El puerto tiene un lugar destinado a los barcos que ya no navegan y que las aguas carcomen día a día. Algunos de ellos vinieron de otros países y otros fueron navegados por decenas de marineros de la ciudad. Esos hombres hoy recuerdan sus historias…
Algunos aún conservan el porte elegante que tenían cuando navegaban los mares del mundo. Otros se comienzan a inclinar, carcomidos por la sal, como aquellos hombres a los que les empiezan a pesar los años. Son los barcos abandonados del puerto de San Antonio Oeste. Esconden historias que los unen con los pescadores más conocidos de la ciudad. Sus vidas se fundieron hace muchos años. Hoy, están otra vez frente a frente.
Entre los barcos abandonados los hay históricos, como el Mar del Plata y el Don Valentín, que trabajaron para la empresa Galme Pesquera en sus años de esplendor. O dueños de una particular vida abruptamente cortada por las disputas judiciales, como los ucranianos Schs 2011 y el Vasily Panchenko.
Pero esa especie de cementerio que está bajo custodia de Prefectura, también alberga otras embarcaciones más pequeñas cuya vida ha sido sepultada por el tiempo como el «Osvaldo R», el «Quequén Chico» o el «Tenor Begniniano Gigli». Y de algunos sólo queda una especie de espinazo de metal con los restos del motor que los impulsaba.
Estos pesqueros fueron navegados por marineros en medio de tormentas o exhaustivas jornadas de pesca. Carlos Alberto Lorenzo, «Chimocho», y Geróninmo «Tinga» González eran dos de ellos. Y Vladimir Donchula llegó desde los gélidos mares del norte.
Donchula salió de Odessa como jefe de máquinas del Schs 2011, un barco de última generación de una cooperativa ucraniana allá por 1992. Viajaron primero hasta Uruguay y desde allí hasta San Antonio. En el medio de una travesía que cada vez tenía menos certezas, se enrareció su situación judicial. Y empezaron las denuncias cruzadas sobre quién era realmente el propietario de las embarcaciones. Finalmente los barcos quedaron varados en el puerto de San Antonio.
«Íbamos a trabajar con una empresa uruguaya a través de una sociedad. Pero cuando llegamos a Uruguay nos dimos cuenta que era todo trucho. Estuvimos casi seis meses parados en Montevideo. No teníamos ni comida ni agua», cuenta el ucraniano. Eran ocho personas en el Schs 2011 y nueve en el Vasily Panchenko. «Luego apareció un hombre de apellido Posse que hizo una sociedad anónima con una empresa de San Antonio. Cuando llegamos a San Antonio, Posse se fue. Y apareció un paraguayo de origen ruso (Kanonikos), que había falsificado papeles y decía que el barco era de él. Más tarde Posse también presentó documentos que decían que el buque era de bandera panameña», narra Donchula.
Los recursos presentados por las partes inmovilizaron los barcos ucranianos, que quedaron bajo la custodia de Prefectura. Algunos marineros volvieron a su país y otros se quedaron en San Antonio, protegiendo los barcos. Vladimir estuvo varios años viviendo en uno de ellos.
«Una vez aparecieron para llevárselo los paraguayos. La tripulación de los barcos ucranianos no se los permitió. Para ellos eran territorio ucraniano. Fue un momento tenso. La gente de Kanonikos y la tripulación de los barcos se insultaban. La gente de Prefectura estaba a un costado y no sabía cómo actuar. A último momento el juez dictó una medida de no innovar», relata Mauricio Cénere, quien durante un largo periodo ayudó a los ucranianos y les dio trabajo.
Mal amarrados en el puerto, se transformaron en un riesgo y fueron trasladados al parque donde están los barcos abandonados. El agua salada, el abandono y los saqueos hicieron el resto.
Los otros dos rostros visibles de los barcos abandonados son el Mar del Plata y el Don Valentín, símbolos de la época dorada de la pesca en San Antonio. «Tinga» y «Chimocho» fueron algunos de sus marineros.
