Chiloé salvaje: Parque Tantauco

Miles de árboles, cientos de aves, 53 kilómetros de senderos, 28 horas de caminata, 6 días de travesía barrosa y un libro de Darwin dentro de la mochila: de norte a sur, así es descubrir a pie el Chiloé profundo.  Tuvimos suerte. Casi todos los días el tiempo fue el mejor de los posibles: …

 

llovió sin parar.

Día 1: Chaiguata – Chaiguaco (7 kilómetros)

Al mediodía de un viernes juntas fuerzas para iniciar la travesía y almuerzas un sándwich con queso mirando el lago Chaiguata, la entrada norte del Parque Tantauco. Es el final del camino para automóviles, de la señal telefónica, de internet y hasta de la electricidad.

Sin sentido, entonces, comes preocupado por todo lo que te vas a perder en tus futuros seis días sin conexión, porque aún no sabes que no hay llamadas telefónicas ni e-mails que no puedan esperar una semana.

Eso te lo irá enseñando el bosque, paso a paso por el sendero de siete kilómetros que lleva hasta Chaiguaco, mirando lagos y árboles que -durante los primeros días- te parecerán iguales. Lo mismo que el canto de los pájaros que habitan las 118 mil hectáreas del parque, en el extremo sur de la Isla Grande.

A lo lejos observas una geografía salpicada de bosques,  humedales y la cordillera costera occidental, con cumbres que no pasan los 400 metros.

Después de cuatro horas de caminata llegas a Chaiguaco, la primera estación. En el grupo, de diez personas, hay ánimo para conversar junto a la cocina a leña del refugio (cuesta 2.500 pesos por persona por noche, igual que los camping adyacentes).

Escuchas hablar del trauco, del cuero, del mal de ojo y, como si fuera una maldición, la lluvia comienza.

Día 2:    Chaiguaco – Pirámide (14 kilómetros)

La suerte parece estar de tu lado el segundo día: a las 8:00 de la mañana no hay una sola nube en el cielo. Pero, tan sólo una hora más tarde, mojado hasta los calcetines, aprenderás que un cielo celeste y despejado no significa mucho en Chiloé.

No olvidarás jamás la lección, como tampoco -después de ver un huillín, un pudú, un zorro chilote o una ranita de Darwin- que el parque (creado en 2005) cuenta con ecosistemas casi vírgenes:  el escenario perfecto para ver las especies en peligro de extinción que habitan estas tierras.

Caminas a tu ritmo, el grupo se dispersa y estás solo. Por varios minutos eres tú, la naturaleza y, por desgracia, la mochila que cada vez pesa más, empapada por la lluvia. Los bototos se entierran por completo en el barro de las extensas planicies de humedales, que te comen las pantorrillas en la última de las siete horas de caminata.

Día 3: Refugio – Pirámide (0 kilómetros)

Afuera llueve como nuna antes viste -no hay goretex que aguante, piensas- y tienes la posibilidad de descansar todo el día, quedarte leyendo con la única responsabilidad de ir poniendo leña en la cocina.

Así aprendes que en Viaje de un naturalista alrededor del Mundo, Charles Darwin cuenta su paso por Chiloé en 1834, sólo ocho años después de que la Isla Grande y los archipiélagos se independizaran de España.

Con poco más de 20 años, Darwin recorrió a pie, caballo, bote y barco la región, llevando un cuaderno de viaje que parece haber sido escrito la semana pasada: «En invierno el clima es detestable: por lo demás, no es mucho mejor en verano. Creo que hay pocos lugares en las regiones templadas del mundo donde llueva más. El viento sopla de continuo tempestuoso y el cielo está siempre cubierto, una semana completa de buen tiempo es casi un milagro».

Las condiciones climatológicas no son las únicas que parecen inalteradas 175 años después. Según Darwin, los principales alimentos en Chiloé eran los cerdos, las papas y el pescado. Oriundo de Achao, Andrés Caracciolo, ingeniero forestal del parque, confirma las notas gastronómicas del científico y, después de tres días con un dieta a base de frutos secos, galletas de avena y Milo, se entiende que comience a delirar con sus bocados chilotes favoritos: la chagua (cuero de chancho asado), la chochoca (brazo de reina hecho con masa de papa y chicharrones, cocinado al fuego), longanizas de salmón ahumado, milcao y empanadas -fritas, claro- de mariscos.

Ya es de noche, y para poner punto final a la conversación híper calórica, el ingeniero forestal dice que, para comprobar la sazón chilota, lo mejor es darse una vuelta por el llamado «pasillo del colesterol» del Festival Costumbrista de Castro, cada febrero.

