Un gigante filoso y granítico, como tallado a hachazos, cada amanecer El Chaltén se eleva rojizo y rasgando las nubes para cobijar su cumbre en el cielo y así evitar las miradas y pisadas curiosas. El imponente macizo trepa a 3.441 metros de altura en el santacruceño departamento de Lago Argentino, sobre el margen norte del lago Viedma. A sus pies confluyen los ríos De las Vueltas y Fitz Roy, del parque nacional Los Glaciares, de 724 mil hectáreas…
En homenaje al navegante inglés que llevó a Darwin en el buque Beagle a recorrer la Patagonia en 1834, el perito Pascacio Moreno rebautizó al cerro como Fitz Roy en 1867. Pero originalmente, para el pueblo ahonikenk (gente del sur), la torre de piedra era sagrada y la llamaban Chaltén, que en su lengua significa "montaña azul" o "montaña que humea". Sucede que "las nubes que lo rodean suelen darle apariencia de un volcán", remarca el coordinador de la excursión, Leonardo Lancillota, un apasionado y conocedor del oficio patagonauta. "Entonces le diremos como lo llamaron los indígenas", dice con decisión una maestra santafesina que integra un contingente de turistas.
La mole de paredes verticales de granito dorado es abrazada por vientos de los dos océanos, la nieve y el hielo, el estruendo del silencio y un frío aliento no humano que impresiona a los escaladores. Esa magia inentendible para el visitante se extiende por la blanca grandeza de los glaciares, los verdes bosques de ñires, guindos y lengas y el impetuoso celeste de ríos y lagunas escondidas.
El cerro, junto a su vecino Torre (3.128 metros), es conocido por estar entre los más difíciles de ascender en el mundo. Constituyen el límite entre la Argentina y Chile, allí donde el manto de nieves y el hielo eterno cubren la cordillera austral.
Una aldea a sus pies
En la base de la montaña, sobre un valle glaciárico, la villa de El Chaltén parece diminuta con sus casas con techos a dos aguas. La población de 600 pobladores suele alojar a unos mil visitantes. La mayoría son alemanes, franceses o ingleses. Los argentinos acceden en menor escala al sitio debido a los costos de viajes y alojamiento, y a las pocos tours que se aventuran al lugar. "A pesar de lo grandioso del paisaje, es un destino no explotado aún", dice el guía de la zona, como parte de travesías al sur patagónico y Tierra del Fuego.
La región ya en 1901 había maravillado al marino dinamarqués Andrea Masen, quien tras trabajar en las Comisiones de Límites con Chile, recorrió los lagos e instaló allí una casilla de maderas y cueros de guanaco. Fue capataz de estancias, carretero y se convirtió en un pionero y baqueano de la zona.
Desde su campo, partió en febrero de 1952 el grupo de alpinistas franceses que logró hacer cumbre en El Chaltén, usando cuñas de madera, clavos, cuerdas fijas y tras pasar la noche en las nubes. El litigio con Chile por la zona del Lago del Desierto y la llegada de escaladores promovió la zona ante la necesidad de poblarlo. En 1985, se funda El Chaltén, ofreciendo beneficios a quienes se radicaran allí. En el poblado más cercano a los campos de hielo patagónico, la inversión turística levanta hospedajes, hoteles y chalets entre los locales de servicios para alpinistas y caminantes. Se halla a 200 kilómetros al norte de El Calafate y se llega por la ruta nacional 40 y la provincial 23, con ripio en 25 kilómetros.
Las posibilidades de escaladas y caminatas, y el deseo de promocionar la zona ha llevado a que en 1994 a Turismo de la Nación declarara a El Chaltén "Capital Nacional del Trekking", por ofrecer terrenos ideales para andar por sendas empinadas, pedregosas, resbalosas o nevadas. Desde los esfuerzos en escaladas a la calma del paisaje, otras atracciones son la navegación por el Lago del Desierto, las caminatas por orillas los ríos Blanco, Eléctrico y la laguna el Cóndor, además de los impactantes avistajes de glaciares como el Huemul.
Los ahonikenk, conocidos como ’tehuelches’, por nombrarlos así los mapuches, adoraron al cerro que fue vital en su cosmovisión. Se cuenta que, cuando ’todo era hielo y nieve’, en esa cumbre vivió Elal, hijo del gigante Noshtex y Teo (nube), resguardado por las aves. Allí creció e inventó el arco y la flecha, con las que disparó al mar para agrandar la tierra. Además, al modelar figuras de barro, creó a los chonek (hombres). Elal fue sabio y reveló a su pueblo el secreto del fuego y les inculcó principios éticos.
Claro que tanta rebelde y cambiante naturaleza, es a veces encarcelada por alambrados de grandes estancias. Pero la magnitud de la belleza se expande en la zona. Sin embargo, los inversores, los disparadores de cámaras fotográficas o el tránsito de vehículos aún no pudo callar al estruendoso silencio que imponen los faldeos de montañas, hielos eternos y aguas.
Fuente: Suplemento Diario La Capital