En el extremo sur del continente hay muchos y muy buenos centros de esquí, aunque ninguno tan encantador y exclusivo como el de Portillo, en el lado chileno de la cordillera de Los Andes. Y no hace falta ser un experto en deportes de invierno para darse cuenta…
Basta llegar al coqueto resort enclavado entre las montañas, a la vera de la Laguna del Inca, para quedar prendado de su belleza. Más si el espejo de agua, merced al clima riguroso cordillerano, se halla helado. El paisaje es una postal de ensueño, una promesa de quietud y aventura.
Es así porque en Portillo no se puede hacer más que esquiar y disfrutar de la naturaleza, también, por supuesto, hacer amigos, porque el ambiente relajado que se vive en las áreas comunes del hotel, una imponente y acogedora construcción de estilo alpino, es una invitación a la charla y, sobre todo, a compartir la excitación que vive al deslizarse en la blancura.
Al complejo, ubicado a 160 kilómetros de Santiago de Chile y a apenas tres de Libertadores, el paso fronterizo con la Argentina, llegan deportistas de alta competencia, aficionados y también familias que ni bien se enteran de las primeras nevadas pueblan las pistas de esquí.
Son 34 pistas, entre los 2.800 metros de la base y los 3.300 metros la más alta, con 14 medios de elevación, en los que nunca hay que esperar o hacer cola. La variedad, los grados de dificultad y los paisajes que ofrecen son tan variados que no importa cuantas veces uno visite el lugar siempre queda conforme, o mejor, con ganas de volver.
Tanta es la dedicación que los responsables del área de esquí de Portillo le ponen a las pistas que, cuando los ocho metros promedio de nieve que cuenta el complejo habitualmente, empiezan a mermar, ya sea porque el clima no acompaña o se acerca la primavera, se pone en marcha un complejo sistema para mantener operables los corredores para los esquiadores.
Funcionan desde el preciso instante en que, al caer la tarde, se cierran los medios. Cañones para “fabricar” nieve, buldozer para alisar las pistas y hasta equipos, especialmente entrenados, para desplazar grandes masas desde las zonas altas a las más transitadas por los esquiadores. Todo sucede sin que los visitantes se enteren, mientras se suman a las múltiples actividades nocturnas.
Entretenimientos
Porque, aún cuando no se esquía, el entretenimiento en Portillo no se detiene. Una vez que se tomó un baño relajante en la piscina climatizada, al aire libre, con la mejor vista que se puede soñar de la cordillera, no queda más que dejarse llevar por la agenda de actividades que, con la experiencia y el conocimiento que le dan los años, arman los encargados del área de aminización del resort.
Lo sorprendente es que, gracias a que ni en las habitaciones ni en las áreas comunes hay televisores, la gente ni bien empiezan a alargarse las sombras empieza a reunirse en el living del hotel. Con la amable compañía de una taza de café caliente o un trago, se abandonan al descanso y la conversación, algo que suele ser muy divertido, porque uno se encuentra con viajeros de los países inesperados.
Si se tiene suerte se puede asistir a una de las pruebas más asombrosas que, de tanto en tanto, se suceden en el lugar: las acrobacias que un grupo de esquiadores norteamericanos, asiduos visitantes del lugar, hacen al saltar desde la nieve a la piscina. Es increíble ver cómo, tirados por una moto de nieve, cobran velocidad y alcanzan una rampa desde la que saltan al agua. Una maravilla, una curiosidad, que en Portillo no es extraña.
Así y todo, uno de los lugares más acogedores del hotel es el restaurante, que no sólo tiene una carta irresistible –incluye desde frutos de mar hasta cordero patagónico– sino una plantilla de personal, siempre atento a los requerimientos de los huéspedes. El más entrañable, sin dudas, es don Juan, el maitre, que trabaja desde hace 40 años, siempre con la misma disposición y buen humor.
Sin embargo, los más jóvenes, que se hospedan en los albergues Octógono y el Inca, prefieren el bufete ubicado junto al lobby del hotel, donde pueden elegir qué comer y beber sin mediaciones. El ambiente ahí es más distendido, sin la formalidad que obliga inevitablemente el restaurante, y lo más importante: los precios son accesibles aún para los bolsillos más flacos. Una ventaja para los que quieren hacer su estadía lo más larga posible.
Con todo, el mejor lugar de Portillo donde disfrutar una comida es en Tío Bob’s, el pequeño restaurante de montaña, ubicado en lo alto de la pista Plateau, al que se llega en aerosilla y desde el que, si se tiene el coraje y la destreza necesarias, se puede bajar esquiando. La cocina es superior, claro, pero no más que la vista, que brinda una panorámica inmejorable de las montañas, la laguna y el cielo.
Más allá de sus grandes comodidades, lo mejor de El Portillo es la nieve, blanca, eterna, una promesa de adrenalina que siempre se cumple. Aún en la primavera.
Fuente:www.lacapital.com.ar /suplemento Turismo