El viento sopla fresco en la mañana de junio sobre las aguas del Golfo Nuevo, a poco de salir de Puerto Pirámides, en la Península Valdés, aunque poco importa, porque el único objetivo es encontrarse frente a frente con una de las maravillas que sólo la naturaleza puede brindar; la ballena franca austral.Hasta los preparativos para subir a la embarcación sugieren una especie de ceremonia no declarada donde las emociones, la curiosidad, y por qué no decirlo, la ansiedad contenida, comienzan a hacer su efecto sobre los turistas que llegaron a ese lugar lejano del mundo en la provincia de Chubut con ese único fin…
Algunos ya han tenido la suerte -como este cronista- de un adelanto encantador frente a las costas del área natural protegida de El Doradillo, a 15 kilómetros de Puerto Madryn, donde a lo largo de sus 25 kilómetros los visitantes se maravillan con el espectáculo que ofrecen las ballenas a pocos metros de la playa.
Saltos, soplidos, golpe de aletas hundiéndose en el mar azul, gigantescas colas asomándose y hasta el juego de arquearse de revés, son varios de los regalos que ofrecen los cetáceos al sorprendido paseante.
El ballet improvisado es hipnótico; no hay posibilidad de quitar la vista de esos gigantes que parecieran tener preparada una coreografía anárquica para mostrarse, con la magia de aparecer y desaparecer por un lado y otro, lo que obliga a que se les busque con los ojos, se adivine su presencia, y se precipiten las emociones en todo el cuerpo.
Con esas imágenes grabadas en la retina, el visitante sigue su camino hacia Puerto Pirámides, con muchas más ganas de estar cerca, de admirarlas, de saber que están ahí para quedarse al menos hasta principios de diciembre, cuando migren mucho más hacia el sur en busca de alimento.
El camino hacia el Área Natural Protegida Península de Valdés -declarado Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 1999- permite ver, a un lado y otro, los Golfos San Jorge y Nuevo, separados por una estrecha franja de tierra, y donde resulta de interés una visita al Centro de Interpretación que se encuentra a mitad de camino.
De la nada aparece Puerto Pirámides, una pequeña villa que se reduce a una arteria principal con 550 plazas habilitadas distribuidas en hoteles, hosterías, B&B, hostels, cabañas y casa de alquiler temporario, además de un cámping municipal con parrillas, electricidad y duchas.
En esta pintoresca aldea de mar que ofrece múltiples servicios, se ofrecen todas las posibilidades para realizar diferentes actividades de turismo aventura, como mountain bike -variados recorridos en disimiles paisajes-; Stand Up Paddle, que se realiza en las calmas aguas del golfo durante la temporada de verano; sandboard; kayac y trekking; buceo; avistaje de aves; y la gran joya, el avistaje de ballenas.
En una de las calles que baja a la costa, las seis operadoras habilitadas para realizar la navegación en la zona comprendida entre Puerto Piaggio y Punta Cormoranes, reciben al visitante, a los que les dan las indicaciones necesarias para un avistaje sin problemas.
No por simples dejan de ser importantes: Hacer caso a las indicaciones del guía ballenero, que tiene la experiencia y el conocimiento necesaria; no tocar los animales, que implica un riesgo tanto para el cetáceo como para el turista; no arrojar residuos de ningún tipo; y mantener silencio o conversar en voz baja para disfrutar de la naturaleza y sus sonidos.
Puestos los salvavidas correspondientes, el grupo -que en algunos casos puede llegar hasta las 70 personas- se dirige hacia la playa donde las barcazas son ingresadas a las aguas del golfo con la ayuda de enormes tractores, mientras a un costado, el famoso submarino amarillo que permite ver el mar y su fauna en su piso inferior, descansa hasta el comienzo de la temporada.
La navegación comienza tranquila, moviéndose la embarcación al compás del suave oleaje de un día soleado de junio, y avanzando con el paisaje de la lobería a un costado que en estas épocas no dejan ver lo que en pocos meses estará poblado de cientos de lobos marinos.
A los pocos minutos la suerte acompaña: a lo lejos, un chorro de agua en forma de V emerge a la superficie ante la mirada, entre atenta y curiosa, de los pasajeros que ya perciben que la experiencia está cerca.
Primero como estudiando al intruso, y luego con confianza, una ballena joven se acerca a la embarcación; salta a unos metros; vuelve a soplar, y el soplido emite un ruido que impacta en el silencio de la bahía. Los motores, por supuesto, se han detenido para dejar contemplar y sentir.
La ballena muestra sus juegos mientras el guía ballenero, entre pausas para dejar a los embarcados interioricen sus emociones, explica el significado de cada movimiento.
Las explicaciones son escuchadas, pero el espectáculo está en el agua, y entonces, como aburrida, la ballena se aleja y abandona el lugar. Ya nada importa; el hombre que ha pasado esta experiencia comprende de inmediato su comunión con la naturaleza, y nada volverá a ser como antes.
Fuente: Télam
Fotos: Julio Ramirez