Es casi imposible no entrar por primera vez a Frutillar, la coqueta ciudad alemana del sur de Chile, y no quedarse con la boca abierta al llegar a la costa del lago Llanquihue porque, como un barco o enorme un piano, según se mire, la postal del teatro del Lago domina un paisaje que, en días de cielos diáfanos, comparte con los volcanes.El diseño exterior tiene mil interpretaciones, según la intensidad del sol y el carácter del agua del lago, pero siempre, siempre sorprende. La arquitectura del interior de esta enorme construcción de 10.000 metros cuadrados no se queda atrás, con detalles de confort y calidez únicos en varios miles de kilómetros a la redonda…
El teatro del Lago tiene muchos espacios, pero la sala principal, llamada Tronador, con capacidad para casi 1.200 personas, es el mejor regalo para el espectador. De todos modos, el espacio Llanquihue, un hemiciclo con un escenario que da la espalda al lago y el volcán Osorno.
Su escenario albergó a artistas como el cellista chino Yo-Yo Ma, el pianista estadounidense Chick Corea, el clarinetista cubano Paquito D’Rivera, compañías de danza internacionales como Philadanco (por citar una) y es una atracción para gran cantidad de músicos populares, desde Los Jaivas a, por ejemplo, Jorge Drexler, que se presentará en dos semanas.
Parece mentira que semejante complejo cultural -dedicado principalmente a la música académica y al ballet- esté tan cerquita de Villa La Angostura, Bariloche o San Martín de los Andes. Y que muchos de sus habitantes no lo conozca y -lo que podría ser peor- jamás hayan disfrutado de una función en algunos de sus espacios.
Del mundo académico, por por sus escenarios pasaron además el violinista israelí Gil Shaham, el director alemánHelmuth Rilling, la soprano chilena Cristina Gallardo Domas, y las bailarinas Julie kent (Estados Unidos) y Marianela Nuñez (Argentina). Y del mundo de la música popular, Paloma San Basilio, Rafael y Omara Portuondo.
El teatro es hijo de las Semanas Musicales de Frutillar, el ciclo de música docta que es marca registrada de esta pequeña ciudad fundada por alemanes a finales del siglo 19.
Guillermo Scheiss, un alemán que había llegado a Chile en 1948 y que en sólo seis años fundó un imperio empresarial (Transoceánica, Termas de Puyehue, etcétera), entusiasmado por el espíritu de las Semanas Musicales, logró que la municipalidad le cediera las tierras de lo que había sido el hotel Frutillar, una emblemática construcción que avanzaba sobre el lago y que se incendió en 1996, para levantar el nuevo teatro.
El emprendimiento tardó 12 años en levantarse. En el medio, Scheiss murió, pero su hija Nicola y su yerno Ulrich Bader mantienen el espíritu del inicio del proyecto.
¿Cómo es posible que un teatro así funcione en una localidad tan pequeña, y que sus ingresos permitan financiar el funcionamiento de este enorme barco y repagar la inversión? Bueno, el asunto es que por ahora el complejo no es autosustentable, así que es imposible pensar en recuperar el costo de la construcción.
Para tomar dimensión de lo que estamos hablando, basta citar lo que en cualquier visita guiada al teatro (que es altamente recomendable) se entera un visitante: todo el proyecto demandó una inversión de 44.000.000 de dólares.
El gasto operativo, como es lógico, no es bajo: casi 5.000.000 de dólares por año. La planta de personal es de 300 personas, incluidos los que se desempeñan en las oficinas de Santiago.
Como ocurre en general en la economía chilena, el modelo de este teatro cierra en parte por la gran presencia de empresas privadas, que aportaron para la construcción y lo siguen haciendo ahora para el mantenimiento. Y desarrollan un Círculo Mundial de Amigos para captar aportes filantrópicos.
A cambio, los nombres de las empresas patrocinadoras aparecen en el foyer y en la denominación de las salas.
La sala Tronador tiene un refinamiento especial, con más de 1.000 paneles huecos de haya, la misma madera traída de Alemania que recubre todo el teatro,
No todas las butacas son iguales o no por su ubicación: su diseño varía según la distancia con el escenario: así, las más alejadas, tienen respaldos más altos, para que la acústica rinda más.
Transformación social
Mediante la Casa Richter, que funciona en una de esas construcciones típicas de Frutillar y del sur de Chile, el teatro lleva adelante un programa de «fusión y transformación social», de la que se jactan.
La localidad tiene sus clases sociales muy marcadas, hasta geográficamente: en el Frutillar Bajo, en la ribera del lago, está la colonia alemana original y el desarrollo turístico; en el Frutillar Alto vive en resto, a cuyos hijos están enfocados los esfuerzos de formación académica, tanto en música como en ballet
Fuente;www.rionegro.com.ar /DeBariloche
Por Martín Belvis
martinbelvis@rionegro.com.ar(AB).