Un viaje de ida

Una pareja de rosarinos ya recorrió 24 países, 133 ciudades y cinco continentes. Aún no hay fecha del fin de la aventura.Paraíso. Tras cuidar dos gatos en Tailandia, la pareja disfrutó de sus bellezas…

«Te esperamos el lunes a las 7 am.», y mi alivio/felicidad/ansiedad se conjugaron para pensar que estaba ante el gran momento de mi vida. Desde muy chica soñaba con terminar mi carrera universitaria y viajar por el mundo sin fecha de regreso, y lo deseaba con tanta fuerza que no dudaba ni un poco en que sucedería; pero ese mensaje lo cambió todo.

Llegar a fin de mes sin arañar las paredes y por fin hacer de mis ratos libres lo que se me ocurra. Si eso no es felicidad, ¿entonces qué?, pensaba. Y así fue como ese lunes a las 7 am. empezó todo: trabajaba en un horario envidiable, mi sueldo era mejor de lo que esperaba, trabajaba con amigas que me enseñaban mucho todos los días, y lo mejor, después de tanto tiempo podía dedicar mis horas libres a las actividades que siempre quise hacer.

Se podría decir que estaba por fin experimentando el nivel de libertad económica/felicidad —casi lo mismo, ¿no?— que deseaba desde los comienzos de mi vida universitaria. Pero un año y medio mas tarde, una mañana en la oficina como todas las demás y casi cuando me estaba olvidando, escuché el click, lo sentí, y nunca creí que esa frase podía ser tan literal hasta ese exacto momento en que mi vida cambió para siempre.

¿Qué estoy haciendo?, me pregunté, y resonó por todos lados. Estaba resignándolo todo. Estaba cambiándolo por una realidad que poco se parecía a la de mis sueños, y que cada día a las 6 de la mañana cuando sonaba ese despertador me recordaba que me esperaban seis horas haciendo algo que no me hacía feliz. Seis horas hoy, seis horas mañana, 30 por semana, 120 por mes, 1.440 por año. Y así, esperando que llegara el viernes, que llegara el feriado, y que llegara enero.

No es que el trabajo no me gustara, de hecho era lo mejor imaginarme toda mi vida en ese lugar, siempre esperando un estímulo, una motivación, o simplemente las vacaciones. Toda mi vida en un mismo lugar, dije, con 26 años.¿No parece demasiado?

No creo en las casualidades, pero dos días después me llegó un mail con grandes ofertas para volar a distintas partes de Europa. Y lo supe. Y se me aceleró el corazón como quien tiene la seguridad de estar frente a un momento único. Envié un mensaje a Nachi y jugué a adivinar su respuesta. En el fondo lo sabía. Encontrarnos entre tanta gente tampoco podía haber sido casualidad. Yo me pasaba las horas muertas de trabajo leyendo experiencias de viajes ajenas y Nachi se pasaba sus días recibiendo viajeros de todas partes del mundo, porque cuando decidió qué hacer de su vida, su deseo de viajar ya estaba ahí, y armó un hermoso hostel para hacer sentir en casa a aquellos que estaban tan lejos de las suyas. Conocía todos sus días a gente que se había animado a dejarlo todo, y todos ellos compartían una única certeza: la de haber tomado la mejor decisión de sus vidas.

Parecía tan fácil desde afuera, pero la realidad es que para ese momento Nachi ya empezaba a pensar que su oportunidad se había pasado, y yo ya empezaba a pensar que era normal que mis días sean todos iguales, pero entonces el respondió: «Sí, compralos ya», y un mes más tarde nos subimos a ese avión cargados de miedos, dudas y mucha, pero mucha felicidad.

No sabíamos cuánto tiempo íbamos a viajar, no sabíamos si nos iba a gustar esa vida, si nos iba a alcanzar la plata para un mes o para cinco, ni de qué íbamos a vivir cuando se terminara. Sólo teníamos unos ahorros que nos iban a permitir empezar, y confiábamos en que lo demás iba a resolverse en el camino. ¿Ilusos nosotros? Puede ser, pero dos años más tarde seguimos en camino y encontramos esas respuestas y otras tantas.

Y sí, también compartimos esa única certeza con todos los viajeros que nos encontramos por el camino: la de haber tomado la mejor decisión de nuestras vidas. Probamos comidas que no sabíamos que existían, pisamos países que no podíamos ni ubicar en el mapa, conocimos personas que nos enseñaron las cosas más trascendentales de la vida, que aunque básicas, las habíamos perdido en nuestra ajetreada cotidianeidad.

