Escocia: Cinco días en el «tren del whisky»

Una periodista escocesa vuelve a su país para recorrer las Tierras Altas en busca de las destilerías más tradicionales, e imperdibles, de ese licor dorado cuyo nombre en gaélico significa «agua de vida». Así se pasan los días a bordo de The Royal Scotsman, el lujoso tren que recorre toda esta región…

El país es pequeño y muy verde. Hay castillos y hay lagos. Y la mejor manera de recorrerlo es portierra. Pero cuando el objetivo real de la travesía es conocer lo mejor del whisky escocés -y probarlo-, manejar, seguro, no es buena idea. Sin embargo, hay una alternativa mucho mejor. ¿Acaso puede haber algo más romántico y clásico -y práctico- que explorar Escocia en tren?

 

La mejor línea de trenes del país, The Royal Scotsman, va un paso adelante respecto a nuestros planes y tiene un nuevo programa de cinco días llamado precisamente la Ruta clásica del whisky. Es en este tren en el que me voy a embarcar.

 

Llego a la terminal Waverly Station de Edimburgo, que es un atractivo en sí misma. Construida en 1866 y ubicada en el centro de la capital escocesa, esta estación tiene un techo de cristal que es considerado la tercera estructura de vidrio más grande del Reino Unido: para hacerse una idea, digamos que cubre un área equivalente al tamaño de catorce canchas de fútbol.

 

El plan es sencillo: aquí voy a abordar un tren charter de lujo, que es manejado por el grupo Orient Express (empresa mejor conocida por uno de sus servicios legendarios: la ruta Londres-París-Estambul, que comenzó a funcionar en 1883). El tren del whisky sale de Edimburgo a primera hora de la tarde atravesando el conocido puente de Forth -puro acero, construido en el siglo 19- y enfila de inmediato rumbo al norte. A bordo, al poco rato comienza a desplegarse el servicio del Royal Scotsman: el té con pasteles ingleses y sándwiches. Mientras el tren sigue su camino recorriendo la costa oriental del país, cruzamos lo que alguna vez fue el Reino de Fife, conocido por la trascendencia que tuvo durante el dominio de los monarcas escoceses desde el año 400 y hasta el 1603, un hito geográfico e histórico que marca también un momento sobre los rieles: pasamos del té al whisky, una vez que la primera copita es servida.

 

Hay que decir que durante siglos este «líquido dorado» escocés ha inspirado a intelectuales y poetas. Mientras me relajo en los cómodos asientos del tren y veo los cerros verdes pasar por la ventana, vienen a mi mente las palabras de James Joyce al respecto: «La ligera música del whisky al caer en el vaso / un agradable interludio» (sin embargo, a esta hora para mí el sonido todavía es el del té cayendo en una taza).

 

El Royal Scotsman tiene nueve coches: hay cinco vagones dormitorio, dos comedores (llamados Victory y Raven), un vagón para la tripulación y otro vagón de observación. Más tarde ese mismo día me dirijo a este último, al vagón observatorio, para participar de una pequeña introducción al mundo del whisky escocés. «Empecemos por lo básico. El ‘whisky’ es escocés mientras que el ‘whiskey’, así: con una ‘e’ extra, es irlandés o estadounidense», dice entonces John Gritten, el anfitrión del Royal Scotsman.

 

El asunto del nombre, explica Gritten, no es un tema menor. De hecho, es tan importante que se resolvió por ley: en 2009 una definición legal fue aprobada para regular la producción, el etiquetado y hasta el mercadeo del «whisky escocés». Entre otras cosas, esta ley indica que para que un whisky -así, sin «e»- pueda además ser llamado «Scotch» tiene que ser producido en una destilería en Escocia, tiene que ser hecho sólo de agua y malta, debe haber pasado al menos tres años madurando en barriles de madera de roble y tener un 40 por ciento de alcohol.

