Desde el Km 0, en la Costa Atlántica de Santa Cruz, un recorrido entre glaciares y huellas precolombinas. Camino al fin del mundo hay un faro que ilumina el mar enfurecido, un punto en el que se juntan dos océanos y el …
kilómetro 0 de la ruta más famosa de la Argentina. Frente al estrecho que desafió Magallanes para dar la primera vuelta al mundo, en la soledad absoluta del fin del continente, allí comienza –o termina, según dónde se inicie el recorrido– la Ruta Nacional 40 .
El tramo más austral de la 40 empieza en Cabo Vírgenes, en el extremo sur de Santa Cruz , para luego alejarse de las costas y enhebrar una línea a los pies de la Cordillera de los Andes. Habrá que remontar paisajes tan bellos como inhóspitos y hacer algún que otro desvío, para conocer el Glaciar Perito Moreno, los picos afilados de El Chaltén y el arte milenario de la Cueva de las Manos.
El recorrido comienza en las costas de Cabo Vírgenes, donde un faro de 101 escalones domina el paisaje e invita a adivinar el lugar exacto en el que el Atlántico se une con el Pacífico. Por estas latitudes se aventuró la expedición de Magallanes en 1520, mientras intentaba atravesar el estrecho que luego llevaría su nombre. Cerca de allí se encuentra la segunda reserva de pingüinos más grande de Sudamérica, donde entre septiembre y abril llegan unos 200 mil ejemplares para aparearse, reproducirse y ver crecer a sus crías.
La ruta se interna en el continente para llegar a Río Gallegos, con una hermosa costanera y varios museos para visitar. El recorrido se orienta luego hacia Río Turbio, famosa por la explotación de carbón, donde se pueden conocer las instalaciones mineras, pasear por el parque escultórico Bosque de Duendes y esquiar en el centro de deportes invernales Valdelén.
Poco más de 300 km hacia el norte, las arboledas y los techos a dos aguas de El Calafate parecen un oasis en medio de la estepa. Desde allí habrá que recorrer el camino que bordea las aguas lechosas del lago Argentino para encontrar, luego de varios serpenteos, las catedrales de hielo del glaciar Perito Moreno.
Desde las pasarelas se escucha el estruendo de bloques que se desploman en el agua, como si el río de hielo que baja de la Cordillera los empujara hasta el estallido. Innumerables matices de blanco, grietas azuladas, agujas de crema, montañas iridiscentes: el paisaje se regodea en su propio reflejo.
Vale la pena quedarse unos días para ver el glaciar desde todos los ángulos posibles. Cuando uno piensa que nada podrá superar las vistas desde las pasarelas, allí están los barcos, que acercan a las paredes del glaciar casi hasta salpicarse con los desprendimientos. Y si uno anda en busca de mayores emociones, deberá calzarse los grampones y clavarlos en el hielo, para apreciar de cerca las texturas azuladas de las grietas.
Para cualquier viajero que remonte la Ruta 40 desde El Calafate, el parador La Leona es una escala obligada. Con una historia de más de cien años, este lugar supo albergar a colonos, aventureros, huelguistas y hasta a los legendarios bandidos Butch Cassidy y Sundance Kid, que pasaron por aquí durante su raid delictivo por la Patagonia. Cada rincón de la remozada construcción de techos rojos y paredes blancas aún tiene una historia para contar.
La siguiente parada, en un desvío de la ruta 23, es en El Chaltén, conocido como “Capital nacional del trekking”. Decenas de senderos se extienden bajo las imponentes siluetas de los cerros Fitz Roy y Torre. Hasta aquí llegan escaladores expertos de todo el mundo, para tratar de hacer cumbre en las dos montañas, consideradas entre las más desafiantes del planeta.
De regreso en la Ruta 40, la hipnótica silueta del Fitz Roy acompaña durante varios kilómetros, hasta que la soledad de la estepa domine todo el paisaje. Empiezan largas horas de conducción entre manchones de matas amarillentas, guanacos, algún ñandú, las aguas celestes del lago Cardiel y una estancia que lleva el sugestivo nombre de La Siberia.
Un desvío por la ruta 39 lleva a la localidad de Lago Posadas y, más allá, a un sendero que se interna entre cerros de colores. Poco después aparecen los lagos Posadas y Pueyrredón, separados por un istmo divisorio de aguas: de un lado azul, del otro turquesa.
Otra vez por “la 40”, Bajo Caracoles, con su modesta hostería y calles libradas al viento, anuncia que estamos cerca de la Cueva de las Manos. Un desvío lleva hacia el Cañadón del Río Pinturas, donde, después de una breve caminata, se llega hasta el alero en el que se superponen cientos de manos de distintos colores, maravilla del arte rupestre de 7 mil años de antigüedad. Las pinturas están enmarcadas por el paisaje perfecto: las paredes rojizas del cañadón, el camino que las atraviesa como una herida y la pradera que se adivina abajo, en el antiguo lecho del río.
Para llegar a la última parada, hay que hacer otro desvío por la ruta 43 hasta Los Antiguos. El viaje termina a los pies de los picos andinos, junto a las aguas azules del lago Buenos Aires. Las chacras y sus acequias silenciosas –donde los álamos protegen el delicado tesoro de las cerezas– completan el imponente paisaje.
Fuente:PorSilvina Quintans ESPECIAL PARA CLARIN