PANAMÁ :En el reino de los kunas

Panamá oculta un mundo de playas idílicas y mar transparente. Sus dueños son una tribu indígena, los kunas. Aquí, ellos mandan. Y por eso no sirve de nada aferrarse a los mapas ni a los planes previos. En Kuna Yala no queda más que dejarse llevar para, con algo de suerte, encontrar la isla perfecta con la que siempre soñamos. Por Marcelo Ibáñez Campos… 

A esta hora de la madrugada, el pequeño aeropuerto de Albrook está repleto de mochileros que miran con timidez a un puñado de indias kunas: a sus tocados rojos. A sus "molas", especie de fajas de diseños abstractos. A sus aretes de oro en la nariz, adorno que usan las  mujeres casadas, brillando sobre pieles curtidas por el sol y la sal.
Para los viajeros, estas mujeres son la primera señal de que cumplirán los sueños que los trajeron a Kuna Yala, un inabarcable archipiélago de 360 diminutas islas. Una comarca indígena autónoma desde su revolución en 1925, que abarca buena parte de la costa atlántica de Panamá. Un lugar que parece hecho para naufragar aferrado con uñas y dientes a una fantasía: la de dormir sobre una minúscula isla deshabitada en el Caribe.
Imperturbables, las indígenas esperan un cargamento de molas "comerciales" ?con figuras de animales en lugar del tradicional diseño geométrico? que luego venderán en el centro histórico de Ciudad de Panamá, mientras los mochileros vuelan a Kuna Yala. Lo hacen junto al rugido de los motores, la estrechez de los asientos, los raídos cinturones de seguridad que nadie usa y una cortina de tela que aisla a los pilotos, dos enormes afropanameños metidos a presión en la cabina. Todo eso parece cumplir la fantasía de sentirse como aventureros en busca de la isla perdida. Exploradores que aterrizan en un estrecho claro de jungla junto al mar.

La isla bonita

En el precario aeropuerto de Cartí Tupile, mientras pagan el impuesto de embarque kuna (seis dólares), todos tienen cara de desconcierto. Porque sin importar cuánto se hayan informado, una vez en territorio kuna todos están perdidos.
Todos menos los kunas que salen a competir por los clientes celular en mano, prometiendo lo que todos quieren oír: la isla más pequeña, la más bella, la más solitaria. Lo hacen sin apuro, saben que acá todo juega a su favor, que son la única opción, luego que el Congreso Kuna ?la autoridad política de la isla? prohibiera a fines de los 80 vender o arrendar territorio a extranjeros, después de expulsar con piedras y palos a un estadounidense que, escopeta en mano, les impedía pescar cerca de su isla.
Así que al viajero no le queda más que elegir a ciegas un kuna y dejarse llevar.
Eso hicieron António y Dilina, pareja de hippies portugueses que ya se empina por las cinco décadas y que, luego de recorrer buena parte del mundo, llegaron a Kuna Yala con su hija de doce años. Ellos junto a Nancy, una neoyorquina, y otra pareja de veinteañeros belgas, forman la sonriente tripulación que cruza el océano hacia Isla Cartí. Sonrisas que desaparecen al llegar, y ver la marea de desperdicios que golpea el muelle.
"No quiero pasar mis vacaciones en un lugar así. Trabajo demasiado para esto; sólo quiero descansar y tirarme en una playa hermosa a leer", se queja Nancy.
Cartí y Río Sidra son dos islas  sobrepobladas, que poseen un interés antropológico y no turístico: allí los kunas viven hacinados en estrechas callejuelas de tierra. Por eso la familia portuguesa y la chica neoyorquina terminan huyendo. "Llévenos a una isla hermosa", le piden a Hernán Martínez, guía kuna con 15 años de experiencia. Y él, riendo, zarpa en busca de una isla que una hora más tarde, aparece como un destello. Como una perla brillando en medio del océano.

Una isla propia

El mar calipso y transparente. La arena blanca que quema la vista. Las palmeras verdes y los corales amarillos que rodean los restos de un buque colombiano hundido hace casi setenta años. Así es la bellísima Isla Perro. La encarnación del sueño de Kuna Yala. Salvo por un detalle. Hoy es fin de semana largo y está repleta de gente, al igual que las bellas islas cercanas donde acampar es la única opción: Anzuelo, Aguja y la aún más pequeña Pelícano. Todas llenas de jóvenes panameños en carpa. De extranjeros que pasan el día, pagando un dólar por el acceso. De recién llegados que desembarcan como náufragos, huyendo de la sucia Isla Cartí. De tipos que cruzan a nado los 400 metros que nos separan de la isla más cercana: Diablo.
Así llegó Patrick, un italiano barbudo que luego de dos años mochileando desde México, arribó hace un par de días. Patrick decidió quedarse en Isla Perro por su precio ?cinco dólares por acampar versus 45 en Diablo por una hamaca y tres comidas diarias? y porque esta isla está bien pretty, como dicen los panameños. Entonces nadó de vuelta para buscar a Naomi, su pareja británica, con quien se subió a un cayuco, estrecha canoa kuna a remo y vela. Juntos desembarcaron en ésta, su nueva isla, a la espera de encontrar otra. Una igual de bella pero vacía.
Las únicas "comodidades" de Isla Perro son un baño a cielo descubierto, un tambor con agua dulce para deshacerse de la sal y la casa de los kunas que administran la isla, donde es posible comprar cervezas tibias, agua mineral y un plato de pescado con patacones o arroz, la omnipresente dieta del archipiélago. Pero a esta hora de la tarde, cuando los últimos botes regresan cargados de turistas a sus respectivos hospedajes, los kunas ya no tienen comida para vender. Y no queda más que entregarse a la belleza sedante de esta isla, ahora tan vacía como nuestros estómagos.

