La provincia abarca un extenso territorio donde el turismo de fe, la arqueología, la historia y paisajes infinitos están al alcance de la mano. La Sala, en Fiambalá, es una vieja casona que perteneció a un lugarteniente del héroe nacional Guacho Martín Miguel de Güemes…
El territorio catamarqueño es una síntesis perfecta del norte argentino y de América. Sus sitios arqueológicos, la cultura ancestral, la naturaleza virgen como los médanos de Tatón, la Ruta de los Seismiles y el sueño de conocer a cada artesano del telar se combinan con viñedos y gastronomía top. Pasen y vean.
La idea que uno percibe cuando transcurre por territorio catamarqueño es que bajo nuestros pies o las postales que se suceden desde la ventanilla del vehículo guardan los secretos de 10 mil años de historia, y más también, cuando la mirada se eleva junto con la cordillera de Los Andes, en el norte argentino.
Si el viaje comienza en San Fernando del Valle de Catamarca, la ruta se sumerge entre montañas y quebradas que tallan los valles plenos de viñedos y olivos. Unas empanadas, pero en especial las tortillas recién hechas, merecen hacer un alto en el camino para probarlas calentitas. Hay rosquete, que este año en la Fiesta Nacional e Internacional del Poncho, que se realizó como hace más de 50 años en julio, elaboraron el rosquete más grande del mundo.
Hay una propuesta imperdible de unir las localidades de Tinogasta y Fiambalá por la ruta nacional 60, que traza un recorrido por la historia colonial con la Ruta del Adobe. Se trata pueblos y parajes donde edificios de tres siglos reconstruidos en adobe dejan percibir las voces de época colonial en cada uno de los muros anchísimos que los perfila.
Por ejemplo, la Iglesia de San Pedro y la Comandancia de Armas donde hoy está la Bodega Don Diego, son parte de este recorrido que integra también a la Iglesia de Andacollo, la de Anillaco (homónimo del pueblo riojano), Nuestra Señora del Rosario, la Iglesia más antigua en pie de Catamarca.
También se puede visitar El Puesto, el Oratorio de La familia Horquera, ubicado en la entrada del pueblo donde las fachadas arquitectónicas se mantienen intactas con muros de colores, un almacén que ofrece dulzuras regionales y una escultura al viñatero recuerda a la producción estrella: la uva.
El adobe se mantiene también en el Centro Cultural de Tinogasta y el hospedaje Boutique Casa Grande, que fue la morada del primer cónsul chileno en la Argentina. Todo el territorio es tierra diaguita e inca, muy cerquita también se pueden ver vestigios de lo que fue «Watingasta», donde vivieron más de 4.000 personas antes de la llegada de los españoles.
Para el director de Turismo de Tinogasta, Marcos Stieb, el atractivo de la Ruta del Adobe es parte del abanico de posibilidades que ofrece la región que se combina con el complejo termal de La Aguadita, que están en lo alto de la montaña y muestra vistas panorámicas de toda la región.
Los secretos de la entraña de la montaña también se revelan en la vecina Fiambalá con las aguas termales que surgen a 78 grados y descienden en catorce piletones de roca natural hasta contar con 25 grados. A quince minutos del pueblo, se llega a la Finca Las Retamas donde Carlos Arizu, miembro de una de las familias clásicas del vino en la Argentina es el anfitrión para la cosecha de Luna llena cada abril, con el que elabora «Plenilunio», un vino biodinámico único.
Hay fiesta popular durante esta vendimia particular, con un homenaje a la Pachamama, bandas de músicos de toda la región, cantoras y copleras, además de que toda la gente participa de la cosecha manual bajo la Luna llena.
Un viaje por esta región ofrece un paisaje diferente a todo lo conocido. Se parece a un mar de arenas blancas que inunda el paisaje cuando se llega a los pueblos de Sajuil y Tatón, donde las dunas alcanzan los 2.845 metros en lo alto de la sierra de Zapata. Ideal para los amantes del samboard, y seis veces escenario del Rally Dakar.
