Desde el paisaje convulsionado de La Paz hasta el silencio de la Isla del Sol y la magnitud del lago Titicaca, Bolivia es un destino muy elegido por los argentinos que viajan al exterior, particularmente los de 20 y 30 años. Según cifras del gobierno boliviano, algo más del 20% del turismo internacional en ese país proviene de la Argentina…
La frontera entre la Argentina y Bolivia en el paso internacional La Quiaca-Villazón consiste en un sector de unas veinte cuadras por las que peregrinan mochileros cargados de ocio e ilusión, saboreando un plato de pollo y arroz antes de continuar la travesía. La mayoría son viajeros terrestres que deberán hacer frente a cierta precariedad del sistema de carreteras y su señalización, lo que puede provocar que un recorrido de unos 600 kilómetros pueda tomar más de veinte horas en ómnibus. De allí que, aunque el presupuesto suba, conviene considerar la opción de viajar en avión para ganar tiempo y confort.
Después de atravesar en ómnibus, durante 23 horas, 907 kilómetros de caminos de tierra y asfalto, la entrada en La Paz es como el descubrimiento de una ciudad oculta. Es que la capital se emplaza en una geografía desfavorable, cuajada entre cerros y quebradas, con casas multicolores que parecen suspendidas unas sobre otras, pendiendo de una ladera rocosa.
Desde El Alto, el punto máximo, a 4200 metros sobre el nivel del mar, hasta el corazón urbano se desciende por una carretera zigzagueante y sinuosa. Y una vez abajo, en Plaza Murillo, sede del gobierno central, no sólo la altura disminuye considerablemente (hasta los 3650 metros), sino que también baja la temperatura; la diferencia entre un lugar y otro puede variar hasta en 8°C.
La iglesia de San Francisco y sus alrededores es el sitio más concurrido por los visitantes. El templo fue levantado en 1549 y es de un estilo barroco mestizo, que combina rasgos españoles y autóctonos. En esta zona, en el núcleo de la ciudad, abundan los hospedajes económicos (entre 5 y 10 dólares por día), con calles angostas y empinadas, pobladas de tiendas de artesanías. El Mercado de las Brujas es una excusa válida para un paseo distendido, además del Museo de la Coca, la catedral Nuestra Señora de La Paz y el Palacio del Quemado, la sede del Poder Ejecutivo, llamada así tras ser construida y remodelada sobre la anterior edificación, incendiada en 1875 por una sublevación popular en contra del gobierno de Tomás Frías.
La oferta gastronómica es de lo más variada a lo largo de un tendido de puestos callejeros de unas cinco cuadras. Aquí, la mayoría, locales y turistas, come en la calle, sentada en el cordón de la vereda, con la falda como mesa de un banquete… diferente.
Imposible negarse a probar los anticuchos, especie de brochetas de corazón de vaca, papa y salsa de maní, o el guiso de riñoncitos, tal vez dos de los platos más populares junto con el pollo frito. Una opción más al paso, que puede sacar del apuro, son los sándwiches de chola, con pan casero, fiambre y queso de cabra. Todo se acompaña con jugos de frutas o bebidas a temperatura ambiente. Será difícil conseguir una gaseosa fría, y qué decir una cerveza. "Aquí todo se toma al tiempo", instruyen los lugareños, siempre con una sonrisa.
Los latidos del progreso no llegaron a La Paz con la intensidad de otras capitales. Y las diferencias sociales y de ingresos son pronunciadas. Las zonas más acomodadas se encuentran en el sur de la ciudad, a unas treinta cuadras camino abajo desde la plaza San Francisco, considerado el epicentro paceño. La zona sur es puramente residencial y comercial, trazada de avenidas donde posan embajadas y esplendorosas casas amuralladas de lujo y temor. La postal se contrasta con El Alto, donde los hogares hacen equilibrio entre las nubes. Aquí viven en su mayoría los emigrantes, muchos de ellos de ascendencia aymara, que montaron un gran mercado de artesanías y productos de segunda mano que vale la pena visitar. Abre sus puertas todos los jueves y domingo.
La Paz es una ciudad ambigua, es la capital del Altiplano y permanentemente ofrece imágenes que desentonan, lo que la convierte en un sitio mágico. Una chola puede hacer de la vereda un baño y los ojos del asombro no se posarán sobre ella. Esto sucede tanto en El Alto como en las puertas de un hotel cinco estrellas.
