos a lograr por el sector y en la política a dictar desde el gobierno en la materia.

 

Desde el 24 de Noviembre del 2011, por un “Congreso de Turismo Náutico”, realizado en la Ciudad Bonaerense de San Pedro el Ministerio Nacional del Sector, puso en marcha el impulso de la genuina actividad acuática, que en mérito a ser nuestro país, el “5to. Del Planeta” en este tipo de oferta y al tener alrededor de un millón de embarcaciones en uso turístico, deportivo y recreativo (Pesca deportiva, Cruceros, avistajes, traslados de disfrute acuático, etc.) Los 25.000 km. de bordes acuáticos navegables que tiene nuestra República, no son el privilegio que solo nos dio Dios para sumar al cultivo de la tierra, sino que algo que desde el inicio de los tiempos del “homo sapiens”, cambio la vida y la ocupación de la llamada “raza inteligente”, Llego la hora de sumar esta opción, para la “ruptura de la estacionalidad turística”, y no descuidar tampoco a la fuente de trabajo que significan la concreta posibilidad de los más del millón de argentinos que están involucrados en la posibilidad del agua, y el turismo.

La explosión del turismo como fenómeno mundial, cuantitativo, como «conquista social del siglo XX», imparable en el crecimiento de las últimas cinco décadas, otorgó una nueva dimensión al fenómeno, ahora masivo, que arrastra la provisión de miles de puestos de trabajo y da forma a uno de los tres factores esenciales que movilizan la moderna economía del planeta. Hasta en el Emirato Árabe de Dubái, la moderna recreación hasta los lujos en el disfrute del agua, pasaron a ser una corriente común de competencia en el planeta de los viajes. En los países del Mediterráneo, y en los nuestros también, ante la regresión de la oferta de: “Sol, playa y mar”, el “Turismo Náutico”, ha sido el puntal de soporte y cambio hacia el futuro. Sabido es que el turismo de las últimas décadas no se parece en nada al que existió en el pasado. Históricamente «hacer turismo» parecía privativo de clases sociales económicamente acomodadas o, dicho de otro modo, de personas que no tenían limitaciones, ni en el gasto o en el tiempo. Profundizando el tema podemos agrupar los efectos negativos de la estacionalidad en el turismo en dos grandes apartados: económicos y sociales. Entre los primeros cabe citar la baja rentabilidad de las inversiones en equipamientos turísticos, que deteriora las infraestructuras, junto con la estimulación al alza de los precios; el elevado costo de la reposición y amortización de infraestructuras y la dificultad en el armado de un eficaz servicio de transporte, proveedor de visitantes.

Como efectos sociales negativos se pueden mencionar: la temporalidad de los puestos de trabajos principales, el deterioro del entorno ecológico y paisajístico, de todos (si en un corto período se deben hacer las ganancias, entre otras cosas se «sobrecarga» el lugar o los atractivos de oferta). Forzadas las estructuras en los meses de temporada alta para poder recepcionar un número importante de turistas, coincidiendo en los mismos lugares en idénticas fechas, se producen ataques directos a la propia naturaleza que terminan alterando el equilibrio ecológico. Así se contaminan playas y cursos de agua, se llega a sobredimensionar la planta de servicios (agua, luz, gas, cloacas, etc.), se alteran los patrimonios forestales y llegan a originarse perjuicios irreversibles. Otro aspecto a considerar es el de las incomodidades que deben soportarse en los lugares del destino vacacional como consecuencia de los elevados niveles de concentración puntual. Entre ellos pueden mencionarse: la reducción de la satisfacción del viaje o vacación; la desaparición de la tranquilidad y el sosiego en playas, bosques y sierras, y la desordenada, además de sobrecargada, demanda que reduce la calidad de los servicios y los encarece en muchos casos, lo que destruye la imagen del centro turístico. En este conjunto de reflexiones cabe recordar que la relación de estacionalidad y desempleo es de consecuencias perjudiciales: sólo un limitado porcentaje de prestadores de servicios puede migrar en busca de una continuidad laboral, quedando el resto subutilizado gran parte del año.

Desestacionalizar no es sólo vender más, sino mejor. El factor precio, como resorte de captación de clientes en baja temporada, debe alternarse significativamente con la diversificación del producto, generando deseo en el consumidor final en los cuatro grandes campos de actividades culturales, en entretenimientos y juegos, deportes y salud. A esta tarea debe aplicarse un claro sentido de innovación y creatividad. Crear el ordenamiento calendario de este trascendente sector, sin lugar a dudas, es un deber indelegable del Estado.

(*) Asesor honorario del Ministerio de Turismo de la Nación

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