Mientras el recorrido sigue con tortilla, rosquete, nuez confitada, gaznate, api zapallo, nueces, uvas, olivas y por supuesto, empanadas y humitas, son parte del recorrido de aromas y sabores catamarqueños que se endulza con un universo de frutas en almíbar.
Hay un hospedaje histórico en Fiambalá, que fue la casa de quien fue presidente de los argentinos en 1930, por ocho meses, Antonio Del Pino, (muchos lo llaman el presidente olvidado), otros lo recuerdan por haber fundado el primer Tiro Federal de la Argentina, mantiene el mobiliario original de una de las primeras construcciones del lugar en 1850.
Allí, su descendiente directo, Carlos Lilljedhal, aún recuerda su infancia de vacaciones por aquí y hoy recibe viajeros de todo el mundo que se hospedan en este hotel boutique. En sus habitaciones y pasillos, las piezas de colección familiar son otro atractivo como las carabinas Winchester (1890) o una de las primeras monedas acuñadas. Impecable.
Sobre la ruta, en la zona conocida como La Puntilla, también una antigua casona conocida como «La Sala» de un lugarteniente del heroe nacional Guacho Martín Miguel de Güemes, invita a quedarse en medio de un paisaje pleno de viñedos. Aunque sea un alto en el camino para probar la gastronomía.
Los Seismiles
Si quiere llegar cerca del cielo, rumbo al paso San Francisco que nos une con Chile, en la región de «Los Seismiles» hallará los catorce colores que ofrecen las montañas a su paso hasta llegar al paraje Cortaderas. El suelo catamarqueño concentra aquí cinco de los seis picos más altos de América y el volcán a mayor altitud. Ojos del Salado y Pissis, son parte de esta inmensidad.
Guanacos, ñandúes, vicuñas y hasta flamencos rosados pueden verse en el camino, lo mismo que algún puestero que desde el horizonte se acerca arreando sus cabras, miles.
De regreso en Tinogasta, los museos arqueológicos, los edificios históricos de adobe y hasta la visita para disfrutar del complejo de aguas termales, La Aguadita son parte de su encanto. Hay un autocamping que es el elegido por los locales y los visitantes: Los Olivos. Tiene cabañas, pero visitarlo es conocer la historia catamarqueña en miniatura. Se reproducen todos los edificios de Tinogasta en adobe para niños, por eso es ideal para familias, tiene un laberinto de cañaveral que si uno lo recorre siente que disminuye varios grados la temperatura en su interior y una piscina enorme para disfrutar en verano.
Es en la capital provincial de San Fernando del Valle de Catamarca, donde un paseo por la plaza 25 de Mayo le brindará la mejor vista de la catedral basílica Nuestra Señora del Valle, patrona de la ciudad y del Turismo Nacional que atrae a miles de feligreses en las celebraciones católicas, forma parte de la historia con el hallazgo de la imagen que se remonta entre 1618 y 1620.
Y si se orienta en el viaje hacia el tramo de Ruta 4 catamarqueño, entre Belén y Londres, además de visitar el sitio arqueológico El Shinkal, podrá conocer la Ruta del Telar, donde participan unas cincuenta familias teleras. Uno de ellos es Ramón Baigorria, que acaba de estrenar local y planea inaugurar su taller escuela de telar. Sus prendas han llegado hasta Paris. Y aquí se pueden ver, conocer y por su puesto comprar.
Para la secretaria de Turismo catamarqueña, Natalia Ponferrada, los textiles que se vieron en la Feria del Poncho con la presencia de más de 700 artesanos, entre ellos, también cestería y cerámica, es posible conocer cada detalle hasta el proceso de cómo tiñen las lanas y fibras.
Hay de llama, alpaca y vicuña, la más fina que haya visto en el mundo. Todo en Catamarca, un territorio donde el turismo de fe, la arqueología, historia y paisajes infinitos están al alcance de las manos.
Fuente:www.lacapital.com.ar /Por Sonia Renison – Especial para La Capital