Aprendimos a llamar «casa» al lugar donde tocaba dormir esa noche. Lloramos de emoción y también de tristeza. Aprendimos a convivir las 24 horas del día juntos, a compartir nuestra casa y nuestra habitación con quien toque, y a vivir con lo poco que cargamos en nuestras espaldas, porque no necesitamos más.

Amamos con la misma fuerza la intensidad de Marruecos y la calma de Nueva Zelanda, buceamos teniéndole miedo al mar en Malasia, visitamos volcanes activos en Java y fuimos el centro de atención en una escuela de niños en Myanmar.

Llegamos en París en camión, viajamos con una familia de Africa que frenó por nosotros en el medio de una ruta en Bélgica, y también nos levantó la policía haciendo auto-stop en plena autopista de España.

Visitamos Iglesias en Europa, Mezquitas en Africa y templos milenarios en Asia. Nos olvidamos de lo que los medios de comunicación nos «enseñan» todos los días para soltar los prejuicios sobre religiones y culturas. Y claro que nos sorprendimos, y también nos fascinamos.

Experimentamos nuestro primer terremoto en el medio de un campo en Nueva Zelanda, lloramos de emoción viendo orangutanes en Sumatra y reímos como niños al ver el primer canguro en Australia.

Aprendimos a pedir ayuda cuando la necesitábamos y a darla con mucha más frecuencia de lo que acostumbrábamos. Llevamos más de 750 días en viaje, casi 100 mil kilometros recorridos, más de 16 aviones, 133 ciudades, 24 países y cinco continentes. Viajamos por Nueva Zelanda con mis suegros y compartimos con mi mamá el amor por Bali.

Aprendimos a llamar amigos a personas que recién conocíamos y nos despedimos con más frecuencia de la que nos gustaría. Acertamos, y también nos equivocamos, porque en eso consiste esta vida, en intentarlo sin saber si va a resultar. Dormimos en la casa más linda y en el hostel más barato, en una habitación, en una casilla rodante, en una carpa, en un auto y en un aeropuerto. Dormimos en plena ciudad, en el campo y en una colchoneta en plena selva de Sumatra.

Entendimos el valor de las cosas simples y aprendimos a soltar muchas de las que creíamos necesarias. Y sí, también extrañamos cosas tan cotidianas como un buen asado o unos mates compartidos, y tan importantes como esas personas que hacen que a pesar de todo nunca dejemos de pensar en volver a casa.

Y no, no somos millonarios ni tampoco deseamos serlo, pero hicimos de todo para que esto no se termine: limpiamos en un hostel en San Sebastián, juntamos copas en un casino de Nueva Zelanda, nos pasamos toda la noche poniendo Kiwis en una caja y trabajamos 15 horas haciendo el catering para las aerolíneas. Fuimos recepcionistas en un hostel en Malasia y también hicimos la decoración de otro en Indonesia. Cuidamos dos gatos en el norte de Tailandia y nos convertimos en free lance al poco tiempo de saber lo que significaba esa palabra. Y todo, todo para que este sueño no se termine.

Por eso «Un viaje de ida» refleja y representa justo lo que significa esta aventura para nosotros. No porque no pensemos en volver, sino porque ya nada será igual después de ese 25 de mayo de 2016 cuando decidimos dejarlo todo por nuestro sueño. Vivir viajando no es el deseo de todos. Pero sabemos que viajar por el mundo es el sueño de muchos. Así que si vos, que nos estás leyendo, sos uno de esos; si estás ahí pensando en dejarlo todo y sabes que podes hacerlo, pero no parás de encontrar excusas que te frenan, animate.

Animate porque nada puede salir mal. Porque nosotros también compartimos tus miedos, tus dudas, tus inseguridades y todo lo que te está pasando por la cabeza. Teníamos miedo de quedarnos sin plata, de que viajar represente un tiempo perdido para nuestro curriculum, de estar muy grandes para esto, de pasar por momentos y lugares inseguros, y otros tantos miedos más.

Y en cambio descubrimos que hay muchas formas de viajar con poco dinero, y también otras tantas de generarlo por el camino, que no aprendimos en toda nuestra vida tanto como en estos dos años, y que nuestro curriculum no vale nuestro presente y nuestra felicidad.

Que uno decide si los mandatos sociales ganan la pelea entre lo que se debe y lo que se sueña, Que nunca, nunca, nos sentimos tan seguros como viajando, porque el mundo está lleno de gente buena. Y que inseguro es quedarse en casa deseando estar en otro lugar, inseguro es posponer tus sueños. Inseguro es renunciar a ellos. Porque si los sueños no están para cumplirse, ¿para qué están?

Si querés seguir nuestra aventura y viajar con nosotros: www.instagram.com/unviajedeidaa; www.facebook.com/unviajedeidaa; unviajedeidaa@gmail.com

Publicado por :www.lacapital.com.ar

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