Viajar a la tierra de los míticos moáis es una aventura casi fantástica, a sólo cinco horas de avión desde Santiago, Chile.»En medio del Gran Océano, en una región por la que nadie pasa jamás, hay una isla misteriosa y perdida:…
no existe otra tierra en sus proximidades, sólo inquietas y vacías inmensidades la circundan. Sembrada está de altas estatuas monstruosas, obra de ignorada raza, degenerada hoy, o desaparecida, y es un enigma su pasado.» (Pierre Loti, 1899)
HANGA ROA.- Parece mentira que una acción tan ordinaria como la de tomar un avión pueda depositar a alguien, cinco horas y un refrigerio después, en semejante lugar de fantasía.
Pero así es y así lo comprueban cada año los 50 mil viajeros que aterrizan en esta pequeña y despojada isla de origen volcánico nada menos que a 3700 kilómetros de la costa chilena y a otros intimidantes 4000 kilómetros de la Polinesia Francesa. La representación geográfica de la soledad: no hay lugar más aislado del resto del mundo, como bien observaba el francés Pierre Loti, que escribió un imperdible diario de su visita a la isla en 1877.
Pascua es famosa por sus moáis, grandes rostros esculpidos en piedra volcánica y esparcidos por toda la costa. Son los íconos más reconocibles de la misteriosa cultura rapa nui. Una estirpe sobreviviente, que habría llegado a esta tierra hacia el siglo IV, navegando precariamente desde las Islas Marquesas. Y que a partir de la llegada de los europeos (en la Pascua de 1722) padeció pestes, piratas y traficantes de esclavos, entre otros males que en algún momento redujeron a los rapa nui a apenas 111.
El primer moái se ve pronto, en el mismo aeropuerto de Mataveri, buena locación para el comienzo de la aventura. El avión de LAN, única compañía que llega a la isla (con 4000 habitantes) desde el continente, suele posar solitario en su pista rodeada de palmeras y con una pequeña terminal custodiada, claro, por el moái junto al que los turistas estrenan la tarjeta de memoria en sus cámaras de fotos.
Los extranjeros son recibidos con una guirnalda de flores, como en Tahití o en Hawai, y con un volante que advierte en castellano y en inglés que la isla es un monumento protegido por ley: Mire, no toque. No se arriesgue: quien provoque daños o alteraciones en los sitios arqueológicos se expone a penas de cárcel y multas.
Museo a cielo abierto
La estada promedio es de tres días y medio. Suficiente, aunque una semana es aún mejor, para avistar moáis, hacer compras en la feria de Hanga Roa (el pueblo de la isla), bucear, explorar la antigua aldea ceremonial de Orongo, tomar sol en la bonita playa Anakena, ver algún espectáculo de música y danza folklóricos, probar las empanadas de atún y desenchufarse de todo, como nunca.
De diciembre a marzo es la temporada fuerte para el turismo chileno, que representa un 20 por ciento de los visitantes que arriban en los siete vuelos semanales. La isla dispone de unas 1500 camas gracias a la reciente apertura de hoteles como el Hangaroa Eco Village & Spa, a mediados del año último. «Podríamos recibir el triple de gente, pero ahora queremos trabajar en la calidad; la cantidad ya es suficiente», admiten desde la Oficina de Turismo.
Ante el aumento del movimiento turístico, existe una fundada preocupación por el cuidado del patrimonio de la isla. Ha habido problemas en el pasado con turistas no muy respetuosos. Como se suele definir, la isla es un gran museo a cielo abierto y, como tal, con sus maravillas esparcidas por toda la superficie, es imposible vigilarla de manera constante y eficiente.
Así que en los últimos años se ha enfatizado la concientización sobre el cuidado del legado arqueológico. Una tendencia que coincide en tiempo con otro movimiento más controvertido: el reclamo, en distintos grados, de mayor independencia del gobierno chileno (la isla está integrada a Chile desde 1888). Algunos plantean una reforma constitucional, particularmente para frenar el ritmo de la inmigración; otros, en especial el minoritario pero visiblemente activo grupo Parlamento Rapa Nui, reclaman la autonomía y también un drástico límite a las expediciones arqueológicas extranjeras.
«Acá no tenemos problemas con los visitantes, sólo tenemos problemas con los que se quieren quedar a toda costa -dice Leo Pakarati, guía turístico y editor del diario local El Correo del Moái -. Varios estudios indican que en la isla no pueden vivir más de 8000 personas; no sería sustentable. Pero muchos chilenos han llegado, por ejemplo, para trabajar en la construcción de hoteles y se han quedado. Esta gente ahora vive en condiciones miserables. Y nosotros somos humildes, pero miserables, no. Se debería poner un límite a la radicación de continentales en la isla.»
De espaldas al mar
Son tiempos de debate y de posible transición a una nueva etapa en la vida política de Pascua. Y con ese clima se encuentran los extranjeros que arriban, en realidad, para ver de cerca los moáis.
Los moáis, cierto. Hay más de 700 (el número varía según se cuenten o no los rotos, los incompletos, los… llevados a museos de mundo) y habrían sido esculpidos entre los siglos XII y XVII. No representan a dioses, como se podría creer, sino a antepasados de sus creadores. Se supone que los primeros fueron más chicos, pero que luego se fueron haciendo más y más grandes, en una especie de carrera competitiva. Así es que el más alto conocido tiene 22 metros, aunque no está terminado. Todos fueron derribados ya hace siglos por factores naturales o, teóricamente, por el hombre, probablemente como consecuencia de guerras tribales. Pero a mediados del siglo XX unos cuantos fueron erguidos nuevamente y alineados sobre sus ahus o altares, de espaldas al mar. Algunos lucen otras rocas cilíndricas, a modo de sombreros, sobre la cabeza. Otros tienen los huecos de los ojos pintados o rellenos con coral.