Día 4: Pirámide – Huillín (14 kilómetros)

Después de todo un día secando tus zapatos y ropa junto a la cocina, el problema es que todo está seco y, afuera, por supuesto, el sendero es un barrial.

Con el agua hasta las rodillas al primer minuto, piensas que lo mejor hubiese sido meter tus calcetines y bototos en el lago antes de ponértelos: así, caminar empapado ocho horas sería una decisión personal. No de la lluvia. No del suelo pantanoso. No de las pasarelas sobre los esteros, que ahora están 30 centímetros bajo el agua a causa del temporal.

Más allá, un riachuelo hoy se ha vuelto profundo y tiene diez metros de ancho. Logras cruzarlo gracias a la experiencia del encargado de senderos del parque, el chaitenino Víctor Alvarado, sobre un tronco gigante que une ambas orillas (nota mental: cuando vengas sin Víctor trae un GPS, ven en un grupo de mínimo tres personas, por si alguien se accidenta; nunca te separes mucho de los otros, invierte en buenos bototos de trekking, bastones, polainas y en todo lo demás que tu presupuesto permita).

«Hasta en los lugares en que existen senderos, apenas sí pueden atravesarse éstos», leíste ayer en el libro. «Maldito Darwin», mascullas mientras caminas con la vista clavada en el suelo.

La huella es una alfombra de agua, musgos y barro. En los tepuales (bosques de tepu) debes pisar con cuidado para no pasar de largo y lastimarte en serio.

No hay tiempo para mirar el paisaje. Hoy el viaje no es para admirar la naturaleza. Es un desafío personal.

Día 5: Huillín – Inio (18 kilómetros)

Por la mañana no hay una sola pista del clima «marítimo templado-frío lluvioso» del parque ni de, según las estadísticas, sus 2.500 milímetros anuales de precipitaciones. Por fin, puedes levantar la ojos para mirar las aves del bosque: un rayadito y, con suerte, un carpintero negro.

No ves pero sí escuchas al chucao -el pájaro de los presagios para los chilotes-, que frecuenta lugares sombríos y retirados de las selvas húmedas. Su canto parece venir de muy cerca, dos pasos más allá, pero no lo ves por más que lo busques. Según la creencia, lo que importa es si lo escuchas a tu izquierda o derecha, anunciándote mala o buena suerte, respectivamente.

Su grito viene dos veces desde la derecha y entonces confías en que el buen tiempo continuará.

Con cinco jornadas de marcha, el bosque comienza a tener matices. Los árboles ya no te parecen iguales y distingues al olivillo del canelo, del arrayán, del ciprés de las Guaitecas, del tepu, del meli. A nivel del suelo, te sorprendes con las formas caprichosas y los colores vivos de los coicopihues, helechos, musgos y líquenes.

Los cinco días de travesía agudizaron tu mirada y   machacaron tus piernas.

Después de nueve horas llegas a Caleta Inio, el poblado más extremo de la isla, donde el parque tiene su base de operaciones.

Día 6: Inio (paseos por la caleta)

Debido a la extracción del pelillo, a mediados de la década del 80 unas 3 mil personas llegaron a vivir en Caleta Inio, que en lengua nativa significa «bordemar». Desde luego, la explotación irracional agotó el recurso y hoy la mayoría se ha ido.

Unas cuarenta familias viven ahora aquí, donde el silencio sólo se interrumpe durante el recreo en la escuela, cuando una decena de niños sale a jugar añ patio.

Tranquilo vas a mirar los huertos y el vivero experimental del parque, que a primera vista te parecen -si viste la serie- la «Iniciativa Dharma», de Lost.

Más tarde, Julie Perreault, la paisajista a cargo del proyecto, te explicará en palabras simples el trabajo en el huerto para que la caleta sea menos dependiente de la lancha chilota que el parque dispone casa semana. La misma nave que dentro de un rato llegará con las lechugas que comerás al almuerzo y mañana, en seis horas de viaje, te llevará de regreso a Quellón (el viaje cuesta 15 mil pesos por persona. Se debe reservar con anticipación, según se explica en www.parquetantauco.cl, y tener en cuenta que los zarpes dependen del tiempo y el oleaje).

Por la tarde caminas hacia el sector de Punta Rocosa y las hermosas playas cercanas a Inio. El sol atraviesa las nubes. Pruebas la nalca recién cortada. El viento frío pega fuerte en tu cara.

«Todos estamos encantados de decirle adiós a Chiloé», escribió Darwin, pero tú, de verdad, no te quieres ir.

Después de seis días por el lado salvaje de Chiloé, aprendiste a apreciar los árboles, el canto de los pájaros y, sobre todo, que hay una vida posible sin e-mail ni teléfono celular.

 

Texto y fotos: Rodrigo Cea, desde el Parque Tantauco, Chiloé..

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