González es un referente de la pesca en San Antonio, su cuerpo sufre los rigores de los años de trabajo en los barcos. Camina lento, habla con una voz quebrada, pero se llena de entusiasmo cuando recuerda los años de pesca.
«En este barco, el Don Valentín, eramos diez tripulantes: patrón, maquinista y ocho marineros», cuenta «Chimocho».
«Una jornada de trabajo era salir a las doce de la noche. A veces entrábamos en la marea del mediodía porque completábamos el barco. Era un lance para el sur y otro para el norte. La cantidad de pescado que había en el golfo en aquel momento era impresionante. Después se fue agotando, llegaron otras empresas. No querían el pescado chico. Nos pedían de 30 centímetros para arriba, era otra cosa», rememora Lorenzo, un personaje de la ciudad.
El marinero, hoy devenido camionero, cuenta: «en el Don Valentín debo haber trabajado de ocho a nueve años. El barco era como mi casa. A veces llegábamos, estábamos doce horas, y volvíamos a salir. Acá no había francos, el sistema se llamaba a «la parte», traíamos pescado, ganábamos plata, nos traíamos, no ganábamos».
El Don Valentín había llegado desde Iquique, Chile, especialmente adaptado para pescar merluza. Arribó junto a su gemelo, el Don Félix, hundido en un parque submarino. Tras el cierre de Galme Pesquera, varios barcos cambiaron de manos y como todo pesquero, su vida dependía de los permisos de pesca con que contaba. Su destino estaba echado.
La historia del Mar del Plata es trágica. La cuenta César Galdo, nieto e hijo de uno de los dueños de Galme Pesquera.
«Muchas veces los barcos mueren por negligencias económicas, hay barcos que quedan interdictos, por deudas, y la ley no te permite tocarlos. El Mar del Plata tuvo la mala suerte de estar mal amarrado, en la segunda banquina. Hubo una marea extraordinaria y yo llegué tarde, cuando el barco ya había apoyado arriba de la banquina. Cuando empieza a bajar la marea, toca y se vuelca. La banquina estaba llena de pescadores y nadie se metió a empujarlo, era sólo desplazarlo. Y así se hundió y se perdió un barco que estaba en toda la capacidad de pesca», cuenta Galdo, no sin amargura.
Los barcos abandonados de San Antonio viven días de óxido y sal. Algunos pescadores prefieren incluso ni pasar por el lugar, para que no los ataque la nostalgia. La marea los mece algunas horas al día. Pero las aguas profundas ya no son su destino.
Por qué están ahí
SAN ANTONIO OESTE (ASA).- A primera vista el sector inactivo del muelle parece un «cementerio» de embarcaciones que ya cumplieron con su vida útil, pero en realidad los factores que desencadenan que esas naves culminen ancladas en la tierra no siempre está ligado con el fin de su etapa productiva.
De hecho, si bien son los menos, barcos que se muestran enteros como el «Mar del Plata» contrastan rápidamente con la imagen de herrumbre y deterioro que se percibe en otros buques.
Generalmente lo que ocasiona que un barco culmine varado es la sucesión de litigios judiciales que se generan cuando sus dueños no afrontan las deudas que mantienen. Entonces los buques, que son bienes embargables, van sumando «interdicciones» de la Justicia, que impiden que la nave se haga a la mar hasta tanto sus responsables no cubran el reclamo monetario.
De hecho, muchos titulares de embarcaciones dejan sumar interdicciones que no pueden o no les conviene levantar, y las dejan abandonadas, sin pagar el derecho de uso del muelle que deben abonar los que utilizan la parte activa del puerto.
Allí aparece Prefectura, que ante el abandono opta por fondearlas en el lugar asignado. Actualmente son catorce los buques que pueblan la zona inactiva.
Fuente y textos: Vanesa Miyar vanesamiya@rionegro.com.ar Néstor Pérez ngperez2010@gmail.com fotos:Julio Ramirez
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