Entre las formaciones más conocidas están las de Ahu Tahai, junto al pueblo de Hanga Roa; y, sobre todo, la de Ahu Tongariki, la mayor de todas, con quince monumentales colosos de roca volcánica. Allí se encuentra el moái más grande erguido en la isla, con nueve metros de alto.
Ahu Tongariki está muy cerca del volcán Rano Raraku, la cantera de donde salió la mayor parte de los moáis y típico destino de tours. Por sus laderas todavía reposan muchísimos moáis a medio terminar, acaso abandonados durante su frustrado traslado.
Cuando le preguntan sobre el misterio del transporte de semejantes moles a lo largo de varios kilómetros, de la cantera al otro extremo de Pascua, el guía Leo Pakarati aclara rápido las cosas sobre los moáis, pero más aún acerca del orgullo de los rapa nui: «¿Qué misterio? No hay ningún misterio, nuestros antepasados fueron perfectamente capaces de desarrollar técnicas para transportar los moáis».
Por Daniel Flores
Enviado especial
«ACÁ KEVIN COSTNER PASA INADVERTIDO»
HANGA ROA.- En algún rincón del tesoro arqueológico que es la Isla de Pascua hay alguien que se desespera cada vez que a miles de kilómetros los once de Rosario Central salen a la cancha. Suena a cuento de Roberto Fontanarrosa, pero no: en la remota tierra Rapa Nui, un hincha canalla se pega a su computadora y ruega que la conexión de Internet se mantenga estable hasta que termine el partido.
Se llama Carlos Carossi, tiene 45 años y es uno de los poquísimos argentinos que residen en Pascua (hay por lo menos otros dos, hijos de padres argentinos y pascuenses), para confirmar de algún modo aquello de que en todas partes se encuentra algún compatriota suelto.
Ingeniero industrial, llegó a la isla hace cinco años después de una temporada en Chile continental. «Cuando asumió Menem, en 1989, sentí que ya no tendría mucho espacio para desarrollarme en la Argentina, así que fui a Chile a ver qué pasaba», relata el rosarino. Consiguió trabajo en una compañía telefónica y al poco tiempo conoció a la pascuense Camila Pakomio, cuando los dos coincidieron de vacaciones en Valparaíso.
Siguieron meses de contacto a la distancia y reencuentros esporádicos, en la típica rutina de los romances remotos, hasta que decidieron pasar juntos el resto de sus días. Se instalaron en Viña del Mar y (en una brutal síntesis de la historia) tuvieron cinco hijos: Vaitiere (de 20 años), Yerco (18), Tipananie (16), Vaitea (11) y Sebastián (5).
Derechos de familia
Cuando ya parecía definitivamente instalado en su segunda patria, un cambio de socios y la consiguiente reestructuración en la empresa telefónica le recordaron a Carossi la inestabilidad de las cosas: lo echaron. Así, una fantasía que había rondado la pareja por muchos años cobró sentido: Camila, Marcelo y los cinco chicos se fueron a esa isla que siempre, aunque lejana, había asomado en el horizonte.
«En casi dos décadas habíamos ido sólo dos veces a Pascua porque el pasaje era caro y porque, la verdad, yo priorizaba los viajes a la Argentina -explica él-. Pero Camila siempre les habló mucho a los chicos en rapa nui, así que ellos ya manejaban bien el idioma y yo también entendía bastante.»
Por ser rapa nui, Pakomio y familia tenían derecho a un terreno en la isla, así que una de las principales cuestiones estaba resuelta. Lo laboral, sin embargo, no tanto: el ingeniero industrial guardó su título en un cajón y comenzó a trabajar en una ferretería de Hanga Roa, el pequeño poblado isleño.
«La adaptación fue difícil. Como en todos lados, cuesta ser extranjero. Y cuesta aún más trabajar de lo que yo estudié. Un ingeniero industrial, ¿qué hace acá?», plantea Carossi, ahora más establecido, como gerente de compras en un flamante hotel boutique de la isla. También tiene una lavandería y una cabaña que alquila a los turistas.
«La vida en Pascua es sencilla -confirma Marcelo lo que cualquiera podría imaginar-. Acá no existen los lujos ostentosos. A veces vienen famosos, como Kevin Costner, y pasan inadvertidos. Acá todos somos iguales…»
TAPATI RAPA NUI: POR QUINCE DÍAS LOCOS…
Este es un momento muy especial en el calendario pascuense: desde el jueves y durante dos semanas se realizará una nueva edición de la Tapati Rapa Nui, principal festividad anual de la isla, instalada desde el reconocimiento de la ciudadanía de sus pobladores, en 1977.
El festival, una celebración de la cultura polinesia, consiste en una serie de competencias tanto artísticas como deportivas: la elección de la reina de la isla, representaciones teatrales, bailes y coros se alternan con exóticos desafíos físicos como el haka pei, donde atletas desnudos se deslizan a peligrosa velocidad sobre dos troncos, barranca abajo en el cerro Pu’i.
DATOS ÚTILES
Cómo llegar:
LAN vuela con siete frecuencias a Isla de Pascua vía Santiago de Chile. Desde Buenos Aires, las tarifas en clase económica parten de 812 dólares. Recientemente, la compañía comenzó a unir la isla también con Lima, con dos vuelos semanales, lo que permite una interesante combinación de destinos. www.lan.com
Dónde dormir:
El hotel Taha Tai, en el centro de Hanga Roa y frente al mar, tiene buenas habitaciones a partir de 135 dólares. Es un ejemplo de hotel de calidad media y conveniente ubicación. También hay opciones tanto de camping como de hoteles de calidad superior, como el Hangaroa y el tradicional Explora.
Fuente:www.lanacion.com.ar