La Rioja:La reserva provincial El Chiflón es un llamado al turismo aventura y de relax en el desierto riojano

La reserva natural surge como un recreo para la vista a la vera de la Ruta Nacional 150 por el llano desierto del sudoeste de La Rioja, donde su trazado hasta entonces recto cual una delgada línea gris que desaparece en el horizonte se altera con una serie de curvas, entre promontorios rojizos y ocres que también alteran la configuración de la llanura…

Un discreto cartel junto al camino indica el acceso a este parque, que en lo geológico es una extensión de la placa de Ischigualasto, cuyo principal exponente, el Valle de la Luna, se encuentra a menos de 30 kilómetros en la vecina San Juan.

Junto al cartel el silencio es total, sólo alterado por el esporádico canto de loros barranqueros o el paso de algún vehículo, pero basta pasar la tranquera de acceso y avanzar hasta donde el camino se convierte en una garganta que alguna vez albergó un río, para sentir el continuo ulular del viento que le da el nombre al lugar, entre las torres grises, rojas y amarillentas.

Por esa garganta se llega a curiosas geoformas con nombres alusivos, talladas por el viento y el tiempo como en el Valle de la Luna o en la mayor reserva natural de la región: el Parque Nacional Talampaya (240.000 hectáreas), también vecino aunque su acceso está a unos 90 kilómetros hacia el noroeste.

El Chiflón puede ser recorrido mediante varios circuitos, que se pueden hacer en vehículo, a pie, o en combinación de las dos opciones, siempre en compañía de un guía autorizado.

Los paseos llevan también a restos arqueológicos, como morteros y petroglifos, y a troncos petrificados de un bosque extinguido hace millones de años, además de acceder a miradores con imponentes vistas panorámicas del lugar y alrededores y la posibilidad de ver algunos animales salvajes.

Esta reserva es una de las más jóvenes en cuanto a explotación turística en La Rioja y sus guías son baqueanos del lugar con capacitación en turismo y geología, agrupados en la también recientemente creada Cooperativa Pucará.

Uno de ellos, Hugo Molina, quien reside en el vecino paraje La Torre, guió a Télam por los recovecos que atraviesan los senderos, entre geoformas de diversos tamaños y grandes paredes que exhiben en sus estratos el paso de millones de años, desde que esta zona hoy tórrida fue fondo marina, y hasta después del surgimiento de la Cordillera de los Andes al oeste (hace unos 70 millones de años), que desplazó las aguas hacia el este.

Los farallones exhiben tanto el rojo del óxido de hierro, como el verde de sulfatos de cobra, los blancos de la sal y el negro de la «pátina del desierto», además de los tonos de diferentes líquenes, que con sus diversos grados y variantes semejan amplias banderas que parecen flamear con la ondulación de las paredes.

Los trayectos peatonales recorren sectores bajo la sombra y otros a pleno sol, por lo que los guías recomiendan, casi exigen, tener cubierto el cuerpo, en especial la cabeza, usar ropa suelta y cómoda y llevar suficiente crema protectora y agua mineral.

A poco de entrar se comienzan a ver geoformas como «La Tortuga», «El loro», «La Cara del Gaucho» y «La Casita», que se parece mucho a un rancho de campo verdadero, además de «La Pirámide», que los lugareños también llaman «El Pan Dulce».

Uno de los circuitos recorre unos 1.500 metros por el borde de los cerros, entre grandes bloques de piedra, donde están las geoformas «El Elefante», «El Bolillero», «La Torre de la Víbora» y el «Cañadón rojo».

Otro permite ver «El «Hongo» y «El Ojo de la Cerradura» y lleva a la formación más imponente del parque, «Las Pretinas», donde el cerro parece una alta torre rodeada por este accesorio de vestir en tamaño gigante y en tonos rojos, junto a la cual se tiene una vista panorámica del valle y la ruta, que se torna espectacular en los atardeceres.

Otro atractivo es el llamado «Pucará de El Chiflón», que consiste en los restos de varios recintos semicirculares sobre la cima de un cerro, que demanda un ascenso de mediana dificultad, desde donde se obtiene una aún mejor vista de todo el lugar.

Por la extensión de sus circuitos, es posible recorrer el parque en una jornada, aunque el sol que cae a plomo desde antes del mediodía hasta después de las 16 es un importante obstáculo para las caminatas y trepadas, por más baja dificultad que éstas presenten, lo mismo que el constante, seco y agotador viento del desierto.

En los últimos años, con el cambio climáticturo aumentó discretamente la humedad de la región, por lo que los senderos antes resecos ahora albergan una flora más variada que las típicas de cardones, chañares y algarrobos, y se pueden ver matorrales bajos con plantas de hojas verdes y flores coloridas surgidas tras las inéditas lluvias que generó el fenómeno.

Fuente: Télam por Gustavo Espeche Ortiz, enviado especial

 

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