Cosmopolita, vibrante y con doble nacionalidad, francesa y holandesa, una isla con playas de postal donde casi todo es posible.Philipsburg: En esta isla del Caribe Oriental pasan cosas curiosas. Como que los aviones aterrizan y despegan a escasos metros de las cabezas de los turistas, que van a la playa pegada al aeropuerto para sacarse la foto de rigor, ésa con el Jumbo que parece caerles encima. O que la cerveza sea más barata que el agua. O que la isla sea mitad francesa-mitad holandesa, aunque todo el mundo hable inglés…
Esto de la doble nacionalidad es en verdad mucho más que una curiosidad, ya que Saint Martin-Sint Maarten (según se pronuncie en francés u holandés) ha sabido explotar bien aquello de dos países, dos vacaciones. Porque sí, aquí flamean las dos banderas, aunque es difícil enterarse cuándo se pasa de un territorio a otro, salvo por algún que otro cartelito que anuncia Bienvenue en Partie Francaise o Welcome to Dutch Sint Maarten.
Las diferencias están, eso sí. Hay algunas prácticas, entre ellas el tema de la electricidad (del lado holandés es de 110 V, del francés 220 V) o del teléfono, porque hay que discar como si fuera una llamada internacional para hablar del lado francés al holandés, o viceversa.
Después están las diferencias culturales, que no son tantas, pero ahí están. Por empezar, la parte francesa es más tranquila y menos abarrotada de construcciones que su contraparte holandesa. A los locales también les gusta decir que es más refinada, con sus boutiques de marcas premium, sus plazoletas con pérgolas, sus cafecitos de auténtica pastelería francesa.
En la capital, Marigot, es común ver a la gente ir y venir con la baguette bajo el brazo, al igual que en cualquier calle de París. Aunque el señor que lleva el pan sea, en este caso, un muchachote de piel negra como la noche, y de fondo no haya más que un mar salpicado de veleros. O si es miércoles o sábado, un animado mercado de frutas, pescado fresco o pareos estampados en batik.
Y como no estamos en París, aquí todos aceptan gustosamente los dólares, aunque los precios estén en euros y eso signifique, muchas veces, que también valga el uno a uno (un dólar=un euro).
Philipsburg, en tanto, es la capital del lado holandés y el puerto donde atracan los cruceros, que lucen gigantescos en comparación con esta villa de casitas coloridas y calles bulliciosas. En el par de horas que bajan a tierra, los cruceristas se lanzan a recorrer las tiendas libres de impuestos que se suceden en Front Street y Back Street, una perdición para los que andan con tarjeta de crédito encima. Habanos cubanos, perfumes, artículos electrónicos, ropa de marcas internacionales y más joyas que la calle 47 de Nueva York son algunos de los productos que abundan en esta suerte de duty free a cielo abierto.
Por lo demás, el lado holandés es famoso por su ambiente despreocupado y trasnochador. Aquí hay bares, discotecas (arrancan tan tarde como las nuestras), un complejo de cines, un mall a punto de estrenarse, 12 casinos (del lado francés están prohibidos) y muchísimas nuevas construcciones. Tantas, que quien no haya pisado la isla en los últimos 10 años se encontrará con un perfil desconocido de la misma. Incluso por la diversidad creciente de nacionalidades que van plantando bandera en menos de 100 km2, y que ya suman más de 70 (dominicanos, haitianos e indios son algunas de las comunidades más numerosas).
Por suerte todavía quedan playas solitarias para quienes buscan huir del tumulto, o resorts tan apartados como exclusivos. Uno de ellos es La Samanna, un conjunto de villas estilo mediterráneo donde se han alojado celebrities como Cindy Crawford, Robert De Niro, el binomio Stefano Dolce y Domenico Gabbana o incluso Jackie Onassis, años atrás. Las habitaciones dobles cuestan 1000 dólares la noche, para empezar a hablar.
De todos modos, es bueno saber que la oferta hotelera es amplia y que St. Martin es mucho menos cara que algunas de sus vecinas más chic, con St. Barth a la cabeza. Además se puede ir por el día a cualquiera de estas islas (sobre todo a la despoblada Anguila, la más cercana), en los ferries que parten a diario de la terminal marítima de Marigot, con precios que van de 15 a 60 dólares.
Los que eligen quedarse en Saint Martin tendrán el tiempo ocupado, más no sea reposando en sus playas de mar turquesa, arena blanca y palmeras lánguidas. Y que se pueden disfrutar en cualquier idioma.
Por Teresa Bausili
Enviada especial
Foto: CORBIS
El arte del buen comer
Se dice que Saint Martin/ Sint Maarten tiente tantos restaurantes, que cada día del año se puede comer en uno distinto. En la capital gastronómica del Caribe, como se conoce a la isla, la oferta culinaria incluye platos criollos, franceses, indios, italianos, chinos y sí, también argentinos (Rancho, la parrilla que se presenta como Argentinean Grill, importa cortes de nuestro país).
Uno de los principales polos gastronómicos está en la zona de Grand Case, un viejo caserío de pescadores que hoy sorprende con su sofisticada cocina gourmet. Los especiales del día están escritos en tiza sobre enormes pizarras, algunas colocadas frente a las antiguas casas de estilo creole convertidas en simpáticos bistros o cafés al aire libre. Tampoco faltan los lolos, una suerte de versión local de nuestros carritos de la costanera, que ofrecen carne o mariscos asados a muy buenos precios. Las opciones para comer exceden a Gran Case y están dispersas por toda la isla, empezando con el colorido L?Escargot, cuya especialidad son justamente los caracoles -que se preparan de 12 formas-, hasta Mr Busby?s, un parador que hace años viene ganando en la categoría de mejor restaurant de playa (según la guía Gault Millau). Para paladares menos exigentes, por último, siempre quedan los Mc Donalds, KFC o Dominoes (la globalización, lamentablemente, también llegó a la isla).
Convivencia pacífica
Si de curiosidades se trata, Saint Martin-Sint Maarten es la superficie más chica del mundo con soberanía compartida. La historia dice que fue divisada por Cristóbal Colón el 11 de noviembre de 1493, Día de San Martín de Tours, en honor al cual bautizó la isla. En 1620 llegaron los holandeses y muy pocos meses después, los franceses. Durante años se disputaron el dominio del territorio, hasta que finalmente en 1648 acordaron dividirlo. La leyenda cuenta que la frontera que separa las dos partes quedó trazada justo en el punto en que se encontraron cara a cara un francés y un holandés, que habían empezado a caminar por la isla en direcciones opuestas para dividirla entre sus respectivos países. Así, la parte holandesa es más pequeña debido a que el holandés, que bebía ginebra y necesitaba más descanso debido a sus efectos, perdió terreno frente al francés, que sólo tomaba vino.
Leyendas al margen, hoy la parte holandesa de la isla pertenece a las Antillas Neerlandesas, que gobierna desde Curaçao y no forma parte de la Unión Europea. Por el contrario, la parte norte es miembro de la colectividad de ultramar de Francia y reporta directamente a París. Durante mucho tiempo, la producción y exportación de sal fue la principal venta al exterior de la isla, hasta que hace unos 30 años explotó el turismo, las salinas fueron abandonadas y lo demás es historia.
De aviones, submarinos y nudistas
Así como hay más de 300 restaurantes en toda la isla, también las playas están contabilizadas: 37 en total, según entendidos. Algunas son más bien familiares, como Anse Marcel; otras cobraron fama por sus atardeceres de película, como Dawn Beach; unas cuantas por su tranquilidad absoluta, entre ellas, Cupecoy y Mullet Bay.
Little Bay es la preferida para practicar snorkel por sus aguas calmas y transparentes, tipo pileta. Se puede nadar pegado a restos de un naufragio, junto a un submarino -que fue hundido a propósito- e incluso entre cañones de Fort Amsterdam, que fueron arrastrados hasta las profundidades del mar por la fuerza del huracán Luis, en 1995.
Claro que no faltan los curiosos que quieren ir a pispar a Orient Beach, la única playa nudista de la isla, en el lado francés.
A propósito de probar algo distinto, nada más adrenalínico que hacer una parada en Maho Beach, junto al aeropuerto Princesa Juliana, y esperar a que despegue un avión. Pero no es chiste: el mismo gobierno advierte sobre el peligro de acercarse demasiado a las aeronaves en el momento del despegue o aterrizaje, ya que, dice, esto "puede dar lugar a lesiones serias o incluso la muerte".
Datos útiles
Cómo llegar
Por American Airlines, con escala en Miami, a partir de US$ 1235 (con impuestos).
Cuando ir
Las temperaturas son cálidas durante todo el año, pero conviene evitar los meses de temporada alta (fines de diciembre, enero, febrero y las semanas de la regata Heineken, en marzo), cuando hay demasiada gente y suben los precios. Por otro lado, la temporada de huracanes va de julio a noviembre -lo que no significa que haya todos los años-, aunque los meses de más lluvia son septiembre y octubre.
Alquiler de autos
Es la mejor forma de recorrer la isla por la única ruta que la rodea, Union Road. En temporada baja, el alquiler de autos ronda los US$ 35. Muchas veces, un solo viaje en taxi cuesta hasta 40 dólares.
En Internet
www-st.maarten.com
www.st-martin.org