Más allá del recorrido por el centro es recomendable una escapada al Valle de la Luna, a media hora de la ciudad y desde donde se podrá apreciar una bonita vista panorámica gracias a la erosión en las rocas calcáreas. Junto al valle está el zoológico de La Paz, donde abundan las especies andinas y un interesante jardín botánico de cactos. Otra opción cercana, a unos 100 kilómetros, y de la que nadie se arrepentirá, es visitar Coroico, pueblo de clima húmedo enclavado en la yunga boliviana. Este sitio ganó popularidad por su ruta sinuosa, conocida como La vía de la muerte . Pero Coroico es mucho más: es el músculo productivo del cultivo de coca y cítricos, además de poseer grandes parcelas de café, frutillas y bananas. Aquí el verde solemne comulga con un paisaje de ensueño, a veces empañado por tristes nubarrones tropicales que limitan cualquier actividad recreativa al aire libre, como puede ser rafting o echarse camino abajo en bicicleta.
Para los más entusiastas la noche paceña ofrece un variado abanico de alternativas. Desde bares y restaurantes hasta boliches y pubs. Los sitios de mayor concurrencia están en los alrededores de la plaza San Francisco, donde se destaca el bar La Luna, punto de encuentro de los extranjeros, o El Fulvio, club nocturno de música autóctona.
En un viaje así es difícil determinar cuántos días de estada se merece cada lugar. El tiempo lo gobiernan la improvisación y los estados de ánimo. En este caso, una buena manera de continuar el viaje es trasladarse a Copacabana, pueblo recostado a la vera del lago Titicaca, que cuenta con una catedral imponente y radiante, construida en el siglo XVI.
Eso sí, nada tiene que ver la Copacabana boliviana, a tres horas en ómnibus desde La Paz, con el encanto de la playa carioca. El portugués se escucha de a ratos, con acento turístico, y aquí no existe el mar: hay cerros, quebradas y el lago Titicaca, con más de 8300 kilómetros cuadrados y a 3900 metros de altura.
El origen de la palabra Copacabana son los vocablos aymaras khota kahuan, que significan mirador del lago. Y es así: el pueblo descansa sobre las suaves colinas de la costa del Titicaca, indiferente a la mirada turística. Durante el imperio incaico aquí funcionó un centro de observación astronómica, casi un lugar sagrado.
También muchos de los visitantes desconocen que Copacabana fue el punto de partida de la ruta del Che Guevara en su afán de extender la revolución cubana en territorio boliviano. Aquí, desde algunas paredes, la mirada eterna y rebelde del guerrillero argentino continúa viva, pese a su intento frustrado.
En sí, el pueblo no ofrece mucho para el visitante. Son veinte cuadras de tiendas y bares, con una plaza central y la catedral como punto de referencia. Es un santuario blanco e inmaculado, con azulejos verdes en la parte superior, salpicados de influencias barrocas y renacentistas. Recibe a miles de creyentes que visitan a la Virgen de Copacabana, o que llegan para las challas, como los lugareños llaman a las bendiciones de los autos y camiones para evitar accidentes en las rutas. El resto de los visitantes suele estar de paso, camino a la Isla del Sol o a la vecina ciudad peruana de Puno.
A la Isla del Sol se accede a través de embarcaciones que descansan amarradas a la orilla del lago. Es un viaje de unas dos horas, con un costo de 15 bolivianos, unos 2 dólares.
El ronroneo intenso del motor del barco irrumpe el silencio furtivo de navegar por el Titicaca. Cerros e islas son testigo de un lago azulado y cristalino, que está en movimiento, casi a la escala de las nubes. La mirada se sumerge nostálgica en el agua, avivando recuerdos.
Uno debe pagar ni bien apoya el pie en la Isla del Sol. Unas 250 familias de las comunidades Challa, Challapampa y Yumani habitan sus tierras y son las que exigen el pago de un bono de bienvenida, una de las fuentes de financiamiento para preservar el medio ambiente y el cuidado de la isla. De Sur a Norte, al derecho y al revés, es un lugar ideal para largas caminatas y visitar la roca sagrada, en la cúspide. Pero también es un espacio perfecto para contemplar y descansar, para admirar un paisaje que genera suspiros maravillosos. En una de sus costas presenta una playa imponente, aún virgen, a pesar de que las huellas humanas de a poco van apropiándose de ella.