 

Mientras aprendo algo sobre los secretos de la producción del whisky, de pronto es fácil olvidar que el tren sigue avanzando. Viajamos a lo largo de la costa de Escocia y pasamos entonces por Carnoustie, un pueblo fundado hacia finales del siglo 18 y que creció rápidamente durante el siglo 19 debido a la expansión de la industria textil. Carnoustie era popular como destino turístico desde comienzos de la época victoriana y hoy es famoso por su campeonato de golf y su impresionante playa. Luego el recorrido sigue por Arbroath, conocido por su abadía hecha de piedra rojiza y fundada en 1178 por el rey Ricardo Corazón de León para un grupo de monjes benedictinos de la Orden de Tirón. Hoy es un pueblo somnoliento, con coloridos barcos de pesca amarrados al puerto y casas de ladrillo rojo mirando al mar. Finalmente nos detenemos en el pueblo de Keith, donde pasaremos la noche.

 

A la hora de cenar, el sello a bordo del tren se hace notar. Atravesamos al coche comedor para encontrarnos con una magnífica cena: escalopes seguidos de bife escocés y pudín de toffee. Por cierto, hay dos tipos de cena en el Royal Scotsman. Esta noche es «informal», así que para los hombres bastará con una chaqueta y corbata en vez del traje de etiqueta que exige la noche formal.

 

A la mañana siguiente es cuando realmente comienza nuestra búsqueda del genuino «Scotch». Nos dirigimos al oeste, hacia la ciudad de Inverness, que se despliega a lo largo del río Ness y es la capital de las Highlands, las «Tierras Altas» escocesas, para detenernos en Glen Ord Distillery, que data de 1838 y que es considerada la destilería más antigua de toda Escocia.

 

Antes de entrar por las grandes puertas de Glen Ord ya se puede oler la característica fragancia de la malta siendo fermentada. El mayor orgullo de esta destilería es el Singleton 12 años, número que conviene recordar.

 

«La amistad es como el whisky: mientras más vieja, mejor», dice Cameron, quien nos guía por el lugar, citando un antiguo proverbio escocés, y luego, ante mi pregunta, dice que el whisky más antiguo que tienen es un Singleton de 36 años. Haciendo gala de mi ignorancia (soy escocesa, pero no sé mucho del tema), le pregunto entonces qué es un Singleton, y Cameron explica sencillamente que «es un whisky de una sola malta, cariño».

 

Seguimos a Cameron, que muestra la destilería con sus enormes alambiques de cobre y luego nos invita a una degustación y a oler directo de los barriles. El whisky de Glen Ord sabe claramente a malta, es seco, es picante y está suavemente perfumado. Me recuerda a cómo George Bernard Shaw se refería a este licor: «El whisky es un rayo de sol líquido».

 

Más tarde, viajamos hasta Keith, que está en el corazón de Speyside, una región costera llena de ciudades y pueblos históricos, y que es además una de las zonas más conocidas dentro de la «Ruta del Whisky de Malta Escocés» porque aquí se encuentra más de la mitad de todas las destilerías de Escocia.

 

Sin embargo, Speyside no sólo tiene destilerías. También puede encontrar aquí la Speyside Cooperage que, bueno, indirectamente también tiene que ver con la producción de whisky. En este lugar se conserva la antigua técnica para la producción artesanal de toneles y barriles que luego usarán las destilerías. Cada año, unos 100 mil toneles de roble son usados para madurar el whisky a lo largo de toda Escocia.

 

Tras dejar Speyside, volvemos al tren hacia la hora de almuerzo y mientras avanzamos sobre los rieles nos encontramos con una vista espectacular de las montañas Torridon: enormes colinas de piedra arenisca que -según dicen los geólogos- se habrían formado aún antes de que existiera vida en el planeta.

 

Esa noche, el tren pasa junto al pintoresco castillo Eilean Donan, del siglo 13, y finalmente nos detenemos en la estación de Kyle, donde tendremos una cena formal a bordo del tren. Nos dirigimos al vagón de observación para una velada que comenzará con un especialista en degustaciones de whisky de un solo barril. Este tipo de whiskys es uno de los más exclusivos y refinados ya que el contenido de cada botella viene de un solo barril individual, en lugar de haber sido mezclado con otros barriles que a veces contienen whiskys de menor calidad. De la serie, mi favorito fue el Balvenie, un Speyside Scotch de una sola malta producido por una destilería en Dufftown, un pueblo especialmente conocido por otra cosa: los Highland Games, o «juegos de las Tierras Altas», que se celebran cada julio desde hace siglos y donde varios clanes de familias se enfrentaban en pruebas de resistencia y fuerza en la batalla.Algo de esa tradición llega directo al tren, cuando empezamos a escuchar la música típica de las Tierras Altas de un grupo de artistas que sube a bordo e interpreta melancólicas canciones en violines (fiddles), mientras los pasajeros seguimos saboreando el whisky y miramos cómo el atardecer se despliega sobre el lago Alsh y la isla de Skye.

 

 

Al otro día salimos de Kyle al mismo tiempo que sirven el desayuno (un buen desayuno escocés, compuesto de huevos, tocino, y morcilla), que disfrutamos mientras el tren atraviesa el hermoso pueblo pesquero de Plockton con sus casas encaladas, barcos y yates.

 

De pronto sentimos que vamos de comida en comida, y estamos en eso cuando comienzan a servir el almuerzo (es seguro que nadie pasa hambre en el Royal Scotsman). Llenos, a punto de explotar, el tren se detiene en Carrbridge. Nuestro destino aquí es Glenlivet Distillery, un impresionante edificio que se levanta junto a un río y que es la cuna de una malta icónica que inspiró a toda la región de Speyside. Por eso, esta destilería en particular es una detención obligada dentro de la ruta y justifica el mini tur de 45 minutos para conocerla. En la destilería nos reciben con una degustación que nos permite conocer siete expresiones diferentes de The Glenlivet, y terminamos la visita al típico estilo escocés: con una copita tomada directo del barril.

 

En la noche nos espera otra gala a bordo del tren. Esta vez se trata de una cena tradicional escocesa donde probaremos haggis, neeps y tatties (un tipo de calabaza y patatas), y donde varios pasajeros aprovecharán la ocasión para usar kilt, la tradicional falda escocesa.

 

Al día siguiente, tenemos programada la visita a una nueva destilería, pero primero vamos a la estancia de Rothiemurchus, en el Parque Nacional Cairngorms, donde se hacen demostraciones de algunos de los deportes tradicionales escoceses como la pesca con mosca y el tiro al disco. Podemos probar puntería: es más difícil de lo que parece, pero también es muy divertido.

 

La finca Rothiemurchus ha pertenecido a la misma familia durante más de 400 años, algo que es bastante típico en esta parte del mundo. En la misma calle, por ejemplo, está el Castillo de Glamis, que es la casa de infancia de la madre de la Reina. Se trata de un castillo impresionante (y, aparentemente, embrujado) que ha estado en manos de la familia Bowes-Lyon desde el siglo 14.

 

Ansiosa ya por tomar la copita diaria de whisky, por suerte nuestra siguiente parada es la destilería Tullibardine en el pueblo de Blackford, donde participamos en una degustación privada de tres whiskys Tullibardine Highland. Seguramente por eso, al volver al tren en Perth devoramos un salmón escocés mientras seguimos el viaje hacia Dundee.

 

Así es como llega la última noche. Todo ha pasado muy rápido, pero todavía hay una sorpresa guardada. Cuando nos acercamos a Dundee, el ritmo de las gaitas nos invade desde el andén. Al bajar, nos encontramos con una banda celta en la plataforma, esperando para acompañarnos con el baile campestre tradicional escocés.

 

En la mañana siguiente, despierto con el anuncio vía megáfono que dice que llegaremos a Edimburgo en una hora. Si hay algo que decir sobre el whisky es que hace dormir como un tronco.

 

El desayuno se sirve al cruzar el puente ferroviario Tay y pronto estamos de nuevo en la estación Waverley. Pero el viaje aún no ha terminado. Hay una última parada en el itinerario: la visita a las bóvedas de la Scotch Malt Whisky Society. Mi tour tras el whisky por las Tierras Altas de Escocia al menos me ha convencido de una cosa: Mark Twain tenía razón cuando dijo que «Demasiado de algo es malo, pero demasiado de un buen whisky es apenas suficiente».

 

Fuente:www.diario.elmercurio.com

 

POR: Gabriel O?Rorke, DESDE ESCOCIA..

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