Varados en el cielo

Todos se han ido de Isla Perro, menos Ana e Iñaki, que esperan el bote que les prometieron.
"Esta isla sí que está maja", opina Ana. "Me quedaría feliz… si tuviéramos carpa", dice antes de que su encantadora risa aflore.
Junto a la noche aparecen el bote y la solidaridad de náufragos. Ana e Iñaki me regalan las galletas que cargan en sus mochilas, mientras descorchamos un chardonnay que viajó conmigo. Allen, jefe de la amable familia kuna dueña de la isla, se acerca para ofrecer la langosta que guardaba para el día siguiente.
"Acá todos comen", dice. Una frase que se repetirá esta noche estrellada en la que Allen relata el éxodo de los kunas, pueblo que, diezmado por los españoles,  comenzó a moverse por la selva desde el norte de Colombia hasta refugiarse en este archipiélago. Habla de la revolución de 1925 que les dio la independencia política y administrativa de Panamá. Dice que, aunque los recursos naturales son colectivos, cada isla tiene un dueño kuna, descendientes directos de quienes las hicieron habitables. Allen, por ejemplo, limpió junto a su abuelo el pantano que cubría esta isla. Cuenta que por eso los familiares se turnan la administración turística. "Porque acá todos comen", repetirá Allen antes de prestarme una carpa para pasar la ventosa noche.

La isla del tesoro

En Kuna Yala, la mayoría de los viajeros prefiere quedarse en un lugar que asegure, por 35 dólares diarios promedio, estadía completa: hospedaje rústico, tres comidas, y paseo diario a alguna isla. Porque si uno quiere saltar de isla en isla a voluntad propia, está entregado a su suerte: en Kuna Yala la belleza más que en dólares se paga en paciencia. Por ejemplo, el bote que debía recogerme hoy no llegó. Y el horizonte es una taza de leche sin embarcaciones a la vista, hasta que aparece Rutilio, un kuna que vive solo con su hijo en una isla que apenas supera los tres metros en su punto más angosto. Si quiere comida, pesca. Si necesita agua dulce, rema hora y media hasta una isla que acumula agua de lluvia. Cuando necesita dinero construye remos o vende pescado y hermosas caracolas (las mismas que los kunas soplan para avisar cuando una tormenta se aproxima, en la temporada lluviosa que va de mayo a agosto) a los yates que recalan cerca de su casa.
Por cinco dólares me lleva a su isla, remando durante una hora. Allí encuentro a Patrick, el italiano, y su novia, quienes deciden seguir mi plan: recorrer todas las islas que podamos en un día. Navegamos con Albeliano, kuna de 19 años y con bote propio, hacia los Cayos Holandeses, el punto más al noreste del archipiélago, donde se hace un muy buen esnórquel. Cada tanto contamos las islas que nos rodean, y luego de alcanzar el récord de treinta y dos, aparece Kuainidup. Y lo hace dejándonos boquiabiertos.
En el muelle, Naomi salta de felicidad. Quiere quedarse. Patrick no: aún busca el sueño de dormir en una isla vacía. Todo termina con Naomi llorando, mientras él regresa al bote.
Debe ser la única escena dramática que se ha visto en Kuainidup, un lugar donde el tiempo se diluye en la silenciosa contemplación de su belleza. Aquí, una veintena de huéspedes retoza en hamacas, lee o hace esnórquel hasta la isla de al lado, con comodidades que en el archipiélago parecen lujo: ducha caliente, bar, salón de baile.
En la cena colectiva, Jason ?profesor de San Francisco? propone un juego: hacer una lista con los países que hemos visitado. Resultado: 126 países en total, de los 193 reconocidos internacionalmente (mi aporte es mínimo, aclaro).
Entonces se hace evidente. Kuna Yala es de esos lugares a donde se llega tras haber visto buena parte de lo que se debe ver. Un refugio, como lo fue para las kunas. Porque, más allá de la fantasía de la isla para uno, siempre es mejor estar en buena compañía. Porque por más atractiva que parezca la idea, ningún hombre es una isla. Ni siquiera en un lugar como Kuna Yala.

Datos prácticos

LLEGAR
A Panamá vuela Copa (www.copaair.com). A Cartí Tupile y Rio Sidra vuelan Aeroperlas y Air Panama. A Carti Tupile también se llega por tierra (tres horas) en camionetas que salen de la plaza 5 de Mayo, en Ciudad de Panamá (30 dólares).

dormir
La mayoría de los hospedajes tiene cuartos con piso de tierra, tres comidas, tour diario a alguna isla, y transporte ida y vuelta al aeropuerto. Los mejores son:
Isla Dubasenika: reservas con Franklin (tel. 507-6540 5478) y Robinson (tel. 507-6710 4473), por 20 dólares diarios.
Waily Lodge: 110 dólares (Juan Antonio, tel. 507-6662 2239).
Isla Sapibenega: 165 dólares diarios (tel. 507-2151 406).
Kuainidup: 65 dólares diarios. (Milsialles, tel. 507-6635 6735).

Boteros
Albeliano (tel. 507-6751 0690) y Hernán Martínez (tel. 507-6517 7417). Llevar celular para contactarlos.

llevar
Esnórquel, botiquín, bronceador y una hamaca.

Fuente: Revista Domingo del DiarioEl Mercurio/Chile/  
Por Marcelo Ibáñez Campos desde Kuna Yala, Panamá.   

Deja una respuesta