Por la noche, la melaza de melancolía, por un silencio seco y apacible, abriga y protege de un viento frío que golpea desde el lago. Los hostales son un buen refugio, también económicos, pese a que algunos deciden acampar en las orillas. Hay unos pocos bares, pero la mejor alternativa la ofrecen las casas de los lugareños: truchas a la parrilla hechas al momento, quizás en un viaje veloz del lago a la cocina. Comer y dormir bien por 10 dólares, aquí es posible.
Para los cultores de la lectura y el sosiego, la Isla del Sol es un estupendo paraje. Es recomendable alojarse un día en la zona sur y otro día, en el Norte. La vegetación no cambia, aunque en el trayecto de un lado a otro, que requiere de unas cuatro horas de caminata, los paisajes son conmovedores y emocionantes, coloridos e inspiradores, con el sol que enciende los picos nevados de la Cordillera, reflejados en el lago como un espejo natural. Caminar por los senderos de la Isla del Sol es como hacer equilibrio entre abismos, con el Titicaca y las nubes como precipicios encantadores.
No queda otra que volver a embarcarse para el regreso. Ahora, de la Isla del Sol a Copacabana, donde hay una amplia frecuencia de ómnibus con los destinos más buscados: La Paz o Cuzco, a tan sólo unas diez horas de viaje a cambio de 25 dólares. Según el tiempo y el bolsillo.
Turismo comunitario
En Mapajo, en el corazón de la amazonía boliviana, los indígenas construyeron un albergue con materiales del lugar, según el estilo de construcción tradicional, donde ofrecen comidas elaboradas con productos locales. También montaron un centro de interpretación y descanso inspirado en las S hipas , casas tradicionales de los chamanes, donde brindan información acerca de la diversidad biológica y cultural de la región, además de exhibir artesanías y disponer de material de apoyo para la interpretación de la naturaleza (como catalejos, mapas y libros). Las actividades en la zona incluyen caminatas guiadas a salitrales, playas y bosques, pero también se invita a los turistas a conocer las comunidades mosetenes y tsimanes.
El de Mapajo es uno de los tantos ejemplos de turismo comunitario que el gobierno de Bolivia intenta impulsar en el país vecino, y cuyo eje central es el respeto por la cultura, la tradición y el patrimonio de las diferentes zonas, con especial énfasis en la prerservación del medio ambiente.
Según la Oficina de Turismo de Bolivia en la Argentina, la idea es incentivar a las comunidades -tanto del Altiplano como de los valles o la Amazonia- a ser operadores directos, brindando servicios turísticos que van desde alojamiento hasta excursiones guiadas.
De esta manera, además de ayudar a las comunidades a administrar sus propios emprendimientos y manejar adecuadamente los recursos naturales, se ofrece la posibilidad de interacción del turista con la cultura, las costumbres y los matices de los pueblos del país.
Fuente:Por Nicolás Balinotti
De la Redacción de LA NACION
Datos útiles
Cómo llegar
Aerolíneas Argentinas tiene una frecuencia de cinco vuelos semanales a Santa Cruz de la Sierra, a partir de US$ 328,60 (impuestos incluidos)
AeroSur tiene un vuelo diario a La Paz desde Buenos Aires, a partir de US$ 587 (con impuestos).
Clima
Desde el clima tropical en Los Llanos hasta el frío polar en las alturas de los Andes, las variaciones de temperatura en Bolivia son tan amplias como sus paisajes. La Paz, cuyo punto más alto alcanza los 4200 metros, puede resultar de difícil aclimatación para recién llegados (para evitar el apunamiento, lo mejor es una Sorochi pill). La temperatuta promedio oscila entre los 5°C y 18°C, y la época seca se extiende de mayo a septiembre.
En Copacabana (a 155 km de La Paz) e Isla del Sol, a más de 3900 metros, el clima es soleado por el día y de bajas temperaturas por la noche.
De noche en La Paz
Bar La Luna: calle Oruro 197
El Fulvio Piano Bar: Av. 20 de Octubre 2172
Información
Embajada de Bolivia en la Argentina: Av. Corrientes 545, piso 2, Capital Federal; 4394-1463.
En internet
www.embajadadebolivia.com.ar
www.visitbolivia.org
Turismo comunitario: