Una isla ultraprotegida, con algunas de las más lindas playas brasileñas, pero que aún se resiste al turismo masivo. Este es el relato de lo que se ve allí cuando se deja de ser turista, al volver una y otra vez y vivir el día a día como un local.Los cangrejos siempre están allí, pero no se ven. Están ocultos en el mato. Sólo salen cuando llueve, de noche. Caminan entre los arbustos, atraviesan las calles, algunos son aplastados por los autos, y otros, no pocos, entran en las casas, se meten en las esquinas detrás de los sofás e, incluso, se suben a tu cama…
En Fernando de Noronha está prohibido comer cangrejos. Si te encuentran agarrando uno, la multa es temible: tres mil reales -unos US$ 1300-, sin cuotas ni facilidades. Quien te puede pillar es la Ibama; es decir, el organismo encargado de proteger este archipiélago y Parque Nacional Marino situado en el nordeste de Brasil, a una hora en avión desde Recife, y que se ha convertido en el destino más exclusivo del país. Un sitio que acapara portadas de revistas y guías en todo el mundo gracias al milagro de la naturaleza, que puso aquí las playas más lindas de Brasil. Y tal vez del planeta.
"Noronha es un paraíso", se oye decir muchas veces por aquí. Y cuando luego leés que en 1503 Américo Vespucio dijo lo mismo (o al menos eso dicen que dijo) y después admirás desde lo alto de un acantilado el hipnótico color turquesa de la solitaria playa do Sancho, y más tarde, cuando hay luna llena, vas a la fiesta que siempre se hace en la playa Da Conceição y ves cómo la luna ilumina todo: el mar, la arena, la gente a tu lado, y sentís cómo el viento tibio del Atlántico roza tu cara, y cómo tus pies se hunden en la arena; justo entonces, comenzás a pensar que sí, que tal vez esto es el paraíso, y luego cerrás los ojos y, de pronto, un cangrejo se sube a tu cama y te despertás con un alarido.
En el paraíso también hay cangrejos. Y a veces no te dejan dormir.
Es bien probable que la primera vez que uno vaya a Fernando de Noronha no vea cangrejos en la calle, menos arriba de las camas. Uno verá (o le mostrarán) lo clásico: las playas Do Cachorro, Conceição, Sancho, Leão. Caminará por la Vila Dos Remedios, el barrio histórico. Andará en barco para ver delfines. Al atardecer, irá al Forte do Boldró para ver la puesta de sol, y a la noche, tal vez, escuche las charlas ecológicas en el Projeto Tamar.
Los cangrejos los vi la cuarta vez que estuve aquí, cuando ya no vine como reportero ni como turista, sino a pasar un mes como lo que soy ahora: integrante de una familia noronhense.
Eso, claro, hace que uno comience a ver la isla de otra manera. Pero Noronha también ha cambiado. Hace cuatro años salía menos en diarios y revistas que ahora, cuando incluso es candidata a ser una de las siete maravillas naturales del mundo y hasta el presidente Lula acaba de pasar sus vacaciones aquí, rodeado de seguridad y reporteros que lo fotografiaron sumergido en la playa de Atalaia, en una imagen que dio la vuelta al mundo.
Noronha ya no es un secreto para nadie. Pero -y ésta es una de sus mayores gracias- todavía se resiste a la invasión del turismo y los grandes hoteles. En Noronha, bendita sea, aún se puede estar en la mejor playa de Brasil -praia do Sancho; si no lo cree, vaya- y no ver a nadie. A nadie.
Claro que ese privilegio cuesta caro. Para osar poner los pies en este paraíso hay que pagar, además de todos los gastos del viaje, unos 16 dólares diarios por persona. Es la llamada tasa de preservación ambiental, un impuesto que se destina al cuidado y la limpieza de la isla, y cuyo fin es impedir que lleguen hordas de gente y la isla se sobrepueble. La tasa es progresiva: mientras más días estás, más pagás. Te quedás tres días, pagás 48 dólares. Te quedás un mes, pagás casi 1400. Un cobro segregacionista, pero que para muchos es la única forma de mantener la isla pura e intacta.
¿Se puede no pagar esta tasa? Sí, pero sólo con un contrato de trabajo, o realizando alguna investigación científica, o casándose con un isleño. O isleña. Ni siquiera un magnate puede comprar un terreno y hacer un megahotel a su pinta. Uno, porque no se permiten los hoteles grandes, sólo posadas. Dos, porque en rigor la tierra no se puede vender: el 70 por ciento de la isla es un parque nacional y el resto pertenece al gobierno federal, que sólo cede terrenos a moradores con residencia definitiva (aunque el rumor es que ya no le darán terreno a nadie más). Y tres, porque para que un forastero sea dueño de algo aquí debe primero tener vínculo con un ilhéu , un local, o hacer sociedad y dejar el negocio a su nombre. Es el caso de la Pousada Maravilha, la más cara de todas, que en el papel pertenece a un morador, pero en realidad es de Luciano Huck, uno de los animadores de TV más famosos de Brasil.
Para vivir en el paraíso, además, hay que resignarse a perder muchas cosas. Primero, lo más obvio, los entretenimientos y las comodidades de la ciudad: en Noronha no hay cine, no hay shoppings, no hay un buen hospital ni buenos colegios. Tampoco hay supermercados, sólo un par de minimarkets que abastecen de lo básico, pero con precios tres veces más altos que en el continente. Además, la gente debe pedir permiso para todo, desde cambiar el tejado de la casa hasta ingresar autos o buggies en la isla, el medio de transporte común aquí.
Varios ilhéus reclaman que, pese a la gran cantidad de dinero que entra por la tasa de preservación, la infraestructura y servicios de la isla aún son básicos, o que el agua es escasa (no es potable, se desaliniza del mar o se saca de pozos, y no es raro que se corte). Otros tampoco se conforman con el hecho de que varias posadas de lujo -como Maravilha, Zé María o Solar de Noronha, que pueden cobrar hasta 900 dólares por noche- se hayan construido en tiempo récord, mientras ellos llevan años esperando un terreno para construir su propia casa, que es otorgado por el administrador (designado por el gobernador de Pernambuco), tras solicitarlo con una muy buena justificación: esto es, haber formado familia. Si no, a resignarse, como muchos acá, a vivir en una ínfima pieza cuyo alquiler es similar al de un buen departamento en el continente.
De presidio a base militar, la otra cara de la isla
Desde que Américo Vespucio descubrió la isla allá por 1503, Fernando de Noronha fue invadida sucesivamente por holandeses y franceses, lo que llevó a Portugal a construir más de diez fuertes para resguardar su soberanía, además de un presidio que funcionaría durante 201 años. Aquí llegaron no sólo reos comunes y más tarde presos políticos, sino también todos los gitanos del país, que fueron expulsados de Brasil en 1739. Incluso eran deportados a Noronha quienes practicaban capoeira, por el carácter entonces marginal del baile-lucha y por estar asociado a las maltas (grupos criminales). En 1942, con la entrada de Brasil en la Segunda Guerra Mundial, la isla fue usada por las fuerzas norteamericanas como base militar de seguimiento de misiles. Hoy, los restos del equipo bélico están como curiosidad turística, y se pueden visitar en playas como Ponta Capim Açu.
Es mejor…
1. No ir en verano (las playas están con olas grandes), sino en agosto: la isla está verde y las playas muy calmas
2. Arrendar un buggie e ir a sus 21 playas, una por una
3. Tomar una cerveza gelada en el Bar do Meio, entre la playa Da Conceição y Do Meio
4. Admirar la isla desde el Forte Dos Remedios por la mañana, para ver el color turquesa de sus aguas
5. Probar el camarão ao molho del restaurante Da Edilma, justo frente al correo, en la Vila Dos Remedios, con muy buenos platos caseros. Javier Bardem y Penélope Cruz comieron allí en enero del año pasado
6. Ver, al menos una vez, el Jornal da Ilha, noticiero local que emite a las 20 la TV Golfinho
7. Caminar por la arena desde la playa Do Cachorro hasta Cacimba do Padre
8. Trotar por las onduladas veredas de la BR-363, la única carretera de la isla
9. Ser buzo para poder sumergirse en el Mar de Afuera, que mira hacia Africa, con sitios más lindos
Datos útiles
Cómo llegar
* TAM ofrece vuelos con escalas en San Pablo y Natal a partir de US$ 930 (impuestos incluidos)
En cifras
* Noronha está situada a 360 km de la costa norte de Brasil; el archipiélago tiene 26 km² y está formado por 21 islas, de las cuales sólo está habitada la mayor de ellas (tiene 17 km²). Se pagan US$ 16 por persona por día, para poder quedarse en la isla (por la tasa de preservación ambiental)
Fuente:Suplemento(El Mercurio)