La costa de Rocha –más allá de Punta del Este, justo antes de la frontera con Brasil– es una agradable sorpresa. Tiene playas lindas, tranquilas, agitadas, divertidas, hippies, onderas, razonablemente económicas, y, sobre todo, playas que están en el momento justo: nadie las invade demasiado. Todavía…
LA PEDRERA
El carnaval más largo del mundo
Hay cierta elegancia en La Pedrera. No se trata de vitrinas lujosas ni autos caros como en Punta del Este. Es algo más discreto. Este pequeño balneario –a 119 kilómetros del destino más famoso de Uruguay– tiene tiendas que mezclan sobriedad y estilo. Boutiques de artesanías que combinan lo rústico y lo sofisticado. Hay paredes blancas de madera. Terrazas luminosas. Cabañas coloridas que son algo más que "cabañas". Casas de arquitectura.
Quizá sea eso: La Pedrera es un sitio tranquilo, con 150 vecinos permanentes. Incluso cuando es verano, y estas costas se llenan, en La Pedrera el ruido es poca cosa. Nada lamentable. Las cuadrimotos se mantienen donde tienen que estar (en el garaje o en las calles, no revolviendo la arena), y la gente, con pareo blanco, pantalón blanco, nada rebuscado, la gente camina tranquila por la playa, en las mañanas, y rumbo a la terraza de algún restaurante por las tardes. Hace pocas temporadas, se abrieron varios boliches (música fuerte; ganas de que aparecieran las cámaras y los flashes). La mayoría se fue tal como llegó: sin que nadie les dijera nada. Se mudaron a La Paloma, una entretenida, bonita y movida playa a 10 kilómetros de aquí (www.destinolapaloma.com.uy). Un buen complemento para La Pedrera.
Maitena, la humorista gráfica argentina, la misma que firma la caricatura en las últimas páginas de revista Ya, tiene una casa acá. Se la ve en el pueblo y a nadie le llama la atención. Lo mismo Julio Bocca. Igual otros famosos cuyos nombres (porque son famosos aquí pero no allá) cuesta retener. Quizá Natalia Oreiro, que ha estado de paso. Algunos políticos también.
El País, uno de los principales diarios uruguayos, dijo alguna vez que La Pedrera iba camino de convertirse en "el nuevo José Ignacio". Se refiere a otra playa, relativamente cercana a Punta del Este, que es el paraíso de los que buscan una bonita playa, divertida y variada, pero sin el estruendo ni las luces de Punta. Estilo sin ruido. Glamour sin farándula. También decía que, por suerte, mantenía su propio estilo. Sí, eso es: mantiene su estilo. Pocas calles, buenos restaurantes, harta playa. No es mucho más lo que hay que saber. Tampoco se necesita más.
Sólo hay un momento en que La Pedrera pierde la cabeza (claro que no es cosa de La Pedrera solamente). Para el carnaval (carnavaldeluruguay.com), que los uruguayos dicen que es el más largo del mundo, que dura cuarenta días, y eso significa que prácticamente el verano completo se pasa en carnaval, en prepararlo y en celebrarlo, en La Pedrera tienen su propia fiesta. De disfraces, por la calle principal. Es una fiesta popular sin reglas. Nadie la dirige, nadie la regula. No hay ganadores ni se paga por participar. En 2007 se llenó de figuras políticas. A nadie le importó. Sólo se trata de disfrutar. Así es La Pedrera.
CABO POLONIO
La vieja revolución
Cabo Polonio cae bien porque es sorpresiva. También cae mal.
Cae bien porque tiene las que quizá sean las mejores playas de Uruguay, y porque parece un mundo aparte. Quizá el clima (ahora mismo está medio nublado, corre viento, nada de frío en todo caso) y el paisaje tengan que ver con eso. El cielo se siente más extenso, los colores brillan de otra manera; las figuras, la gente, las casas se ven un poco difusas. Se siente como un sueño. Botes pesqueros, piedras anaranjadas, artesanos, gringos de caqui y mochila. Ranchos a medio caer, almacenes que podrían estar en la esquina de una población cualquiera, carteles que anuncian platos gourmet por 130 pesos uruguayos, poco más de 5 dólares.
Cabo Polonio (portaldelcabo.com.uy) es eso mismo: un cabo de tierra, una punta que se clava en el Atlántico, con un faro en el extremo para avisarles a los barcos que no sean pajarones y que no se acerquen demasiado (el faro se puede subir: la vista –apenas se recupera la respiración– es magnífica).
Hace varias décadas, el hippismo clavó una bandera aquí. Gente que venía de paso, que acampaba, levantó ranchitos. Casas sencillas. Se armó un poblado: sobre las dunas se levantó un montón de construcciones sin denominador común (quizá la madera, las latas en el techo). Otros hippies, de hoy, de pelo y barba larguísimos, de poleras sicodélicas o polleras tejidas, se acomodan entre las casas y entre los puestos.
Eso es lo otro que hay en Polonio: una docena de puestos azules de artesanía. Nada nuevo. Los artesanos del mundo son, a su estilo, otra manera de producción industrial.
Polonio cae bien porque es difícil llegar. Mejor dicho, es divertido. Hay que tomar unos camiones todoterrenos que se supone son de la Segunda Guerra. Es la única vía: no hay más camino que la arena. Los vehículos de cuatro empresas (incluyendo El Francés, la pionera en este servicio) están entre el kilómetro 260 y el 270 de la ruta 10, se meten por una huella salpicada de dunas, parte de un área ambiental protegida, hasta llegar a la playa. Una extensa playa gris que, cuatro, cinco, seis minutos después, termina en Polonio. La gente llega, acuerda la hora (o el día) para volver, y los camiones se van. Luego, acuerdan el precio del arriendo y se instalan. Más tarde, se ponen de acuerdo entre ellos y comen por ahí. Hay fogatas en la noche. Fiestas playeras. Algún cantante en algún restaurante.
De pronto, cae mal Polonio. Porque el verano pasado llegaron 60 mil personas, según la prensa, y esto debe ponerse difícil. Porque la infraestructura parece escasa. Por hippie, por trasnochada, por pegada en el tiempo. Por los chicos a pata pelá que debieran estar en el colegio (o tener al menos una enfermería cerca, por si acaso), por el aire don’t worry be happy que dura hasta que un niño y su padre se cruzan por el lente de la cámara y una chica le dice al fotógrafo, seca, no tan relajada: "Hermano, ellos son míos; si quieres tomarle fotos tienes que pedir permiso antes", y uno, que cree que no es de nadie, se queda sorprendido. Descolocado.
Ok. Quizá no cae mal. Tal vez sólo es envidia.
VALIZAS
Lo que está por venir
Valizas es un puñado de casas, unas dunas, una playa larga. Bonita. Valizas está al otro lado de la gran duna que marca el límite con Polonio.
Gerardo González vive en Valizas. Es uno de los encargados de turismo local. Es alto, pausado, amable. Invita a la casa. Cree que Valizas podría, en cualquier momento, ser como Polonio. Las casas locales se arriendan. 45 dólares diarios por un sitio para seis a ocho personas. Casas sencillas, hay que puntualizar. Da igual: los gringos se encantan y se quedan. Por un tercio de dólar se consigue un kilo de pescado fresco en la caleta cercana. Los pescadores también hacen paseos en bote. El turismo es la principal actividad. La que más promete. Aunque hace rato que promete y no llega todavía. Pero hay que prepararse, dice Gerardo, que junto a otros valicenses promueve la certificación de los servicios turísticos, la capacitación, que participa en un sitio web (www.portaldevalizas.com.uy), y que sabe que ya será el turno de su pueblo. Debiera serlo.
PUNTA DEL DIABLO
El arte de la seducción
Parece que desde el aire, el sitio donde estamos, la bahía, tiene tres puntas. Un tridente. De ahí lo de Punta del Diablo. Un nombre duro, algo excesivo para un sitio amable. Seductor, a fin de cuentas.
Punta del Diablo (www.portaldeldiablo.com.uy) es otra versión de Polonio. Una más desarrollada y equilibrada. Con mejor infraestructura, buenos restaurantes y pequeñas pizzerías, heladería y boutiques sencillas. Harta oferta, mucho movimiento. Tiendas que tienen algo más que conchitas pintadas y pulseras trenzadas. Hay talleres de artistas, y artesanos que firman su trabajo. Los carteles tienen estilo, se ven más dreadlocks cuidados que chascas abandonadas a su suerte. Los sitios para después de la playa, para la noche, se llaman El Diablo Tranquilo, El Clú, Cueva Luna, La Viuda del Diablo, y se autodenominan pub o restobar o beach bar & inn. El pescado acá tiene fama: se prepara bien, y se come con los pies en la arena, a la sombra de un quincho. También se comen deliciosos buñuelos de alga y aritos de calamar. Para la hora del mate, pasteles de mermelada o dulce de leche.
La Punta era caleta de pescadores. La playa frente a la avenida principal tiene varios viejos veleritos pesqueros medio inclinados, que ahora dan tregua a los peces y sombra a los bañistas.
La Punta es más pueblo que cualquiera otro en la ruta. "Horcón", dice el fotógrafo al pasar. Sí, se parece un poco, pero con ambiente uruguayo y precios, todavía, uruguayos. Con algo de esfuerzo, no demasiado, se puede conseguir una casa para varias personas por 40 dólares. Algo más, algo menos. Son casas sencillas para varias personas. Por eso mismo, Punta del Diablo, Cabo Polonio y casi toda la costa rochense es especialmente popular entre las familias, estudiantes y especialistas en ese deseado bien que es la relación precio/calidad.
Estamos en eso, disfrutando la relación precio/calidad con dos contundentes pizzas grandes, dos cocacolas y dos cervezas Patricia, por no más de diez dólares, cuando sale el tema. Al otro lado de su pedazo de pizza, Carina, encargada de prensa del Departamento de Rocha, dice que busca un sitio para comprar. Es de Montevideo pero sueña con esta costa. Los precios se elevan (en algunos casos, gracias al anuncio de grandes proyectos inmobiliarios y hoteleros que se quedan en el rumor), pero aún hay alternativas. Se puede. Carina quiere algo para cuando deje de trabajar al menos. Al otro lado de nuestra pizza, la envidia otra vez.
PARQUE SANTA TERESA
Secreto militar
Había militares. Armados. Daba susto.
Hasta hace poco, había militares armados controlando el acceso al Parque Nacional Santa Teresa (www.parquesantateresa.com.uy). Por eso, no pocos turistas llegaban, miraban, pensaban que habían escuchado mal el dato, o que les habían dado mal el dato, como sea, esto les parecía un regimiento y no un parque abierto con buenas playas, edificios sorprendentes, camping, así que pasaban de largo.
Hay militares todavía. En lugar de camuflaje, ahora usan unos coquetos pantalones cortos color caqui y polera amarilla con cuello. No se ven armas, aunque debe haberlas. Santa Teresa es un área ambiental protegida a cargo del Ejército uruguayo. Raro. Quizá se explique porque dentro de este parque de 1.050 hectáreas se encuentra una mansión presidencial que ninguna visita ve porque se oculta tras una arboleda. Lo que sí se ve es un magnífico "Invernáculo" o invernadero, de piedra, hierro y, claro, vidrio, donde hoy mismo se escucha algo de música clásica. Es el tipo de sitio para llevar a alguien a quien se quisiera impresionar. Y para que el golpe fuese total, se le podría mostrar luego el "Sombráculo", un frondoso jardín con fuente central y bancas de piedra.
Hay varios edificios por ver, pero la ruta tiene que terminar sí o sí en la robusta Fortaleza de Santa Teresa –uno de los principales bastiones sobrevivientes del Uruguay colonial– antes de partir a las playas. El parque tiene varias. Extensas, protegidas, con y sin olas. A veces se ven ballenas por acá. Ése es un buen dato. Otro: incluso en el peak del verano, estas playas están prácticamente vacías.
Desde uno de los miradores sobre playa La Moza, Carina vuelve sobre el tema. Gabriela, nuestra guía, rochense genuina, se suma. Coinciden: en algún momento, todo esto va a despegar definitivamente y Rocha se va a llenar de gente. Lo van a descubrir. Habría que apurarse y comprar un terreno.
Es cierto. Habría que apurarse.
Fuente: Diario El Mercurio de Chile/Por Mauricio Alarcón C., desde Departamento de Rocha, Uruguay. Fotos: Álex Moreno.
Llegar
A Montevideo y/o Punta del Este vuelan Aerolíneas Argentinas (www.aerolineas.com.ar), Gol (www.voegol.com.br), Lan (www.lan.com), Pluna (www.flypluna.com) y Tam (www.tam.com.br).
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